Medio Ambiente

Hackear la lluvia

China acaba de anunciar su intención de ampliar su programa de siembra de nubes a un territorio equivalente a una India y media para 2025. Lo que ha sido durante décadas una técnica puntual de inyección de yoduro de plata a las nubes para evitar sequías en los cultivos o la ruina de unas Olimpiadas, pasaría a ser la primera aplicación sistemática de modificación del clima a gran escala

China ha utilizado estas técnicas de modificación del clima durante seis décadas
China ha utilizado estas técnicas de modificación del clima durante seis décadasLa Razón

Es fácil recordar las espectaculares ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, aunque quizá al gran público no le resulte tan conocido que en esas Olimpiadas el Gobierno chino recurrió a la siembra de nubes para evitar que las lluvias del monzón perturbaran el desarrollo de las pruebas.

Durante seis décadas, la nación ha utilizado puntualmente estas técnicas de modificación del clima que consisten básicamente en descargar yoduro de plata o nitrógeno líquido sobre las nubes de forma que se origine lluvia o se evite una granizada. Sin embargo, hace unas semanas el Gobierno chino anunció su intención de expandir su programa de modificación del clima a un área equivalente a una vez y media el tamaño de la India (5,5 millones de km2) de aquí a 2025. Es decir, hacer un uso sistemático de la siembra de nubes.

Detrás de esta decisión se esconde el intento de la República Popular para revitalizar zonas rurales y restaurar ecosistemas. En la versión oficial, la transformación del clima ha ayudado a reducir el daño por granizo en ciertas regiones hasta un 70%. Pero, ¿el fin justifica los medios? Desde luego los países vecinos no respondido con buen ánimo a este anuncio, sobre todo India, que ya vive tensiones con el país vecino por los recursos hídricos. De hecho, China tiene intención de instalar 50 presas en el Tíbet, en ríos como el Brahmaputra o el Mekong y esto levanta suspicacias. «Existe un enorme potencial para la discordia y el conflicto, a menos que se tenga mucho cuidado a la hora de pensar -–y discutir– las implicaciones de gobernanza global de tales intentos de influir en los climas locales, regionales o globales», opina Gernot Wagner, profesor asociado de Estudios Medioambientales de la Universidad de Nueva York.

Básicamente, el procedimiento seguido para la génesis de lluvia artificial consiste en «el bombardeo de una nube sobreenfriada con nieve carbónica o hielo seco, multiplicando así los núcleos de congelación y propiciando el engelamiento de las gotillas. Lo mismo ocurre si se utilizan partículas de yoduro de plata. Estas partículas forman, en presencia de vapor de agua, cristales de hielo. No se descarta que, en condiciones atmosféricas idóneas, actuaciones de esta naturaleza puedan originar lluvia, pero tan sólo hay una prueba efectuada en Israel en invierno en la que se afirma que hubo un incremento torno al 10% del volumen de precipitaciones», explican el geógrafo Antonio Gil Olcina y Jorge Olcina Cantos (director del Laboratorio de Climatología) en el libro «Tratado de Climatología», que acaban de editar para la Universidad de Alicante a la que pertenecen. La forma de hacer llegar estas partículas a la capa de nubes puede ser con aviones descargando desde el aire o a través de cohetes lanzados desde tierra.

¿SON EFICIENTES?

Estas técnicas se utilizan desde hace décadas (pero de forma puntual) tanto para crear lluvia como para evitar granizo. Por ejemplo, «en Lérida se realizaron campahan ñas antigranizo hasta 2005, mediante instalación de quemadores de yoduro de plata. Luego, las acciones han consistido en la instalación de mallas antigranizo sobre los cultivos (frutales), o la contratación de seguros agrarios. En Alcañiz (Teruel) y Cariñena (Zaragoza), se desarrollan acciones antigranizo con asesoramiento de las asociaciones agrarias a los agricultores. Dichas asociaciones señalan que este tipo de prácticas llegan a reducir un 20-30% las pérdidas de cosecha», dice el Tratado.

