La gran aventura oceánica española
El historiador Lincoln Paine traza una historia de la navegación en el libro “El mar y la civilización”
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“Pocos sabios del siglo xv podrían haber imaginado en su época la prosperidad de la que gozarían España y Portugal como resultado de las expediciones de sus navegantes en el Atlántico oriental. Mientras buscaban una nueva ruta de las especias hacia Asia se encontraron con América, una fuente de incontable abundancia de oro y plata; de materias primas para las industrias europeas y nuevos mercados para las manufacturas europeas, y territorios –vírgenes a sus ojos- para el cultivo de productos recién descubiertos o trasladados hasta allí, como el azúcar y el tabaco”, reflexiona Lincoln Paine en la introducción a su obra “El mar y la civilización”. No se trata, evidentemente, de una historia de las grandes aventuras atlánticas de españoles y lusitanos, sino de un recorrido integral de la conquista humana de las aguas, oceánicas y fluviales, desde la más remota historia hasta la contemporaneidad, y no tanto como avance técnico sino, más bien, como empresa decisiva en la construcción histórica de la Tierra, como fuente de intercambios civilizadores, sin los cuales no se explicaría nuestro mundo.
Carecería de sentido el intento de resumir aquí el contenido de este libro, próximo al millar de páginas de gran formato y apretado texto, por lo que recrearé uno de los hitos relevantes de esa historia, que, naturalmente, el autor recoge: la circunnavegación de la tierra por la expedición de Magallanes-El Cano, cuyo retorno, en 1522, cumplirá quinientos años el próximo septiembre, con el descubrimiento de un paso entre el Atlántico y Pacífico (el estrecho de Magallanes), de tierras que hasta entonces los europeos desconocíamos, de observaciones científicas (la circunferencia de la tierra incrementó 11.000 kilómetros sobre su supuesta medida e, igualmente, aumentaron las dimensiones del Pacífico y se precisaron las diferencias horarias intercontinentales), de la ruta de ida y del tornaviaje a las Islas Filipinas, que darían lugar a la aventura singular del Galeón de Manila, una empresa que duró desde 1565 a 1815.
Pero vayamos al principio. El descubrimiento de América por Cristóbal Colón suscitó un pleito entre España y Portugal por los derechos de navegación y descubrimiento de nuevas tierras; para evitar conflictos el Papa Alejandro VI actuó como árbitro y emitió cuatro bulas en 1493 (“Inter Caetera”) que precisaron los derechos de ambos países, repartiendo la Tierra a partes iguales: España operaría sobre la mitad a partir del meridiano 38º, 100 leguas al oeste de las Azores, y Portugal en la otra mitad; o sea: España tendría derechos sobre las tierras descubiertas por Colón y Portugal, sobre las costas africanas y las islas de las especias y la India, a la sazón meras expectativas pues sus carabelas apenas acaban de doblar el Cabo de Buena Esperanza. Como no hubiera conformidad, delegados de ambas coronas suscribieron en Tordesillas (Valladolid), el 7 de junio de 1494, una modificación: Portugal abarcaría medio Tierra a partir de 370 leguas al oeste de las Azores (meridiano 46º37′) hacia el este; España, el resto al oeste de ese punto.
El arrepentimiento del rey de Portugal
La idea portuguesa de extenderse hacia el oeste no parece casual: tras el descubrimiento colombino Juan II de Portugal envió secretamente una carabela que partió de las Azores hacia el oeste y supuestamente alcanzó Brasil en el actual Recife. Debido a las imprecisiones geográficas (se ignoraban las dimensiones de la Tierra), esa misión habría determinado que lo descubierto se hallaba fuera de lo estipulado en las bulas papales por lo cual Lisboa porfió en Tordesillas por el corrimiento de la línea hacia el oeste, de manera que cuando Álvarez Cabral Alcanzó la costa del actual estado brasileño de Bahía en 1500 esta se hallaba dentro de lo acordado.
Tras la llegada, en 1498, de Vasco de Gama a Calicut, en la costa de la actual Kerala (India), comenzó a advertirse en España que las tierras descubiertas eran mucho menos ricas de lo esperado: pocos metales preciosos y las especias más cotizadas (pimienta, clavo, canela, nuez moscada…) se hallaban al alcance de los portugueses al sureste de la India, fundamentalmente en las Molucas, llamada islas de la Especiería.
La empresa colombina tenía como meta alcanzar las islas de las especias navegando hacia el oeste y tropezó con América; pero la idea de alcanzar la Especiería desde el oeste seguía viva décadas después y el portugués Fernando de Magallanes, rechazado en Lisboa, logró vender su proyecto en España: la ruta del oeste no era una quimera, existía un paso hacia el Pacífico por el sur del continente y las Molucas eran españolas puesto que Portugal, al haber corrido su demarcación hacia el oeste, había entregado a España su extremo oriental, a la manera de que quien se abriga con una manta pequeña deja al descubierto los pies si se tapa la cabeza. Fernando de Magallanes (1480-1521) logró el apoyo de la Casa de Contratación de Sevilla y del obispo de Burgos, Rodríguez de Fonseca, gracias a los cuales Carlos I aprobó la expedición que, con cinco naves, partió de Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519. Entre los 239 tripulantes dos se harían especialmente famosos: Juan Sebastián el Cano, que logró regresar al mando de la nao Victoria y el geógrafo Antonio Pigafeta, que dejó cumplida crónica la primera circunnavegación del Mundo.
Las fatigas de una proeza
No adelantemos acontecimientos. La expedición invernó al sur de Argentina y allí comenzaron los problemas: Magallanes sofocó una sublevación y ejecutó a los cabecillas, naufragó una de las naves y desertó otra durante la exploración del estrecho de Magallanes que, finalmente, permitió el acceso de los tres buques supervivientes al océano Pacífico el 27 de noviembre de 1520. Durante los siguientes 99 días, el hambre, la sed, el escorbuto, la desesperación y un océano sin fin acompañarían a los expedicionarios, que se salvaron al hallar suministros en Guan (¿?) en el archipiélago de las Marianas. El 16 de marzo avistaron las Filipinas y navegaron por el archipiélago tratando de hacer amigos y tomando posesión de las islas en nombre del rey de España hasta que, el 27 de abril, tratando de someter a una tribu, pereció Fernando de Magallanes.
Tras muchas vicisitudes, los supervivientes alcanzaron en otoño la Especiería con sólo dos naves, Trinidad y Victoria, ésta ya al mando de Juan Sebastián Elcano (Guetaria, 1486- Océano Pacífico, 1526), y las cargaron de especias, pero la Trinidad, en malas condiciones, se quedó en las Molucas siendo apresada por los portugueses. Mientras, Elcano, con la Victoria cargada de clavo, regresó por la ruta portuguesa y llegó a Sevilla acompañado por 17 tripulantes, resto de los 239 que habían partido el 8 de septiembre de 1522, al cabo de 1.081 días y tras penalidades sin cuento. El cronista Pigafeta narra el final de aquella primera circunnavegación de la Tierra: “Gracias a la Providencia, el sábado 6 de septiembre de 1522 entramos en la bahía de San Lúcar... Desde que habíamos partido de la bahía de San Lúcar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas (60.587 km) y dimos la vuelta al mundo entero”. Una curiosidad final que también debemos a Pigafeta: tanto era el precio del clavo en la época, que sólo con lo que trajo Elcano en la pequeña Victoria, se cubrió con creces el coste de la expedición.