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La Ley Seca: cómo prohibir el alcohol ayudó a conseguir el voto femenino

En la obra «El último trago», se reflejan un sinfín de aspectos de un asunto que revolucionó Estados Unidos y donde destacaron personajes como Al Capone
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Algunos de los gurús editoriales más influyentes han puesto de relieve la dimensión de «El último trago» (Ático de los Libros), un volumen que está repleto de detalles deliciosos, personajes vibrantes y una fascinante percepción social. ¡Menuda historia! Puede que la era de la Prohibición no fuera demasiado entretenida, pero, sin duda, este libro sí lo es», escribió Walter Isaacson, biógrafo de Leonardo da Vinci y presidente del Instituto Aspen; «Una panorámica entretenida, completa y amena sobre la Prohibición. Este libro está lleno de historias vívidas, personajes increíbles y datos fascinantes», afirmó Michael Korda, que de fenómenos literarios sabe de sobra tras más de cuarenta años dirigiendo Simon & Schuster, una de las editoriales más importantes de Estados Unidos.
El beneficiario de tamaños elogios, por esta, como reza el subtítulo, «Verdadera historia de la Ley Seca», es Daniel Okrent, con extensa experiencia periodística en «The New York Times», «Time» y «Life». No en vano, con este su primer libro traducido al español (por Joan Eloi Roca) ganó el premio Albert J. Beveridge al mejor libro de historia del año, galardón otorgado por la American Historical Association. El trabajo, así, recorre la historia de ese período histórico, sus verdaderos motivos y consecuencias, partiendo de hechos, dado que, como nos dirá el autor, desde sus orígenes Estados Unidos ha estado sumergido en alcohol. Ejemplo de ello es cómo el barco que llevó al puritano inglés John Winthrop a América, en 1630, tenía en su bodega más de treinta y siete mil litros de vino, y llevaba tres veces más cerveza que agua.
Ya en el siglo XIX, en concreto durante la década de 1820, sabemos gracias a Okrent, que el alcohol era más abundante, fácil de conseguir y barato que el té. Pero un siglo más tarde, el país decidía prohibir su venta. Es más, el libro empieza citando la 18ª enmienda a la Constitución, ratificada el 16 de enero de 1919, cuya primera sección dice: «Un año después de la ratificación de este artículo quedará prohibida por la presente la fabricación, venta o transportación de licores embriagadores dentro de Estados Unidos y de todos los territorios sometidos a su jurisdicción, así como su importación a los mismos o su exportación de ellos, con el propósito de usarlos como bebidas».
Mujeres por la prohibición
La prohibición fue clave para el crecimiento de las grandes organizaciones mafiosas (personajes tan famosos como Al Capone o «Lucky» Luciano), la popularización del jazz, como recreó en tantos cuentos y novelas Francis Scott Fitzgerald, él mismo un escritor absolutamente alcoholizado, o la presencia de mujeres en los bares. Pero también de la consecución del voto femenino. El escritor Jack London murió consumido por sus abusos del alcohol, como él mismo contaba en «John Barleycorn. Memorias de un alcohólico» (Guillermo Escolar Editor), que vio la luz en 1913.
Con ese apodo, Juan Cebada, protagonista de una canción popular inglesa y que representa las bebidas alcohólicas que se elaboran con este cereal, caso de la cerveza y el whisky, hacía London patente lo determinante que había sido en su vida semejante adicción. «El alcohol es mi vida o mi vida es alcohol, tanto da lo uno como lo otro», escribía para hablar de cómo se aficionó a beber en los días de su juventud en las calles y en sus vagabundeos por tabernas. Y sin embargo, un aire de arrepentimiento empapaba todo el texto, y además incorporando una preocupación social muy ostensible. No en balde, comenzaba hablando que cuando las mujeres consiguieran el voto, votarían a favor de la prohibición del alcohol. «No hay un solo día en que las mujeres no sufran por el alcohol que beben los hombres, aunque nunca han tenido el poder de expresar tal sufrimiento», argumentaba.
