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Tristeza

Junko se deshace al borde del desahucio: «Me han dejado muy sola»

Isabel Pantoja y sus hermanos humillaron a la viuda de Bernardo Pantoja. Teme quedarse en la calle

Junko, viuda de Bernardo Pantoja
Junko, viuda de Bernardo PantojaBelen VargasGTRES

Apenas han pasado unos días desde que murióBernardo Pantoja, y su viuda Junko, japonesa de nacimiento y española de corazón, vive en medio de una nube de desconcierto que la empuja a un llanto incontrolable. Los que la conocen bien la definen como «una mujer llena de coraje, discreta y poco amiga de los medios. Si no fuera por sus cuidados, Bernardo se habría ido de este mundo hace tiempo». Junko hace una excepción y mantiene una corta, pero expresiva, conversación con LA RAZÓN, que se rompe continuamente por un estado emocional que le impide expresarse con claridad. Llora y su voz se entrecorta por momentos. Pero, pasados unos segundos confiesa que «me encuentro muy mal y muy nerviosa. Imagínese la situación. Mi marido era muy bueno y cariñoso, y le echo de menos».

Junco, viuda de Bernardo Pantoja
Junco, viuda de Bernardo PantojaLa RazónMediaset

No quiere problemas con parte de ese clan Pantoja, entiéndase Isabel y sus hermanos, que la desprecian totalmente, tal y como se ha demostrado en los últimos días. La tonadillera amenazó a su cuñada con cambiar la cerradura de la casa en la que ha vivido dos décadas con Bernardo. Humillación y prepotencia a partes iguales: «Cuando muera mi hermano voy a poner otra cerradura en el piso para que no puedas llevarte ni un alfiler», la amenazó Isabel. Junko se lo piensa bien antes de contestar. Al fin afirma que «yo sigo viviendo en el piso y no se qué va a pasar. Pero he recibido presiones para que no hable con los periodistas».

Ignorada en el tanatorio

A sus setenta y cinco años, Junko no tiene buena salud. Tiene que apoyarse en una muleta para andar y le cuesta desplazarse. Entiende que «no se han portado bien conmigo, me han dejado muy sola». En el tanatorio se sintió ignorada, los Pantoja no le dieron su sitio como viuda del fallecido. Quizá Anabel fue la más comprensiva y le dijo que no se preocupara, que su gestor la ayudaría en todo el papeleo. Pero ella no quiere aclarar en qué punto está su relación con la pantojita chica: «No quiero hablar de eso, ahora lo más importante es salir adelante». Tiene muchos amigos que le apoyan. «Eso sí. La gente me quiere y me lo demuestra en estos duros momentos. Ese es mi mayor consuelo. Yo he querido a Bernardo hasta el final, le cuidaba y me ocupaba de él. Nadie puede quitarme eso», espeta. «No me vengo abajo por tanta muestra de cariño», dice a LA RAZÓN agudizando el llanto. El silencio se impone. Junko da las gracias por «su interés, le agradezco sus palabras de ánimo. Ahora tengo que centrarme y afrontar el futuro lo mejor que pueda».

Anabel Pantoja y su padre Bernardo.
Anabel Pantoja y su padre Bernardo.instagramfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@731b78c5

Hasta sus propios vecinos han expresado su incondicional apoyo a una mujer con mucho coraje y buen corazón. Nadie la quiere fuera de ese piso. Uno de esos vecinos asegura que «todos estamos a su lado, es una mujer extraordinaria. Es vergonzoso que Isabel Pantoja le achacara en el hospital que era la culpable del ochenta y cinco por ciento de la enfermedad de su marido. Se ha desvivido por su esposo, estaba todo el día cuidándole, mientras que su hermana estaba desaparecida. No la hemos visto nunca por aquí».

Ninguno de esos vecinos ha visto aparecer a la popular tonadillera en el edificio durante los años en los que la enfermedad, esa diabetes galopante, minaba por dentro a su hermano. Ni a ella ni a Agustín Pantoja, los dos brillaron por su ausencia.

El que escribe conoció a Bernardo hace más de veinte años en un acto social en Sevilla. Era un hombre divertido y demasiado juerguista, y la aparición de Junko en su vida fue el bálsamo que necesitaba para corregir errores. La última vez que hablamos reconoció su dependencia de su pareja: «Junko es admirable, me demuestra un cariño absoluto, y le debo todo», contaba. Al reportero de «Sálvame», José Antonio León le dijo, rotunda, que «voy a intentar que la familia de Bernardo me dé mi lugar. No se han portado bien conmigo. Y no me merezco esto que está pasando».

La japonesa diseñó durante años trajes de faralaes que exportaba a su país. Con eso mantenía a un marido al que le quedó una exigua pensión. Vivía por y para él, para que no le faltara de nada. Ahora, le ha quedado una pequeña pensión de menos de cuatrocientos euros, que recibe de su país, y queda por dilucidar el montante final de su pensión de viudedad.

Si finalmente, Isabel Pantoja cumple sus amenazas, y acaba echando a su cuñada del piso, la situación será inconcebible e injusta. Con sus escasos recursos, la viuda de Bernardo Pantoja se verá ante un estado de desprotección absoluta. Un pago desmerecido a tanta abnegación, fidelidad incondicional y amor.

Un amor bendecido por la Virgen del Rocío

Bernardo conoció a Junko en una romería de la Virgen del Rocío y se enamoraron perdidamente. La japonesa consiguió lo que no lograron sus hermanos, en los temas relacionados con sus adicciones. Su boda fue en 2018, cuando la diseñadora y bailarina de flamenco tenía 67 años, y estuvo muy marcada por el secretismo. Junko sigue diseñando y exportando sus trajes de faralaes a su país. Incluso, con la pandemia, sacó una colección de mascarillas. Nunca ha dejado de bordar para sacar económicamente su matrimonio adelante, cuando dejó el baile.