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El día que la República bombardeó “Alemania” y que Hitler contestó con 200 bombas sobre Almería

Se cumplen 85 años del incidente entre dos “katiuskas” y el buque insignia de la flota germana. Tardaron horas en calmar a un Führer que solo se relajaría tras soltar toda su furia sobre la capital andaluza dos días después
La Razón

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El hundimiento del “Moskva” (el 14 de abril de este año) supuso un golpe directo al orgullo de Vladimir Putin. Una de las joyas de la armada rusa se iba al fondo del mar Negro tras el impacto de dos R-360 Neptune, dos misiles de diseño y fabricación ucraniana (aunque con ayuda norteamericana en la localización de la presa). Además de significar el fin del buque de guerra más grande desde 1945, el “Moscú” (“Moskva”) era un símbolo en sí mismo. La “Gloria” (ese fue su anterior nombre: “Slava”) de la invasión de Ucrania dejaba de estar reservada para esta insignia. Pero, si retrocedemos en el tiempo, nos encontramos con un caso similar durante la Guerra Civil española, aunque, en aquella ocasión, el barco atacado corrió mejor suerte, pues no quedó inutilizado. Peor fue el destino para varias decenas de sus tripulantes. La República daba en el corazón de “Alemania”.
Eran los últimos días de mayo del 37, la contienda en España iba camino de cumplir su primer año y Alemania abrazaba el nacionalsocialismo como el salvador de un país en “descomposición política y moral”. Así lo afirmaba el explorador sueco Sven Hedin, potenciado por la propaganda del régimen.
Entre otros movimientos, la Península ya había sufrido el bombardeo de la Legión Cóndor en Guernica y las flotas internacionales (Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia) se habían repartido las costas españolas para controlar los barcos mercantes y la introducción de armamento y, en esas, el Mediterráneo, de Cabo de Gata a Oropesa, era cosa de los hombres del Führer. Sin embargo, no eran garantes de paz.
El jefe de la escuadra alemana del Levante se dirigía al mando militar de Valencia: “Los aviones a sus órdenes se han acercado repetidamente, y varias veces a manera de ataque, a los buques de guerra alemanes que cumplían sus fines en la zona de control. Esta manera de acercarse los aviones a los buques de guerra de otras naciones es contrario a las costumbres internacionales. Ruego dejen de volar sobre buques de guerra alemanes. Para caso de que el hecho se repita he dado órdenes de que se tomen contramedidas correspondientes”. Y el Ministerio de Defensa contestaba: “No es cierto que acciones de la República española hayan realizado vuelos agresivos sobre los buques de guerra extranjeros que estuviesen ejerciendo el control. Si este se realiza a distancia fijada y en los controles establecidos por el Comité Internacional de No Intervención estarán dichos buques libres por completo de todo riesgo con respecto a nuestra aviación y nuestra escuadra, garantía que no puede ser ofrecida por igual si fondean imprudente o injustificadamente en radas o puertos que constituyen centros de notoria actividad de los rebeldes contra los cuales cabe que detenga su acción el Gobierno legítimo de la República española”.
Pero la tensión no tardaría en incrementarse el 29 de mayo. De esta manera rezaba el parte de guerra: “Esta tarde (...) salieron de su base dos aviones para efectuar vuelos de reconocimiento sobre las Islas Baleares. Al pasar sobre Ibiza, un buque de guerra, que estaba fondeado a doscientos metros del muelle, abrió nutrido fuego de artillería antiaérea contra nuestros aparatos, sin que precediera, por parte de estos, acto alguno de agresión, ni contra el citado barco, ni contra la ciudad. Los aviones respondieron al ataque lanzando doce bombas, cuatro de las cuales cayeron a bordo del referido barco produciendo otras tantas explosiones (...) Como es sabido, los buques de guerra extranjeros encargados del control deben ejercer su vigilancia a una distancia mínima de diez millas de la costa (...) Además, el control en torno a la isla de Ibiza (...) corresponde a la escuadra francesa y, consiguientemente, el crucero alemán no tenía ninguna misión lícita que cumplir en el sitio donde se encontraba, dentro de las aguas jurisdiccionales españolas”.
Mientras la prensa afín a la República del día siguiente habla de la “inesperada e injustificable agresión de un buque alemán” (a la cual “nuestros aparatos contestaron adecuadamente, bombardeándolo”), en los diarios nacionales se reflejaba otra realidad: “El bombardeo del ‘Deutschland’ por los rojos constituye un atentado contra la paz europea, se leía en el Diario de Córdoba el 1 de junio sobre el incidente con los dos “katiuskas”: “A consecuencia del cobarde atentado resultaron 21 muertos y 73 heridos. La prensa alemana e italiana consignan la indignación que el hecho ha producido en aquellos países y la francesa reconoce que deliberadamente se ha cometido una agresión contra a Alemania”.
