“Los pasajeros de la noche”: Gainsbourg contra la nostalgia
El director Mikhaël Hers, vuelve a las ondas radiofónicas del París de los ochenta para hablar sobre el desencanto que trajo consigo la nueva libertad
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No es difícil explicar el contexto. España salía de una larga dictadura. Alemania estaba a punto de tirar su Muro abajo. Y Reino Unido era un auténtico polvorín de cultura contestataria contra Thatcher. Justo ahí, en esa Europa de los ochenta que quería romperse en nueva libertad, Francia decidió mirar hacia sí misma. Con el trauma generacional de la Segunda Guerra Mundial ya en los barracones de la memoria, la burguesía gala se lanzó a intentar ser la vanguardia del caos controlado, pero fracasó estrepitosamente.
La desilusión, que llegó en forma de represión en los últimos vestigios coloniales e incapacidad estatal para mantener a sus jóvenes lejos de drogas como la heroína, es el material del que se sirve el director Mikhaël Hers para contar cómo un país entero se conformó con su propia realidad. Así, en «Los pasajeros de la noche», seguimos a Charlotte Gainsbourg como una madre recién abandonada por su marido y alterada por el insomnio que, de repente, descubre en la radio nocturna una solución a sus problemas. Económicos, personales y, claro, de salud mental. Como productora, en un programa que bien podríamos equiparar a aquel mítico «Encarna de noche», por época y por repercusión mediática, el personaje de Gainsbourg se encontrará a sí misma como madre, pero también como amiga e incluso como amante.
«Mi idea era capturar las esencias de aquellos años, en los que yo era un adolescente de clase media viviendo también un divorcio en la familia. Y ahí tenía que estar la radio, pero también el sur de París, mi barrio y las inquietudes respecto a la política o a las drogas», confiesa sobre su nuevo artefacto de autoficción Hers, que visitó Valladolid para presentar la película en la Seminci, haciéndose con el premio al Mejor Guion. Y sigue, sobre ese joven Matthias al que da vida Quito Rayon y que parece un alter ego de sí mismo: «Es, a la vez, una película biográfica y una completa ficción. Si es que eso es posible. Ese personaje encara quién era yo respecto a los primeros amores, a mi relación con mi madre o a mis inquietudes en la vida, pero su personalidad, diría, está lejos de la mía».
Contra lo edulcorado
En ese ejercicio de nostalgia que aquí huye de lo edulcorado, Hers encuenta en Gainsbourg a su mejor aliada, mucho más creíble que en papeles anteriores como mujer frágil y soberbia en la entrega de silencios: «Fue la primera persona a la que llamé. Y el trabajo fue muy natural porque ambos entendimos qué queríamos del otro», añade el director, que para llevarnos de la mano por sus saltos temporales, desde 1981 en adelante, recurre a una técnica preciosista. En lugar de recrear aquel París, nos lo enseña en imágenes de archivo, que van desde informativos y manifestaciones a pequeños guiños cinéfilos, usando fragmentos de «Pont du Nord», de Jacques Rivette.
Y es precisamente ahí, en la película de culto, donde Hers encuentra al arquetipo de otro de sus personajes, una Talulah post-punk, deprimida y drogodependiente que llegará a la vida de la familia una noche cualquiera: «Más allá de la catarsis que quería que planteara la película, también creía importante hablar sobre la amargura. Sobre las vidas que se quedaron o se transformaron irremediablemente por el camino. Mucha gente tiene la sensación de que los ochenta era una época más libre, pero simplemente fue una época más desinformada», completa Hers con vehemencia.
Encaramada a las ondas radiofónicas para sacar a su familia adelante, la Elisabeth a la que da vida Gainsbourg es, para Hers, «metáfora de un tiempo en el que las mujeres estuvieron más solas que nunca», en referencia a la ola de feminismo que ya no vivía a la sombra del marido ni tampoco pensaba en términos de sororidad. Y así, entre postales de una ciudad que siempre ha querido ser eterna, Hers construye en «Los pasajeros de la noche» una especie de cine impresionista, agradable en su acompañamiento, como la voz de esos y esas «crooners» del transistor ya en peligro de extinción.