Salud mental
Las devastadoras secuelas del trauma psicológico
El abuso infantil puede erosionar la autoestima y la autoimagen de una persona. Y llevar también
a comportamientos autodestructivos.
Existe una cuestión que une los mundos aparentemente distantes de los veteranos de guerra y las personas que han sufrido abuso en la niñez. Tanto los unos como las otras son, a menudo, víctimas de traumas severos que afectan sus vidas de manera significativa. Para los primeros, el problema deriva de las experiencias vividas en el campo de batalla: violencia extrema, pérdida de compañeros o exposición constante a peligros. Para las segundas, se debe a haber vivido una infancia marcada por la violencia, el abuso físico, emocional o sexual, y la falta de un entorno seguro y protector.
Así es como Raquel recuerda su niñez. Sufrió abusos sexuales de uno de sus hermanos. “Yo no me sentía protegida por mi familia. Eso me generó una profunda rabia interna que me llevaba a estar buscando culpables en todas partes, a pensar que todo el mundo me traicionaría. Por lo que, viví una adolescencia muy aislada, sin relacionarme, sin abrirme… Intentaba escapar de esa realidad, ocultando aspectos de mí misma y adoptando una doble personalidad para encajar. Criada en un entorno religioso estricto, sentía la presión de la culpa por cada acción, incluso por pequeños actos de autonomía financiera”, recuerda a sus 50 años. Su herida se había convertido en una compañera constante en su vida.
La maternidad trajo consigo una avalancha de recuerdos y emociones, despertando memorias celulares de un trauma latente. Se encontraba en constante estado de estrés, irritabilidad y lucha contra la injusticia percibida en el mundo que la rodeaba. Se sentía cada vez más fuera de control, más irritable, y menos capaz de contener sus emociones. “No me llenaban las amigas, las veía muy superficiales; no me hacía ilusión comprarme un vestido, el hecho de realizar un viaje… Me sentía completamente insatisfecha con el mundo. Empecé a estar muy irritable. Me peleaba en al autobús, en el barrio, en el trabajo… De hecho, me despidieron de cuatro trabajos. Y, honestamente, llegué a pensar que ese carácter de perro y ese egocentrismo formaban parte de mi personalidad”, reconoce. “E intentaba escapar de esas situaciones con el consumo de sustancias”, explica.
Fue, en ese momento, cuando comenzó a investigar sobre su situación y se puso en manos de profesionales expertos. Raquel fue diagnosticada con trastorno bipolar, ansiedad, depresión y estrés postraumático.
La gestión de estas condiciones ha sido un desafío constante, marcado por un viaje de autorreflexión, búsqueda de herramientas y tratamiento profesional. “Caí en manos del hospital de día y, en los tres meses que duró mi tránsito, los profesionales de allí fueron ordenando todo mi desorden mental y emocional. Yo necesité mucha reconducción a nivel psicológico y a nivel farmacológico para calmar las revoluciones del cerebro. Ellos utilizaron la terapia colectivo-conductual y me ayudó mucho a curar mis heridas, y salir de mi constante ansiedad. Poco después, comencé con la terapia EMDR y, al cabo de unas sesiones, empecé a sentir que esas heridas tenían parches más sólidos”, indica. Y reconoce: “El primer paso es aceptar el diagnóstico. Aprendí a respirar y me di cuenta de que yo soy algo más que mis heridas, que soy una mujer con una familia preciosa y con un gran sentido del humor”. Para ella, el mayor logro en toda su recuperación ha sido, sin duda, que sus hijos vean que ha crecido emocionalmente y que se ha superado a sí misma.
No todo es trauma psicológico
El trauma no se limita a experiencias extremas como guerras, el abuso infantil en cualquiera de sus formas (física, sexual, emocional o abandono) o desastres naturales. También incluye eventos más comunes, pero igualmente devastadores, como la muerte inesperada de un ser querido, sufrir un accidente de circulación grave o potencialmente mortal, sufrir una enfermedad o lesión que ponga en peligro la vida, o vivir una ruptura en una relación que consideramos importante.
De hecho, según los datos, más de dos tercios de la población adulta mundial (70,4 %) ha experimentado, al menos, una experiencia traumática a lo largo de su vida, mientras que el 30,5 % ha estado expuesto a cuatro o más.
