Hijos ilegítimos
Rosario Bermudo, una mileurista a la espera de la herencia millonaria del marido de la Duquesa Roja
La hija del aristócrata Leoncio recibe en exclusiva a LA RAZÓN para ofrecernos el lado humano de su larga batalla judicial
De niña, Rosario Bermudo (1953) soñaba con tener un bañador. Era su ilusión. Bañarse en el riachuelo de su pueblo sevillano, Écija, como el resto de los niños, con un bañador y no el trapo que le ponía su abuela para tapar sus vergüenzas. Rosario es, recordemos, hija bastarda, aunque la expresión sea malsonante, de Leoncio González de Gregorio, marido de la duquesa de Medina Sidonia, más conocida como Duquesa Roja. Su relato, en exclusiva para LA RAZÓN, es el de una mujer humilde, pero con tanta dignidad como paciencia.
Su biografía arranca en una finca de Badajoz en la que su madre trabajaba como sirvienta. "Se enamoró perdidamente de mi padre, casi un niño, a pesar de que parecía un hombretón. Él era hijo de terratenientes y ella su criada, pero no fue una relación de abuso", advierte. No fue estupro, sí una relación desigual, imposible. "Cuando la familia supo que estaba embarazada, la despidieron y viajó a Madrid a limpiar escaleras".
La echaron con cajas destempladas
Poco después, dio a luz a Rosario en el hospital Gregorio Marañón. "Como no tenía posibles, los primeros días los pasé en la inclusa. Luego nos fuimos a Écija, a la casa familiar". La abuela, una mujer de carácter, se plantó en la finca del "señorito" Leoncio y le planteó a la madre la situación. Su hijo acababa de ser padre. Ella la echó con cajas destempladas y nunca más volvieron a saber nada. Con los años, Rosario descubrió en una foto que era la viva imagen de esta señora malhumorada.
Mientras la joven madre de Rosario malvivía con su hija y nueve hermanos, Leoncio contrajo matrimonio con la Duquesa Roja, heredera universal de un ingente patrimonio. En 1962, esta mujer, de izquierdas, lesbiana, con 16 títulos y Grande de España, se separó. Ya habían nacido Leoncio, Pilar y Gabriel, sus tres vástagos.
"Mi madre no volvió a saber de Leoncio. Se casó y tuvo otros seis hijos. Como hacía falta dinero, nos mudamos todos a Madrid a una jaula de pocos metros, sin agua. Pasamos mucha fatiga. Yo me hacía cargo mis hermanos menores al tiempo que trabajaba en una fábrica de embutidos. Era una vida muy pobre, con muchas necesidades. Desde pequeña conocí la identidad de mi padre y fui creciendo con la ilusión de abrazarle y la esperanza de que un día vendría a buscarme".
El abrazo nunca llegó
Rosario se casó, tuvo tres hijos y siguió viviendo con la misma penuria. Descartado el cariño, decidió desviar su atención a esa otra parte que le correspondía: su reconocimiento como hija. "Buscamos un primer abogado y nos vio tan miserables que nos rechazó. Por fin uno de mis hijos supo por un periódico de la existencia de un abogado experto en este tipo de pleitos, Fernando Osuna".
Este prestigioso abogado sevillano le devolvió a Rosario la confianza para reclamar sus derechos como hija del aristócrata y acceder a su herencia millonaria. Leoncio, que murió en 2008, tuvo otro hijo extramatrimonial, Javier Isidro, sí reconocido. Dejó como herencia un patrimonio de casi 17 millones de euros. Su hija Pilar fue declarada heredera universal y al resto le correspondió la legítima. Es decir, la cuarta parte de un tercio. La fortuna del patriarca incluía fincas, joyas, obras de arte, casas y un palacio en la localidad soriana de Quintana Redonda. Considerada la joya de la corona, nunca abrió sus puertas a Rosario.
Pruebas de ADN
Osuna encontró razones suficientes para emprender una larga batalla judicial que ha dado sus frutos. Las pruebas de ADN realizadas sobre los restos confirmaron que el aristócrata era el padre de Rosario. Hace unas semanas, el Tribunal Supremo lo ratificó, desestimando el recurso de apelación del resto de los hijos. Podrá acceder a la herencia y utilizar el apellido del padre. Si se consideran gananciales algunos de los bienes de la Duquesa Roja, podría recibir hasta cinco millones.
A la espera de percibir lo que le corresponde, subsiste en un piso de Torrejón de Ardoz cuidando a un esposo enfermo y con una pensión que estira para ayudar a la familia. Aunque cansada, sospecha que el pobre carecerá de mucho, pero el avaro de todo.
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