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Criaturas marinas e islas que desaparecen

En todas las mitologías del mundo, desde la griega hasta la nórdica, abundan estas figuras acuáticas, hermosas y aterradoras, híbridos que simbolizan el embrujo del mar
Ilustración de un monstruo marino por Gustave Doré
Ilustración de un monstruo marino por Gustave DoréLR

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El mar, que tan bien conocemos en torno a la Península Ibérica, es el elemento extraño y hostil que desafía y amenaza al hombre a la par. Le otorga magia y sustento pero, al sumergirse en él, desata pesadillas de aterradores abismos, poblados de criaturas insólitas que se abren bajo sus pies. El mito ha ahondado en las características de estas criaturas inefables, ora dioses y criaturas sobrenaturales, ora híbridos monstruosos con humanos, como las ondinas o selkies de la tradición del norte de Europa, que vinieron a fundirse con las aladas sirenas griegas en una simbiosis atestiguada por el arte a partir de la Edad Media y con especial énfasis en el Romanticismo. Criaturas hermosas y aterradoras, los híbridos de ser humano y pez abundan en el arte desde el paleolítico hasta las iluminaciones de los manuscritos medievales o los lienzos prerrafaelitas como símbolo de los embrujos de la mar.
Todas las mitologías, desde la griega a la nórdica, poseen criaturas así, como Tritón o las Nereidas o el pueblo de Fin, en una corte en ese tipo de personajes que encarnan el poder del mar, desde Poseidón y Tritón, con sus pares romanos, hasta los dioses célticos y germánicos del abismo marino. Muchos son los dioses celtas de las aguas, como la equina Epona, que, como Neptuno o Poseidón, tutelan a la par los caballos y las aguas. Y hay multitud de dioses indígenas de las aguas en el mundo galorromano y celtibérico, sobre todo referidas a los ríos y que aparecen en la epigrafía latina con nombres como Bormanicus o Navia. De los seres híbridos hay leyendas desde lo más remoto hasta tan recientes tiempos como las del siglo XVII, con el hombre-pez de Liérganes, un tal Francisco de La Vega, que fue dado por ahogado en la ría de Bilbao y apareció cuatro años más tarde en la Bahía de Cádiz atrapado en las redes de unos pescadores afásico y con el cuerpo cubierto de escamas. Su historia la refiere Benito Jerónimo Feijóo en su «Teatro crítico universal», todo un tesoro para explorar las supersticiones y leyendas hispanas, como la del hombre pez de Cantabria o el niño de dos cabezas de Medina Sidonia.
Entre los mitos marinos abundan también monstruos descomunales. Ceto es, tras la etimología de cetáceo, el nombre mítico griego para el Leviatán bíblico, el monstruo marino de todos los tiempos, también en paralelo con el Kraken del norte. En nuestro Atlántico, desde Huelva a Galicia, hay leyendas abundantes de este tipo de monstruos relacionados con el «finis terrae» y el «mare ignotum» allende las columnas de Heracles. «Hic sunt dragones»: la cartografía premoderna indica que más allá están los monstruos y también el mundo utópico de islas que aparecen y desaparecen o de un ultramundo paradisíaco. Existió, o quizá no existió, entre los siglos V y VI un monje y santo llamado San Brandán el navegante, también conocido como Borondón, que evangelizó Irlanda y fue abad del Monasterio de Clonfert. Relata su aventura en un texto del siglo XI, la «Navigatio Sancti Brendani», que se popularizó en la época en la que cundía la leyenda artúrica y del Grial.
Una ilustración de Gustave Doré
Una ilustración de Gustave DoréArchivo
Muchas veces su periplo recuerda al viaje al más allá, como hacia Avalon, el Tír na nóg irlandés o el Annwn galés, para el que bien puede partir desde las costas atlánticas de Galicia, por ejemplo, San Andrés de Teixido, donde «vai de morto o que non foi de vivo». Como quiera que fuera, el monje celta Brandán habría partido con un grupo de compañeros en busca de un edén terrenal llegando a una mítica isla, un «paraíso de las aves» que muchos han especulado que fuera una referencia a una temprana visita a las cercanías de América en el Medievo mucho antes de Colón. Quiere la leyenda que aquella isla despoblada llena de maravillas fuera un gran monstruo marino que, lentamente, se fue desperezando al sentir sobre su costado a los peregrinos haciendo fogatas para alimentarse. Luego volvieron para contarlo, casi siempre en primera persona, como todos estos relatos maravillosos de islas como las del griego Yambulo, Simbad en «Las mil y una noches» o el Barón de Münchausen. Hay muchas islas que luego resultan ser monstruos tremendos, como el pez Jasconius de San Brandán, el Zaratán del folclore árabe, las ballenas de los cuentos inuit y otras tan peculiares como las islas que se esconden de la mitología griega, como Delos, Ortigia o las Afortunadas, en un mitema bien conocido en todo el mundo. La leyenda, como veremos, ha sobrevivido en Canarias, las islas utópicas por excelencia en la mitología hispana.