Son experiencias profundamente perturbadoras que dejan duraderas cicatrices en el cuerpo, pero también devastadoras secuelas en la mente que pueden alterar la forma en la que la persona percibe el mundo y a sí misma. Como explica Alicia Valiente, psiquiatra y coordinadora de la Unidad de Investigación del Centro Fórum del Hospital del Mar (Barcelona), “una situación traumática suele implicar un impacto psicológico”. Sin embargo, subraya que no todo es trauma psicológico. “A lo largo de la vida, todos enfrentamos una variedad de desafíos y adversidades. Las experiencias traumáticas forman parte de la condición humana y no discriminan por edad, género, estatus socioeconómico o cultura. Sin embargo, muchas de estas experiencias, aunque desafiantes, no dejan una huella traumática; simplemente, contribuyen al desarrollo de la fortaleza y la capacidad de recuperación del ser humano”. Y añade: “La percepción del trauma es subjetiva y depende de la resiliencia, las experiencias pasadas y los recursos de afrontamiento de cada individuo. Lo que puede ser traumático para una persona puede no serlo para otra”.
El trauma se reconoce por implicar una serie de síntomas y señales que afectan significativamente la vida de una persona. Estos pueden incluir recuerdos intrusivos y no deseados del evento traumático, pesadillas, flashbacks y una respuesta emocional intensa al recordar el trauma. Las personas que han experimentado trauma también pueden mostrar evitación de lugares, personas o actividades que les recuerdan el evento, y pueden tener una respuesta de hipervigilancia, con una sensación constante de estar en peligro. Otros signos incluyen cambios en el estado de ánimo y el pensamiento, como sentimientos de culpa, vergüenza, desesperanza, irritabilidad o dificultad para concentrarse. Físicamente, pueden experimentar insomnio, fatiga, dolores y molestias inexplicables.
Todos estos síntomas suponen un impacto que se deja sentir en todas las esferas de la vida. “A nivel personal, el trauma impacta directamente en la percepción de seguridad: hay una pérdida de confianza en uno mismo y en los demás. El futuro se percibe como incontrolable y pueden aparecer problemas de conducta como una respuesta al estrés y a la incapacidad para manejar situaciones emocionales de manera efectiva. También son frecuentes amnesias, somatizaciones, conductas adictivas y autoagresivas, y la presencia de disociación”, explica María Frenzi Rabito, doctora en psicología, profesora en UDIMA, y especialista en el abordaje psicológico del trauma.
En las mujeres maltratadas, por ejemplo, las experiencias traumáticas pueden manifestarse en forma de pesadillas, hipervigilancia y una sensación constante de inseguridad y peligro inminente, incluso en situaciones seguras, que puede dominar sus vidas dificultando su capacidad para llevar una existencia plena y satisfactoria.
Para esta especialista, “en el plano social y familiar, el trauma puede alterar la interacción y el bienestar de una persona en su comunidad y hogar, mientras que, en la esfera funcional y laboral, puede impactar en la capacidad para desempeñarse eficazmente en el trabajo y otras áreas de la vida, al presentarse problemas de concentración, en la toma de decisiones y el manejo de situaciones estresantes”.
Abordar el trauma
“Abordar psicológicamente el trauma es fundamental para resolver los síntomas asociados”, explica la Dra. Rabito. El momento de hacerlo es, en su opinión, “lo antes posible. Una intervención temprana en trauma puede ayudar a regular el sistema, minimizar el impacto y prevenir consecuencias más graves”. Se cree que iniciar una terapia psicológica dentro de las primeras seis horas tras la vivencia traumática es crucial para impedir la interrupción de la consolidación de la memoria que se produce durante ese periodo. La psicoterapia es el tratamiento de elección para el trastorno de estrés postraumático. “La Organización Mundial de la Salud recomienda la terapia cognitivo conductual centrada en el trauma (TCC-CT) grupal o individual y EMDR (Eyes Movement Desensitization and Reprocessing, por sus siglas en inglés) para el abordaje del TEPT, tanto en la población infantojuvenil como en la adulta”, puntualiza.
Además, la respuesta del entorno frente al trauma psicológico puede ser determinante en el proceso de recuperación de quien lo padece. “Una de las cosas que más necesita una persona con trastorno de estrés postraumático es ser escuchada, sin sentirse juzgada. Además, familiares y allegados tienen un papel crucial en la detección de señales de alerta y en la elaboración de un plan de acción para momentos de crisis”, asegura.✕
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