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El divismo, pasado y presente

Las redes sociales, que han exacerbado algunos de nuestros defectos, contribuyen a un cambio sustancial del término
Maria Callas, ejemplo incontestable de diva
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¡Hay tantas formas de entender el término “divo”! Desde las laudatorias a las peyorativas. Hace no mucho se le achaca a una artista su divismo como insoportable. Para más detalles de forma totalmente inexacta y es que los medios de comunicación actuales trastocan casi todo. La música y sus actores, como todas las áreas de la humanidad, se han visto influidos por las redes sociales. Todo es falsamente inmediato. Aunque la historia de la música cuente con figuras eminentes, no todas ellas alcanzaron la categoría de divos. Furtwängler, por poner un ejemplo, no lo fue. El primero de ellos quizá fuese Caruso y luego vendrían Karajan y otros muchos, pero el término se aplica más a los cantantes y María Callas fue la diva por excelencia.
En aquellos tiempos siempre existió un halo de misterio. Si había adelgazado gracias a haber ingerido una tenia, si había puesto los cuernos a su marido con Onasis en un yate, si había insultado al presidente de la República italiana al haber parado una representación en la Ópera de Roma… Todo ello se publicaba en los periódicos, pero entonces no había en ellos sección de comentarios con los que machacar como se efectúa ahora en ellos y mucho más ampliamente en las redes sociales. Los propios artistas tienen también buena culpa de ello al contar y fotografiar sus vidas en Facebook o Instagram. Me es inimaginable que Callas hubiese utilizado estos medios. Netrebko, la gran diva de hoy, no para. Se acabaron los misterios.
La comunicación, la publicidad manda. Acuérdense de un Pavarotti al que espectadores en el Palacio de los Deportes madrileño vitorearon como “¡Bravo, Tutto!”, creyendo que ese era su nombre porque la casa de discos había sacado y promocionado hasta la saciedad un álbum bautizado como “Tutto Pavarotti”. La gente tiene hoy más información, pero también es más ignorante porque no la contrasta. No hay divismo que resista a las redes sociales, que han exacerbado algunos de nuestros defectos. Uno de ellos es la envidia y por eso es hoy mucho más difícil conservar la aureola de “divo admirado”. Los artistas están sometidos a un pim-pam-pum que les rebaja.
Plácido Domingo ha sido quizá el último divo de verdad de los tenores y ya ven lo que ha sucedido. Lo que aún le sucede cada vez que aparece por España con tuits de incluso altos cargos políticos. Se busca machacar al divo porque eso es lo que hoy interesa, no su arte, sino todo aquello que genere morbo. Otra gran diferencia y pésima diferencia es que hoy cualquiera puede ser divo. Basta tener dinero o influencia. Que se lo pregunten a un director de orquesta tardío que lo es por el alto cargo político de su madre. En nuestros tiempos se puede ser divo siendo mediocre porque mandan las redes sociales. Antes había que tener calidad para ser divo. Ya no. ¿Acaso Bocelli lo es? El público ha perdido la capacidad de hacerse su propia idea. Las ideas se las inyectan las redes sociales. Así es todo en nuestro mundo.

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