Semana Santa
Los refugiados ucranianos y la víctimas de la Covid protagonizan el Sermón de las Siete Palabras en el Viernes Santo de Valladolid
El arzobispo emérito de Zaragoza, Vicente Jiménez, invita “a solidarizarnos con tantos hermanos que sufren en sus carnes los horrores de la guerra”
La invasión rusa a Ucrania y las víctimas de la Covid-19 fueron las protagonistas del Sermón de las Siete Palabras pronunciado por el arzobispo emérito de Zaragoza, Vicente Jiménez, coordinador del Equipo Sinodal en la Conferencia Episcopal, durante el Viernes Santo.
La guerra en Ucrania, también otras “silenciadas” en diversas partes del mundo, “es una verdadera locura, una catástrofe, una derrota para la humanidad”, aseguró, y añadió que “acarrea lágrimas, sangre, muertes, ruina y muchos problemas humanos”.
Desde el púlpito instalado ante la fachada donde estuvo el convento de San Francisco, primer enterramiento de Colón al fallecer en 1506 en Valladolid, el arzobispo invitó a todos los presentes a dedicar estos días de Semana Santa “a solidarizarnos con tantos hermanos que sufren en sus carnes los horrores de la guerra”.
Delante de las veinte cofradías de Valladolid, embajadores invitados, autoridades eclesiásticas y representantes institucionales, el emérito de Zaragoza no ha olvidado tampoco a quienes más han sufrido durante una pandemia “que va remitiendo pero que sigue todavía presente y que ha causado muchas muertes”.
El coronavirus, además de muerte, ha acarreado “unas graves consecuencias sociales, económicas, laborales y psicológicas, que no debemos olvidar”, indicó al recordar estos dos años de pandemia declarada que ha impedido la normal celebración, en las calles y templos, de la Semana Santa.
Más de una hora ha dedicado el prelado a meditar sobre las siete palabras o frases que Cristo pronunció antes de morir en la cruz, escoltado por otros tantos pasos procesionales, monumentales conjuntos escultóricos con cristos tallados por Gregorio Fernández, Francisco del Rincón y Pompeyo Leoni.
En la agonía de desgarro y dolor de esos cristos, catequesis en madera policromada, el orador vislumbró el de “tantas familias de refugiados a causa de la guerra en Ucrania y de otras guerras en distintas partes del mundo”, pero también el de “toda la interminable letanía de las angustias humanas, que tienen muchos rostros”.
Cada una de esas frases o siete palabras ha inspirado al arzobispo una meditación, una llamada de atención extraída desde esa “cátedra de la cruz” como ha denominado al sacrificio del Hijo de Dios plasmado en la Pasión y sobre el que ha llamado la atención de forma preferencial.
De una de esas frases pronunciada en arameo (“Elí, Elí, ¿lama sabactani?”/ Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?) se ha servido para descubrir e iluminar el rostro de los excluidos, marginados y desclasados, con frecuencia ajenos e invisibles al ojo humano.
Todos ellos “sienten el peso de la vida diaria” en forma de dificultades y dolor sin el lenitivo de “una palabra de consuelo”, afirmó delante del arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez; de su auxiliar, monseñor Luis Arguello; y del alcalde de la capital, Óscar Puente, entre otros representantes sociales e institucionales. ”Pensemos, por ejemplo, en la soledad de los ancianos descartados porque no producen; en el drama del abuso sexual de los menores en la Iglesia, pero también la sociedad; en las personas sin techo; en las mujeres maltratadas”, puso entre otros ejemplos de hermanos aquejados.
Una gran sarga enlutada, símbolo del dolor en este Viernes de la Cruz, como también han testimoniado las banderas a media hasta en la frontera casa consistorial, ha decorado el escenario de este Sermón de las Siete Palabras seguido por centenares de personas y en el que el predicador ha aludido a la devoción popular en forma de procesiones, protagonistas de la Semana Santa.
Esta liturgia popular o de calle se compone de pasos con tallas e imágenes que “tienen alma y vida porque han nacido de la fe de un pueblo que, a través del arte, sufre y goza; reza y canta; muere y resucita”, también porque “hablan al corazón del ser humano; tocan la sensibilidad individual y colectiva; y suscitan la fe, la esperanza y el amor”, concluyó Vicente Jiménez.
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