Desde Londres, Reuters hablaba de las “doce bombas” y, en la Exposición de Múnich, Adolf Hitler recibía la noticia del bombardeo. Terminada la ceremonia, conversó con sus ministros “y salió el Führer para Berlín en un avión especial”, recogían los medios, “reuniéndose seguidamente con los ministros de Guerra Marina y Negocios Extranjeros”: “Vista la reincidencia de los ataques de aviones rojos del Gobierno de Valencia, el Gobierno alemán adopta medidas que comunica al Comité de No Intervención”, comunicaron.
El general Goering, que se encontraba en una finca descansando, también regresaba precipitadamente a Berlín. “La noticia del atentado ha producido enorme sensación en todo el país, no ocultándose los peligros de índole diplomático a que pudiera dar lugar la grave situación que se ha creado –escribía Diario de Córdoba–. En todas las ciudades alemanas ha producido honda impresión la noticia del criminal atentado. En todos los balcones de los edificios ondea el pabellón nacional a media asta en señal de duelo por las víctimas del torpedero”.
Franco y Hitler intercambiarían telegramas: “En ocasión agresión cobarde ha sido objeto el ‘Deutschland’ ruego a S. E. así como al noble pueblo alemán reciban expresión de mi simpatía y la simpatía de la España nacional”, enviaba el de Ferrol. El Führer contestaba agradecido y las cabeceras alemanas eran contundentes: “Tenemos que terminar con los crímenes bolcheviques”.
Mientras en Alemania se declaraban tres días de luto oficial, el bando sublevado pedía dos cosas: “Una, ofrecer a Alemania e Italia el testimonio de nuestro dolor y de nuestra indignación más alta por el crimen; (...) otra, clamar ante el mundo (...) Es una prueba más de lo que decimos cotidianamente... Pasarán los años y se mirará como una vergüenza de nuestros días que el Gobierno de Valencia haya sido mantenido en el concierto de las naciones civilizadas, cuando ha actuado salvajemente dentro y fuera de su dominio. Es evidente su afán: nada le queda que hacer con sus propios medios para salvarse. Cuando irremediablemente perdida ve una ciudad, la incendia; cuando se ve próximo a desaparecer como nación quiere prender fuego a Europa (...) ¿Qué prueba necesita Europa de lo que se busca por los rojos españoles?”.
El que no necesitaría más pruebas era Hitler. Todavía hoy, los guías turísticos de los refugios de la Guerra Civil de Puerta Purchena (Almería) recuerdan la ira del canciller: “Tardaron horas en calmarle tras los del ‘Alemania’”. La primera opción fue que Valencia pagase las bombas de Ibiza, pero que la ciudad del Turia contase con una fuerte defensa, sumado a la presencia en la zona de la prensa internacional, obligó a cambiar de objetivo: “Varios buques de la escuadra alemana que tienen encomendados en el Mediterráneo los servicios del control, bombardean, sin previo aviso, la ciudad de Almería, causando gran número de víctimas y daños de consideración”, recogía La voz de Cantabria el 1 de junio, el día después de los hechos.
Era la respuesta-castigo, como confirmaba el corresponsal de la agencia Havas en Berlín, apoyado en el discurso oficial: “Es debido a una medida de represalia por el bombardeo aéreo del ‘Deutschland’, en el que viajaba el contralmirante de la escuadra alemana”. El parte del mando de la flota marítima alemana en España comunicaba que habían sido destruidas las fortificaciones de la costa de Almería por los disparos de los buques de Hitler.
Por su parte, el comandante militar de Almería narraba los acontecimientos a las ocho de la mañana de ese lunes: “Sobre las cinco y treinta de esta madrugada fue avisado de que por el puerto de Cartagena venían un acorazado y cuatro destructores de nacionalidad alemana. A las cinco y cuarenta y cinco, los cinco buques ponían proa hacia este puerto, señalándose una distancia de veinte mil metros. Los barcos continuaron y, a una distancia de doce kilómetros, rompieron fuego sin notificación ni aviso sobre la población de Almería, sin perseguir objetivo ninguno concreto, pues sembraron de proyectiles todo el casco de la ciudad, calculándose en unos doscientos disparos hechos”.
La batería de costa contestó al fuego con unos sesenta disparos, siendo alcanzado uno de los destructores. Sobre las siete menos diez cesó el fuego de la escuadra alemana, la cual se alejó dejando una columna fumígena. El observatorio de la batería distinguió los colores de la bandera alemana de los buques agresores, que se retiraron por Cabo de Gata, con rumbo a Levante, aunque posteriormente serían avistados por un caza con dirección Melilla. “Se han derrumbado varios edificios, habiendo muertos y heridos cuyo número no se puede fijar todavía”, contaba el primer parte. Al mediodía, el siguiente: “19 muertes, de ellos cinco mujeres y un niño. Además, resultaron 55 heridos. 39 casas han quedado completamente destruidas y otras muchas deterioradas”.
La prensa alemana vitoreaba el ataque: “La venganza, respuesta a los piratas (...) El tronar de los cañones delante de Almería es un saludo de honor para los marinos muertos en el Deutschland”, que serían enterrados en Gibraltar antes de que el buque regresara a su patria.