En la actualidad, son China y los países árabes del Golfo Pérsico (especialmente los Emiratos Arabes) los que llevan a cabo proyectos más activos de modificación artificial de las lluvias. Es decir, países de clima árido. En el caso de Emiratos, en 1990 se comenzaron a desarrollar actuaciones para la incentivación artificial de las precipitaciones en colaboración con el Centro Nacional de Investigación Atmosférica (Colorado, EE.UU.) y la NASA. Este país ha puesto en marcha a partir de 2016 un nuevo Programa sobre siembra de nubes para producir lluvia.

Además de las consecuencias geopolíticas de «secuestrar» la preciosa carga de las nubes, que algunos medios asáticos empieen zan a calificar como terrorismo climático, las consecuencias medioambientales y la eficacia del proceso también están en cuestión. La propia Organización Meteorológica Mundial ha sido bastante escéptica sobre los efectos de estas técnicas.

«En 2016, un grupo de expertos de la OMM en modificación artificial del tiempo atmosférico, publicó un informesobre la cuestión y señalaba que los intentos para sembrar tormentas de granizo a pesar de haberse llevado a cabo en diferentes regiones del mundo, no han dado resultados demostrables. Las actividades contra el granizo que utilizan cañones para producir sonidos fuertes (ondas acústicas) no tienen ni base científica ni hipótesis físicas creíbles. El informe es crítico, asimismo, con los intentos de incentivación de la lluvia y de modificación de los ciclones tropicales; únicamente, destacan los avances obtenidos en la alteración de las nieblas», explican los investigadores.

Por otro lado, el empleo de yoduro de plata como núcleo de condensación en los procesos de siembra de nubes también ha sido cuestionado por su carácter contaminante. De hecho, Pekín utilizó diatomita (un tipo de roca sedimentaria con gran capacidad de absorción) en micropartículas en los Juegos de 2008. Y, por si todo esto esto fuera poco, el periódico The Guardian sugiere otra posibilidad en un reportaje sobre la decisión de China: «La modificación del clima está institucionalizada e implementada en el país y existen narrativas sobre la legitimidad para intervenir en el clima local. Esto puede proporcionar una justificación para otras intervenciones sobre el clima como la gestión de la radiación solar».

Detrás de la modificación de la lluvia pueden llegar otras propuestas más irreales como la de modificar nuestra exposición al sol. Como dice Wagner, se trataría de intentar reducir el promedio global de temperaturas «reflejando de vuelta los rayos. El principio que subyace a la geoingeniería solar es bastante simple, ya que los colores más brillantes reflejan más luz y enfrían lo que hay debajo. El esquema básico más destacado y ampliamente discutido implicaría la difusión de diminutas partículas reflectantes en la atmósfera superior. Sabemos que esto funciona porque las grandes erupciones volcánicas, como la del monte Pinatubo en 1991, catapultan millones de toneladas de aerosoles de sulfato en las estratosfera. En aquella ocasión las temperaturas medias mundiales fueron casi un grado más bajas. Sin embargo, y a pesar de los cientos de artículos sobre geoingeniería solar y sobre la posibilidad de usar carbonato cálcico por ejemplo, muchas preguntas sobre su viabilidad y efectos siguen sin respuesta. Además, hacer el planeta reflectante no puede reemplazar a la reducción de emisiones», opina Wagner.

«Estos proyectos de modificación artificial del clima me parecen una barbaridad. La ONU debería regularlos más e incluso prohibirlos, porque supone una alteración artificial de la atmósfera más, que se suma al proceso de cambio climático actual causado por el ser humano con sus emisiones. Este debe adaptarse a las condiciones climáticas existentes en cada región y no intentar alterar el funcionamiento de los fenómenos meteorológicos porque eso tiene consecuencias en otras regiones», opina tajante Olcina. Sobre las consecuencias que la geoingeniería puede tener respecto a las reglas naturales, un último apunte. En 2018 Nature analizó las consecuencias sobre el clima de las erupciones volcánicas y, si bien reducían la temperatura, el oscurecimiento de la atmósfera y la menor incidencia de la radiación solar también afectaban negativamente al crecimiento de las plantas.