Defecar en Holanda en el siglo XIV: pobres y ricos tenían los mismos parásitos
Un estudio se centra en restos fecales de esta ciudad holandesa a finales del medievo y la Edad Moderna, revelando las insuficientes medidas sanitarias tomadas en la época
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Resulta innegable que, pese a ser algo terriblemente humano, defecar es una actividad repugnante aunque, todo sea dicho, no siempre se ha percibido igual o, al menos, con ciertos matices. En Grecia y Roma sorprenden ciertas actitudes con respecto a la intimidad del acto, como lo demuestran las latrinas comunales donde eran empleadas esponjas atadas a un palo como instrumento grupal de limpieza, o que fuera objeto de animada conversación, como muestra el «Satiricón», donde el rico Trimalción afirmase que «ninguno de nosotros nace sin válvula de escape». Aún más, no debería sorprenderle a nadie que las heces humanas fueran empleadas en la medicina antigua, como recomendaban los médicos hipocráticos, Teodoro Prisciano o Galeno, mientras que, por otro lado, eran utilizadas en rituales mágicos.
Sea como sea, el arte de defecar y sus olorosas consecuencias proporcionan valiosas lecciones para el conocimiento del ser humano como lo demuestra la bioarqueología. Disponemos de innumerables ejemplos por doquier de investigaciones que inciden en su estudio para el análisis de las condiciones sanitarias, higiénicas y alimentarias del pasado. Valga como ejemplo, las recientes investigaciones llevadas a cabo en el yacimiento arqueológico de Calle Ventanilla por el equipo encabezado por Ramón López-Gijón y Sylvia Jiménez Brobei de la Universidad de Granada, que han ayudado a esclarecer las condiciones de la capital nazarí al comienzo de la Edad Moderna. Asimismo, si hablamos de evidencias singulares sobresale el coprolito de Lloyds Bank que, datado en el siglo IX y encontrado en el contexto de la York vikinga, supone con sus veinte por cinco centímetros el resto fecal humano más grande encontrado en contexto arqueológico. Según su descubridor, el doctor Andrew Jones, esta pieza, la gran estrella del Centro Vikingo de Jorvik donde se expone, es «tan valiosa como las joyas de la corona» por sus apreciables cualidades.
Sobre este jugoso tema discurre «Intestinal parasite infection and sanitation in medieval Leiden, the Low Countries», artículo escrito por un equipo angloneerlandés encabezado por Sophie Rabinow y publicado en la revista «Antiquity». Este artículo de bioarqueología analiza los resultados de unas excavaciones realizadas en la neerlandesa Leiden. En concreto, en una parcela situada entre las modernas calles de Haarlemmerstraat y Stille Rijn, es decir, en la inmediata cercanía del río Rin, y en un marco cronológico entre los años 1250–1600. La evidencia arqueológica se completa con los interesantísimos datos ofrecidos por el proyecto «Historisch Leiden in Kaart» (Mapeo de la Leiden histórica), centrado en la evolución histórica y espacial de esta urbe y de sus habitantes gracias a la enorme riqueza documental conservada. Leiden basó su economía a fines del medievo y comienzos de la edad moderna en una fertilísima industria textil siendo, de hecho, tanto la calle Haarlemmerstraat, entonces conocida como Marendorp, como el Rin, vías básicas para el transporte de su producción.
La excavación se centró en seis pozos negros ligados a pobladores de diversas clases sociales como se explicita tanto en el mapeo histórico como en los restos materiales hallados en los pozos ciegos. Así, mientras que al final del período estudiado la mayor parte de la parcela fue ocupada por la familia cervecera van Barrevelt, otras familias de renta inferior ocuparon viviendas de alquiler. Si en los pozos negros de los más acaudalados destacan como indicadores de su renta el consumo de langostas o cangrejos, en los más pobres sobresalen los mejillones y, en líneas generales, una alimentación más deficiente.
Con las muestras tomadas, se realizó un examen parasitológico de heces con el fin de analizar el estado de salud de los antiguos habitantes de esta ciudad, utilizando como métodos la observación microscópica de los microorganismos y el ensayo de inmunoabsorción enzimática (ELISA). Este examen reveló la presencia de huevos de numerosos endoparásitos. Destaca la presencia masiva de tricocéfalos y ascaris lumbricoides pero también se constataron tenia de los peces, dicrocoelium dendriticum, echinostomas y fasciolas hepáticas así como del protozoo giardia, peligroso inductor de severas diarreas y hasta la muerte. Estos resultados, indican los investigadores, son coherentes con los resultados hallados en otros yacimientos neerlandeses y reflejan las insuficientes medidas sanitarias tomadas en una Leiden donde no se impedía «la contaminación de la comida y bebida con las heces» y la ulterior reinfección así como, si bien lo señalan como un problema de menor orden, los malos hábitos en el tratamiento de la comida, pues algunos de estos parásitos podrían haberse evitado con una correcta manipulación de los alimentos.
Pero, ¿hubo diferencias sociales en la dispersión de estos parásitos? No, no se aprecia. Como se señala en el artículo, aún a riesgo de una hipotética contaminación, «la diversidad taxonómica de los parásitos identificados reflejan una similaridad» entre los diversos estratos sociales. Un dato que, pese a las evidentes diferencias en la ocupación de espacios y modas alimentarias, nos invita a replantearnos cómo eran las relaciones y hábitos de consumo del pasado.