Tabernarios
Bálamo: el restaurante de Alcorcón para todos los públicos
El secreto de esta casa de comidas es su complicidad inmediata. Un buen lomo cortado y a precio increíble, centollas inasequibles o una rica filloa, algunos de sus grandes atractivos
El mundo de la hostelería no deja de sorprender. Uno da veinte vueltas al mapa de los Madriles, y siempre hay territorios por conquistar. En Alcorcón, en una zona de expansión urbanística, está uno de esos lugares que poco a poco son una leyenda, por la osadía de sus propietarios y la amplitud de miras de crear una marisquería genuinamente para todos los públicos. Bálamo significa banco de pesca, y en ese caladero se pretende ir lanzando la redes para que un público mayoritario tengan su dosis de felicidad.
La gamba es honesta, y quizá un estandarte de un restaurante que tiene una tremenda barra de acogida, para empezar la singladura de este barco especial. Esa bulla gozosa que solo conocen los madrileños recorre todos los rincones de una apabullante puesta en escena. El jardín vertical, que dicen es el más grande de Europa, la calidez de los materiales, pueden contradecir el primer impacto que como nave industrial parecería recibir al comensal. Bien al contrario, en esta casa de comidas el secreto es la complicidad inmediata, que gracias a un ticket medido, se dispensa a los parroquianos que acuden en masa a llenarla. Las cifras que se manejan cada fin de semana, incluso en estos tiempos de laberintos de pandemia, son desconcertantes. No hay nadie en el entorno del Suroeste madrileño que no aspire a pasar por Bálamo.
Familias, ligues de Tinder, empresarios de toda condición, y esa democratización de la buena vida que aquí es ley. Las vitrinas de esta joyería popular alojan las delicias náuticas en tiempo y forma. En esta marisquería de prêt-à-porter, hay temporada, y también estados de ánimo o del bolsillo que cambian según el día de la semana. Mayor prestigio para paladares afilados de los días laborables, y una auténtica riada de quién con una buena ensaladilla rusa, o un pulpo sin alardes puede llenar la andorga desde el Viernes. La fritura es amablemente tratada, y los pescados y carnes encuentran hueco para estómagos un poco más intrépidos.
Además seamos sinceros, frente a esos grupos de hostelería de pura horterada y plexiglás como están llenando la ciudad de Madrid en lugares intercambiables, donde solo hay relaciones públicas y gastronomía auténticamente de baja calidad, aquí hay sinceridad y llaneza. El barrio de Salamanca y todas las terminales rumberas, y demás acólitos, dan bostezo si lo comparamos con este lugar de alegrías compartidas. Un buen lomo cortado y a precio increíble, centollas inasequibles a todos los desalientos, o una rica filloa nos tranquilizan frente a tanta tribulación. En el capítulo líquido, en Bálamo ahí también un diapasón de oferta. Desde vinazos, siempre con los precios que no nos alteran la economía, hasta un ramillete de buenos vinos blancos y tintos, incluidos los espumosos, que salpimentan la gracia de venir por aquí.
Esta moderna versión de la taberna y el restaurante todo en uno, desdice la idea de que solo en el cogollo gatuno se puede pasar un buen rato. Los reservados, por los que van transitando desde futbolistas a políticos de mejor o peor fortuna, son hoy camarotes para buscar el rumbo. El servicio que trabaja a ritmo casi castrense, ayuda mucho también a que encontremos nuestro lugar en la vida y en este banco de pesca para todo hijo de vecino. La única contraseña es venir a pasar un rato sin prejuicios. Para todos los públicos.
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