La silla vacía de la vergüenza: Jafar Panahi resiste con “No Bears”
El destacado director iraní, detenido por el régimen, no pudo presentar su cinta en Venecia
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Desde 2010, las películas del iraní Jafar Panahi se pasean por el mundo sin que su director pueda hablar de ellas, ni recoger premios, ni pasear por la alfombra roja. En su lugar, la butaca vacía de la vergüenza. Ahora más que nunca, después de su encarcelamiento el pasado mes de julio, es el cineasta que un régimen totalitario ha convertido en fantasma. Teniendo en cuenta que le esperan seis años en prisión, la presencia de la excelente “No Bears” a concurso en la Mostra es doblemente conmovedora: es, por un lado, un pesimista acto de protesta, y por otro, una prueba de que el cine persiste, sobrevive, resiste.
Sobre Panahi pesaba la condena de no poder salir del país y la prohibición de hacer cine durante veinte años. Durante más de una década se las ha apañado para saltarse esa restricción a la torera, rodando de forma clandestina, hasta que, en julio, cuando acudió a la oficina del fiscal para informarse del paradero de sus colegas cineastas Mohammad Rasoulof y Mostafa Al-Ahmad, arrestados por manifestarse en contra del régimen, fue detenido para que cumpliera los seis años de condena que se le habían revocado en el 2010.
Explicamos el contexto de Panahi porque ayuda a entender el espíritu profético de “No Bears”. Parecía que, en algunos de los títulos (“Esto no es una película”, “Taxi Teherán”) que jalonan su periodo de confinamiento, entregaba toda su esperanza al impulso de filmar, como si el cine fuera su única salvación. Aquí, el discurso sobre las imágenes se desvincula de ese optimismo para apelar, por un lado, a la responsabilidad moral del cineasta a la hora de captar una realidad que le supera, y que no puede falsear sino es a riesgo de asumir fatales consecuencias, y por otro, a comprender el auténtico valor de una sola imagen, que para unos puede ser una intrascendente superstición y para otros una cuestión de vida o muerte.
Así las cosas, “No Bears” se centra en la figura del propio Panahi, anclado en una pequeña aldea cerca de la frontera de Turquía, actuando como un demiurgo sobre dos mundos que se le escapan de las manos: el del documental, que dirige a distancia, sobre una pareja que quiere huir de Irán con pasaportes falsos, y el del conflicto familiar, que crece como una bola de nieve, que se desarrolla en ese pueblo, y que le conduce a un juicio sumarial organizado por toda la comunidad. Da la impresión de que, incluso antes de su encarcelamiento, Panahi ha perdido la esperanza de que nada cambie, y que, como productor de imágenes, sabe que no puede mentir, que solo la verdad nos hará libres.
Demasiado narcisismo
Liberarse es el verbo que necesita conjugar el protagonista de la francesa “Les miens”, que, después de un traumatismo craneal, cambia su carácter radicalmente: si antes era un hombre apocado y obediente, ahora dice lo que piensa sin filtros. Roschdy Zem se sirve de su proceso emocional, correlato a un divorcio que se resistía a pedir, para explicar las tensiones de una familia que parece unida pero que saca sus trapos sucios a relucir cuando uno de sus miembros se rebela. La película, ligera y banal, no tarda en desplazar su interés por el hermano mayor del clan, un Pedrerol a la francesa interpretado, cómo no, por Zem. En un filme sobre la necesidad de escuchar al otro y estrechar los lazos familiares, con un mensaje de un buenismo un tanto impostado, sorprende el acto de narcisismo de Zem, que ha hecho “Les miens”, confiesa, como una carta de amor a su propia familia, que a veces le habían acusado de comportarse de una manera distante o de estar ausente por su posición privilegiada de actor de éxito.
La italiana “Chiara” ha cerrado la sección oficial. Clausura de la trilogía que completan “Nico” y “Miss Marx”, la película de Susanna Nicchiarelli cuenta la historia, bajo un prisma feminista, de “una santa y su revolución”: la chica de dieciocho años que se une a Francisco de Asís para fundar una comunidad religiosa que no comulga con las jerarquías de la institución eclesiástica. Chiara lucha contra la misoginia de la Iglesia, hace milagros y goza de epifanías musicales, pero la película, que celebra la modernidad de sus ideas, se conforma con su pulcra ilustración.