Sarah Kane, la suicida que no quería morir
Luz Arcas y Natalia Huarte unen fuerzas para levantar en el Español la "Psicosis" de la autora británica
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Ningún suicida se quiere morir, solo terminar con el sufrimiento. Bien lo sabía Sarah Kane (1971-1999), dramaturga y autora de un texto, Psicosis 4.48, en el que plasma el bucle con final trágico de una depresión terminal; una mujer de Essex (Reino Unido) que Juan Mayorga, tras un encuentro en Sevilla, definió como «vital» y que, de no haberse quitado la vida, hoy podría tener una obra inmensa. En apenas 28 años firmó cinco piezas que le sirvieron para abrir todas las puertas, pero la desdicha se cruzó en su camino. Ahora, Luz Arcas (Málaga, 1983) y Natalia Huarte (Pamplona, 1989) acuden a esa Psicosis desgarradora para enfrentarse a algunas primeras veces en el Teatro Español (del 7 de junio al 2 de julio, en la Sala Margarita Xirgu): la directora y coreógrafa da el salto definitivo al teatro después de su «entrenamiento» en Todas las santas, aunque ya avisa de que no dejará la senda de Toná y Mariana, entre otras; y la actriz afronta su primer escenario en solitario y una propuesta mucho más corporal que todo lo anterior.
«El montaje está marcado por el encuentro de la dos», asegura una Arcas «inspirada en la intérprete»: «Es una obra para ella por su potencia textual, su sensibilidad corporal, su finura, su talentazo...». Se deshace en elogios ante una protagonista que vive un año frenético en el que, televisión al margen, ha transitado por Safo, París 1940, Los pálidos, la reposición de Supernormales y, ahora, la Psicosis de Kane. El «matrimonio» de ambas se produjo en una cita en la que la actriz asegura que terminó con agujetas «en lugares del cuerpo en los que no sabía ni que las podía tener», ríe. Dos horas extenuantes en las que Huarte comprobó que la propuesta que quería Arcas «iba a partir de lo físico», como confiesa la directora: «Aunque esté trabajado desde el texto, Natalia ha entrado con el cuerpo. Es una obra escrita desde unos estados físicos muy concretos, y ahí el cuerpo está muy marcado por lo que está padeciendo su autora, el personaje». Pero esta no es una función de baile, avisa la intérprete. «Se confía en el monólogo, pese a que es verdad que en esta forma de trabajar es donde nuestros lenguajes se han encontrado y yo, personalmente, me he lanzado a la poética y al mundo de Luz».
Es precisamente la poética que propone Sarah Kane en su escrito la que aprovecha Arcas como «arma de doble filo», asegura. Ese ambiente en el que trama y personaje aparentemente se diluyen lo aprovecha la función para jugar: «Es muy abierta y ofrece mucho, pero, por otro lado, es complicada porque en el fondo sí hay trama y personaje –explica la directora–. Es más concreta de lo que parece. Aunque tenga saltos en el tiempo hay una narración clara y cuenta una historia. Como por suerte trabajo desde el movimiento y con una narrativa abierta hemos podido acceder a esa lógica interna que te va conduciendo». «No es tan inconexo como se presupone», cuenta Huarte: «Es una especie de diálogo conmigo misma en el que voy hacia un “yo” que nunca he conocido y “cuyo rostro está pegado en el lado oculto de mi mente”, que dice el texto. Esta mujer tiene un amor profundo por ese lugar de ella misma que no puede alcanzar». Para la intérprete, «Psicosis» tiene algo de «conócete a ti mismo», a la vez que confiesa que «no es una nota de suicidio, aunque lo parezca. Está todo muy pensado. Es un bucle en el que, según se avanza, se comprueba que todo cobra sentido con lo anterior».
El «ningún suicida se quiere morir», que se escucha en la pieza, podría dar pie a la esperanza, pero tanto Arcas como Huarte aseguran que no es una obra feliz. Kane «no quiere morir y sí acabar con el dolor, y, por eso, su deseo es la muerte. Aun así, hay amor», subraya la coreógrafa. «Existe una sensación de que quiere dejar huella, un legado que muestre con crudeza y brutalidad lo que le estaba ocurriendo para que, si alguien identifica ese estado, sepa que no hay solución. No es un alegato sobre el suicidio –defiende la actriz–. Habla de muchas cosas: de la adicción a los medicamentos, la depresión, de los hospitales, el intento de cuidarse, el dolor, el momento en el que ve la luz... Lo deja plasmado porque es consciente de que no hay marcha atrás, y sin dar la sensación de ser una víctima. Y al mismo tiempo muestra un deseo tremendo por la vida. Es una contradicción difícil de explicar con palabras».
Coinciden actriz y directora en señalar a Kane como una «pionera» y «visionaria»: «Su tristeza es la de mucha gente de su generación, y a la vez anticipó un mal propio de la sociedad de hoy. Su depresión es una enfermedad de nuestro tiempo. Alucinaría viendo el presente después de lo que escribió. Ella nos propone parar y hablar de los problemas durante la hora y cuarto que dura la función. Detenidamente, sin píldoras». La británica firmó una lección de realidad sobre la depresión, los brotes psicóticos, el desamor y la inadaptación social, y, yendo aún más lejos, de exploración formal y poética de los límites dramáticos. Pasando de la esfera sentimental a la política, hizo una profunda reflexión sobre el mal como parte ineludible de la condición humana, de la que la propia autora tampoco pretendió salvarse, dominada por los sentimientos de culpa y autocastigo.
- Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: del 7 de junio al 2 de julio. Cuánto: 18 euros.