Memorias de Ai Weiwei: el arte de enfrentarse a la dictadura china
El defensor a ultranza de la libertad de expresión en su país publica su esperada biografía, la espléndida «1.000 años de alegrías y penas»
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Ai Weiwei, en estos momentos, constituye una de las figuras más controvertidas del panorama actual del arte. Es amado y odiado a partes iguales y su nombre ha trascendido el limitado perímetro del mundo artístico para proyectarse más allá como una presencia global que, a día de hoy, resulta muy difícil de clasificar. La publicación en España de su biografía –«1.000 años de alegrías y penas» (Debate)– supone una oportunidad pintiparada para volver sobre el poliedro que supone su personalidad, y poner en discusión una serie de cuestiones que afectan directamente a la visceralidad y ausencia de reposo desde la que suele ser abordada su trayectoria vital y profesional.
El «caso Ai Weiwei» encuentra su principal punto de conflicto en el hecho de la doble dimensión que detenta su labor: es artista y activista. Como productor artístico, su obra no goza de demasiado prestigio entre los profesionales del sector, los cuales suelen acusarle de oportunismo y de cierta endeblez intelectual. De hecho, la principal y más destacada labor de Ai Weiwei dentro del mundo artístico ha sido como apoyo y divulgador de la escena china más irreverente y contestataria. Antes que por sus objetos o sus acciones, el artista chino ha sobresalido desde la década de 1990 por su «gestión» de todas aquellas actitudes insumisas que se amedrentaron ante la estructura de opresión que imponía el gigante asiático. La edición de un libro como «Black Cover Book» y, de una manera especial, el comisariado –junto a Feng Boyi– de una exposición como «Fuck Off» constituyen sus aportaciones más interesantes al mundo del arte contemporáneo hasta el momento.
De hecho, esta muestra colectiva, celebrada en paralelo a la Bienal de Shanghái que se inauguró en el año 2000, aporta la mejor panorámica sobre el arte más radical e insurrecto realizado en China, y supone, por añadidura, la última exposición verdaderamente influyente y controvertida que se haya celebrado. Sorprende que, durante la primera mitad de los años 90, la presencia de Ai Weiwei en el conocido como «East Village» pekinés fuera tan tímida y que solamente se limitase a actuar como apoyo de algunos de los grandes performers que intervinieron en ella como Ma Liuming o Zhang Huan.
En realidad, la proyección internacional de Ai Weiwei, así como la autoridad ética que se ha ido ganando poco a poco a lo largo del siglo XXI no proviene tanto de su faceta artística cuanto de su desempeño en el territorio del activismo, donde su nombre se ha convertido en una referencia sin discusión. En el año 2005, Ai Weiwei descubrió las posibilidades que internet le ofrecía como plataforma para denunciar la falta de libertad individual en China. A fines de ese mismo año, abrió su blog, lo que supuso el inicio de una actividad frenética que le llevó a mantenerse en línea las 24 horas del día.
Desnortado
La red le permitió generar un raudal de comunicación que otorgaba al ciudadano, a la experiencia individual, un potencial político que ningún otro medio le procuraba. Pese a que, durante los últimos años, el activismo de Ai WeiWei se ha convertido en una marca un tanto desnortada que acude allí donde hay ruido, sin cribar la pertinencia y realidad de las causas defendidas, su actividad como agente social ha conocido episodios verdaderamente emocionantes y loables, que deben figurar entre las principales muestras de movilización civil del siglo XXI. Ahí está, por ejemplo, la «Investigación ciudadana» que, junto a miles de voluntarios, puso en marcha para investigar la muerte de casi 6000 niños durante los terremotos de Sichuan de 2008.
La investigación llevada a acabo puso de manifiesto una red de corrupción que explicaba la mala calidad de los materiales empleados para la construcción de las escuelas de aquella ciudad, y que explicaba, por tanto, el desplome inmediato de aquellas edificaciones durante el seísmo y el consiguiente elevado número de víctimas infantiles. A resultas de esta denuncia, Ai Weiwei fue perseguido por el régimen chino, secuestrado durante casi tres meses y sometido a todo tipo de chantajes. Es cierto que, en ocasiones, y como consecuencia de su gigantesca proyección mundial, la figura de Ai Weiwei cae víctima de su propio personaje y puede rayar en el esperpento. Pero, diletantismos aparte, lo que resulta innegable es que se trata de uno de los escasos artistas que ha entendido el activismo en la entera dimensión del compromiso físico y emocional. Muchos lo critican, pero pocos son los que -como él- están dispuestos a ser golpeados, secuestrados y perseguidos.