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Después de todo, todo ha sido José Hierro

Varios libros, pero sobre todo el ensayo de Lorenzo Oliván, conmemoran los veinte años de la muerte en diciembre del gran poeta
ESTEBAN COBOEFE

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Un día de 1993, en uno de los cursos del simposio de Filología Española de la Universidad de Barcelona titulado «El lenguaje poético desde Lorca a Valente», el profesor Adolfo Sotelo seleccionaba para su discurso, aparte de los citados, a Luis Rosales, Blas de Otero y José Hierro. En ese momento compartía con los presentes una reseña suya en la que mencionaba «el sentimiento y la conciencia del tiempo desembocando en la voluntad de anclarse en el instante detenido y eterno como imposible punto de llegada». Por entonces teníamos al alcance «Cuanto sé de mí», hasta el momento la poesía completa de Hierro en Seix Barral. Sotelo daba la clave para asimilarla: «Alucinación o expresión vaga de emociones que buscan salvar el instante, detenerlo vivo». La memoria como perpetuo presente.
Es el Hierro que, por ejemplo, había aparecido en el volumen «Poesía social», la antología de Leopoldo de Luis en la que el poeta del que se cumplía el centenario de su nacimiento dijo verdades sin fecha de caducidad: «Los temas no se arrinconan mientras haya un poeta verdadero que acuda a ellos. Los temas no pasan, sino las modas. Mientras duran, prosperan a su sombra los mediocres barnizados de novedad. Cuando pasan, son los auténticos los que desaparecen bajo el alud de los imitadores». Con el pretexto de aquella onomástica el pasado mes de abril, Nórdica publicó «Hierro fumando», de Jesús Marchamalo, una pequeña incursión en la vida del poeta con ilustraciones de Antonio Santos. Y en estas semanas, cuando dentro de poco se van a celebrar los veinte años desde su muerte, ocurrida el 21 de diciembre de 2002, en Madrid, aparecen otras dos novedades ciertamente interesantes.

Un doble homenaje

Una de ellas es una edición preparada por Lorenzo Oliván y Jesús Marchamalo, «Biografía y antología de José Hierro» (Nórdica), en la cual han reunido los mejores versos de este autor que, pese a ser madrileño de nacimiento, se trasladó a los dos años a Santander. Se trata de un libro bienvenido, pues además de aportar una extensa antología poética, cubre un vacío, dado que no existían biografías de Hierro hasta la fecha. El libro recorre los diferentes episodios de su vida, alguno de ellos en verdad impactante, como el hecho de que de 1939 a 1944 pasó por diversas cárceles de España bajo la acusación de pertenecer a una red clandestina de ayuda y socorro a los presos.
En 1952, Hierro comenzará a trabajar en Editora Nacional y en los inicios de los setenta dirige un programa en Radio Nacional, donde permanecerá hasta su jubilación en 1987. Su obra había dado inicio en 1947, con la publicación de «Tierra sin nosotros», a lo que le siguió «Alegría», Premio Adonáis. Después ve la luz «Con las piedras, con el viento», «Quinta del 42», «Estatuas yacentes», «Cuanto sé de mí» (1957) –por el que recibe el premio de la Crítica– y «Libro de las alucinaciones» (1964), que obtiene de nuevo el Premio de la Crítica. Este volumen tiene el aliciente, además, de incluir numerosas fotografías y material gráfico del poeta y de encaminarnos, asimismo, al clímax público de Hierro: cuando, en 1981, recibe el premio Príncipe de Asturias. La recta final del autor continuará siendo productiva, pues en 1990 se edita «Agenda» y se le conceden más galardones: el Nacional de las Letras, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Cervantes y el de la Crítica, hasta que llega el año 1998 y obtiene un éxito enorme con su «Cuaderno de Nueva York».
Pues bien, Lorenzo Oliván, en «Las palabras vivas. La poesía y la poética de José Hierro» (Pre-Textos), analiza una poética que para él «se vincula de forma directa o indirecta con el movimiento, con el dinamismo. Por eso su enfoque de lo rítmico adquiere tanta complejidad y he ahí asimismo la raíz de que la música y las figuras vinculadas a ella constituyan referencias claves en su poesía». Lo fundamental aquí es considerar que en la poesía de Hierro «ritmo y vida van siempre de la mano», en la que todos los planos del lenguaje son puestos de manifiesto: desde lo fónico y sintáctico a lo semántico.

Poeta romántico

Y, en efecto, a lo largo de su trayectoria veremos cómo tal cosa cobra cuerpo. En uno de sus poemas, «Respuesta», decía de esta forma tan emocionante: «Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras. / Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente. / Que tú me entendieras a mí sin palabras / como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde». Otras piezas muy celebradas fueron «Réquiem» o aquellas que regalan títulos tan maravillosos como «Canción de cuna para dormir a un preso», «Teoría y alucinación de Dublín», «Mis hijos me traen flores de plástico», «Prólogo con libélulas y gusanos de seda», «Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono» o «Lope. La noche. Marta».
Hierro murió un sábado de diciembre. Fue el momento de recurrir a Gonzalo Corona, que en «Antología poética 1936-1998» (Espasa Calpe, 1999) afirmaba: «Defiende una concepción romántica y medieval del arte: autenticidad, inspiración, emoción, espíritu, fondo, subjetividad, autobiografía… sin olvidar que el arte es testimonio de un tiempo concreto y de una época». En LA RAZÓN del día siguiente salía una fotografía de Hierro en un fondo negro, sobre el que además se destacaba el ingenioso poema acerca del todo y la nada de «Cuaderno de Nueva York»; al lado, Joaquín Marco señalaba versos oportunos del «Libro de las alucinaciones»: «No cantaré nunca más. El canto / se me ha secado en la garganta. / Se ha dormido en mi corazón / como una rosa».
En aquellas fechas de su muerte se elogió a Hierro de forma enorme, en especial por aquel conjunto de poemas que contenía algunos textos en torno a la Gran Manzana y que se encumbró en las listas de ventas; fue el libro que le reportó una inmensa popularidad: el poeta llegó a aparecer en la televisión y en la Prensa mientras escribía en el bar de barrio en el que solía concentrarse ante el ruido de la vida. Se trataba, desde luego, de un reconocimiento de sobras merecido, aún más si cabe por llegar en medio de la moda de la poesía hermética, alejada de la emoción de la existencia sencilla y humana.
«Desde el comienzo mismo, la poesía de Hierro aborda los temas metafísicos a partir de recuerdos concretos. Escenarios y remembranzas personales son traídos de nuevo a la memoria y transformados poéticamente con vistas a comunicar a través de ellos temas tales como el paso del tiempo», decía Andrew P. Debicki en «Poesía del conocimiento. La generación española de 1956-1971», mientras José Olivio Jiménez apuntaba, en «Diez años decisivos en la poesía española contemporánea, 1960-1970»: «Para nuestro poeta nostalgia es expresión sinónima de historia. (...) El vacío del presente se satisfará así con la nostalgia del pasado o con el vino del futuro». Es el apunte capital: el hombre a través del tiempo explicándose mediante el lenguaje. ¿Qué gran poeta no ha basado cada uno de sus versos en esa ecuación misteriosa?