Alcohol y sufragio
En las páginas de Okrent desfilan mujeres tan importantes en estos asuntos –pues el creciente poder político del movimiento en favor del sufragio femenino se alió con la campaña contra el licor– como Mabel Willebrandt, conocida popularmente por sus contemporáneos como la Primera Dama de la Ley, que fue fiscal general adjunta, y que de 1921 a 1929 trató problemas relacionados con la Prohibición. O Pauline Sabin, que fue líder de la derogación de la prohibición y funcionaria del partido republicano, además de fundadora de la Organización de Mujeres para la Reforma Nacional de la Prohibición.
Las mujeres demandaban el derecho a tener propiedades y exigían proteger la seguridad financiera de sus familias ante la prodigalidad y el derroche de sus maridos alcoholizados. Nueva York, los viñedos de California, el Congreso, Chicago y Detroit son algunos de los escenarios que el lector podrá visitar leyendo «El último trago», que abarca la etapa 1920-1933, cuando, pese a todo, por supuesto los estadounidenses siguieron bebiendo, creando mil maneras de lograrlo.
De esta manera, se propagó el contrabando, la venta y la ocultación de productos, los locales clandestinos… El autor explicará cómo un pueblo amante de la libertad decidió renunciar a un derecho privado que había sido ejercido libremente por millones y millones de personas desde la llegada de los primeros colonos europeos al Nuevo Mundo; también, cómo pudieron condenar a la extinción a la que era, en esos momentos, la quinta mayor industria de la nación; cómo añadieron a su documento fundacional más sagrado ciento doce palabras que solo tenían un precedente en la historia de Estados Unidos.
Okrent, por otro lado, logra construir una historia de Norteamérica en paralelo, ya que aborda el auge del automóvil o la creación del impuesto sobre la renta. Mil y una anécdotas adornan este libro llamado a convertirse en el estudio sobre la prohibición más importante hasta la fecha. En palabras del historiador W. J. Rorabaugh, «los estadounidenses bebían desde el alba hasta el alba», leemos. En las ciudades, era por todos aceptado que los obreros no acudirían a trabajar los lunes, pues se quedaban en casa para sortear la resaca tras beber todo el fin de semana. Según diversas estimaciones, hacia 1830, los adultos estadounidenses estaban bebiendo, per cápita, unos 26,5 litros de alcohol al año. La marcha hacia la Prohibición empezó en diciembre de 1873, cuando un grupo de mujeres devotas se sentaron frente a los salones y bares de Hillsboro, en el estado de Ohio.
«Si una familia o una nación está sobria, el curso normal de la naturaleza hará que su nivel de civilización aumente. Si una familia o una nación, en cambio, ha sido pervertida por el licor, su decadencia y desaparición es inevitable», dijo Richmond P. Hobson, en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el 22 de diciembre de 1914, un año después del libro autobiográfico de London. Pero tal cosa era imposible cuando los médicos, durante la época de la Prohibición, escribían recetas que recomendaban al paciente a tomar «whisky, una cucharada tres veces al día»; incluso la Prohibición tuvo un impacto mucho mayor en los farmacéuticos, puesto que algunos establecimientos asumieron el nombre de «farmacia», pero no se molestaron en vender ningún medicamento y se limitaron a la venta de alcohol «medicinal».
Además, puesto que la ley Volstead permitía a los rabinos distribuir vinos sacramentales a los miembros de sinagogas, el tamaño de las «congregaciones del vino» aumentó explosivamente y tiendas de vino, abrieron en los barrios judíos, haciendo que rabinos se embolsaran lo que les pagaban sus clientes y recibieran comisiones de las bodegas que les suministraban el vino (una tienda de vino típica tenía un cartel en el escaparate que decía «Vino kosher para propósitos sacramentales»). Hecha la ley, hecha la trampa.