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Manolo Santana, un hombre callado entre los gritos del “couché”

Deja atrás una carrera profesional inigualable y una vida marcada por las mujeres. Su viuda, Claudia, compartió 15 años con él y fue ella quien anunciaba la muerte del tenista

Manolo Santana, en un acto del Mutua Madrid Open
Manolo Santana, en un acto del Mutua Madrid OpenEUROPA PRESSEUROPA PRESS

Manolo Santana lo fue todo en el mundo del tenis cuando este deporte era minoritario en España. Fue más una afición de las clases altas a las que él no pertenecía y así se mantuvo siempre, sin aspirar a reescribir una historia de oropeles y biografías académicas que no tuvo. Dedicó su esfuerzo y voluntad a ser un grande y lo consiguió. A sus 83 años ha fallecido en Marbella junto a Claudia, la mujer que le ha cuidado durante los quince últimos años. Y ha sido ella quien lo comunicó. Hace unos meses, cuando se cuestionó su salud, Claudia fue muy clara: «El día que no esté, se sabrá, porque no hay nada que esconder. Como hombre público y admirado, es normal que la gente se preocupe, pero en este caso no hay doblez ni engaño. Yo lo único que quiero es que esté feliz». No vivía recluido, como se ha dicho demasiadas veces, sino protegido frente al Covid, y le visitaban los amigos de siempre.

El campeón seguía peloteando y antes de que llegara la pandemia era habitual verle en el club que lleva su nombre en el Hotel Puente Romano jugando al tenis. Y lo llamativo, como aseguraban algunos socios, es que «aguantaba como el campeón que era. Los saques eran a pie de pista pero resultaba impresionante ver que era capaz de mantenerse en la pista». A su edad mantenía sus ejercicios diarios y llevaba una vida muy saludable, y eso se traduce en un buen estado físico y mental. Manolo decidía con quién quería hablar y con quién no. El hecho de que no contestara nada no tenía que ver con que no tuviera capacidad. Tuvo a mucha gente que le quiso y le quiere y que se preocupaba cuando salían informaciones sobre su estado de salud, según explicó uno de sus amigos.

Empezó por un bocadillo

Manolo Santana era de esos hombres con una memoria excepcional. Cuando se le entrevistaba recordaba sus comienzos como una carambola del destino. Estaba predestinado, pero no sabía que un bocadillo fue el nexo de unión de lo que después sería su carrera imparable. Su madre, Mercedes, que siempre estuvo presente en su vida, le encargó un buen día que llevara el almuerzo a un hermano que trabajaba en un club de tenis para la clase alta en la calle Velázquez. Y así lo confesó en las entrevistas que concedía todos los veranos en Marbella a quien esto firma: «Desde ese día supe que el tenis iba a ser mi vida. Yo era un chico de familia humilde y para mi gente era impensable todo lo que conseguí con muchísimo esfuerzo y sacrificio». Lo más llamativo es que al gran campeón mundial nunca se le subió el éxito a la cabeza. Sabía de dónde venía y por eso nunca dejó de trabajar: «Ni en verano, ni en invierno. Trabajo en todas las estaciones porque tengo el privilegio de dedicarme a lo que me gusta».

La capilla ardiente de Manolo Santana
La capilla ardiente de Manolo SantanaAntonio PazEFE

El club Manolo Santana en Marbella era su segunda casa. O, mejor dicho, la primera. Mientras los vips que formaban la llamada jet set de la Costa del Sol llegaban a sus casas después de noches locas y amanecidas, él ya estaba en perfecto estado de revista en su puesto de trabajo: «Llego al club a las nueve de la mañana, cuando otros están de retirada de la juerga de la jornada anterior. Hay días que a las diez de la noche sigo aquí. Es mi negocio y tengo que cuidarlo».

A diferencia de la tribu de Marbella, Santana solía acudir a las cenas y a las fiestas acompañado primero de Mila Ximénez, que fue seguramente el amor de su vida, aunque convulso, y después de Otti, su segunda mujer. Una vez que había hecho acto de presencia y con la Prensa de testigo, solía desaparecer sin llamar la atención, mientras Mila se quedaba sin que hubiera ningún tipo de conflicto: «Claro que estoy encantado con la gente, pero prefiero el día a la noche. Me gusta bailar, divertirme, aunque no que todo el mundo esté pendiente de mí, porque me siento incómodo». Santana, como buen deportista, y más con su horario mañanero, no bebía alcohol (solo agua con gas y limón o refresco de cola) ni fumaba.

Amores accidentados

Su vida sentimental fue más accidentada que su trayectoria profesional. Estuvo casado veinte años con María Fernanda González Dopeso. con la que tuvo tres hijos –Manuel, Beatriz y Borja–. No fue una separación complicada. «María Fernanda me lo puso fácil. Lo nuestro hacía tiempo que se había acabado. No tenemos una relación cotidiana pero nos llevamos bien», explicaba. Una afirmación que siempre ha corroborado su hija Beatriz. Después llegaría a su vida Mila Ximénez y nació Alba, la niña de sus ojos y con la que pasó parte de su infancia y juventud. En esta relación, el divorcio resultó muy difícil. Con el tiempo, Mila perdonó a su exmarido cuestiones que la hicieron sufrir mucho, como fue tener que dejarle a su cargo a Alba porque ella no podía mantenerla. «En vez de ayudarme hizo todo lo contrario. Todo eso lo olvidé porque tengo una hija que solo me ha dado alegrías. Hay que eliminar las cosas malas y yo lo hice», me contaba ella hace unos años.

Más tarde llegó Otti, con la que nunca tuvo hijos. Una vez que ya la relación no daba más de sí, volvió a estar soltero. Y en 2015, por fin, volvió a enamorarse. Esta vez deClaudia Rodríguez, que fue ya la definitiva.