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¿Por qué la mala política es una buena política?

“El manual del dictador”, de Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, que ha dado pie a una serie en Netflix, desnuda las estrategias que usan los autócratas y explica por qué los políticos no siempre adoptan las mejores soluciones
(Korean Central News Agency/Korea News Service via AP)AP

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La Prensa recogió hace unas semanas dos excelentes ejemplos dignos de permanecer en la guía del mejor dictador. El 30 de diciembre, Pekín, en una demostración palpable de que para sus líderes el mejor periódico es aquel que no se imprime, ordenaba cerrar el diario «Stand News» de Hong Kong en medio de una oleada de interrogatorios y arrestos destinados a amedrentar voluntades y evitar la tentación de salir a protestar. Una medida que contaba con un precedente: la retirada de la estatua dedicada a los muertos de Tiananmen que había en la universidad de esta ciudad y que conmemoraba los sucesos de 1989. Una demostración del valor que conceden las autoridades chinas a los baluartes prodemocráticos y cómo la ex colonia británica empieza a comprender el significado de regresar al seno de la madre patria.
También en esas fechas asistíamos atónitos a cómo Vladimir Putin llamaba por teléfono a los niños de su país para concederles, igual que los Reyes Magos, deseos, regalos y aspiraciones de cualquier clase ante, suponemos, la sorprendida chavalería, que levantaba el teléfono esperando escuchar a un familiar y les respondía la voz del Kremlin. Este gesto de Putin fue emulado inmediatamente por los demás altos funcionarios del país, que se han puesto a repartir dádivas como si fueran Santa Claus. Más de uno puede pensar que el gesto de Putin es el signo de un alma que se vuelve humana con los años, pero está equivocado. Cuando Saddam Hussein gobernaba en Irak también era propenso a hacer su propia campaña de Navidad y, de vez en cuando, se dejaba caer por los domicilios de sus conciudadanos para comprobar que tenían alimentos en las neveras y ayudarlos con la cesta de la compra. Unas visitas bien aireadas por los medios de comunicación y que dejaban retratos de él sentado con niños en su regazo.
Una imagen que hoy, más que ternura, pone los pelos como escarpias. Estas dos tácticas anteriores no son inusuales. De hecho, están entre las más comunes de los autócratas, como revela «El manual del dictador» (editorial Siruela), de Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, adaptado en un serie reciente de Netflix, y que supone un análisis de las estrategias que siguen todos los hombres con vocación de sentarse como monarcas en el trono del poder. Pero los autores van más lejos y revelan que las principales leyes que aplica cualquier dictador. Para triunfar, esto es, sostenerse en lo más alto de la cúspide social, es imprescindible rodearse de una camarilla de hombres leales (y la lealtad, como descubrió Lenin, es algo que se enseña inculcando terror en el prójimo y haciendo que sueñe cada día con las pesadillas más innobles).
Intereses
Esta corte de colaboradores debe ser corta por un motivo: que nadie intente arrebatarte el mando. Los autores resaltan un caso. La fotografía la ofrece Cuba, en 1959, cuando triunfa la Revolución de Fidel Castro y este decide que los hombres que lo acompañaron en la victoria, estaban de más. Camilo Cienfuegos, el Che Guevara, Humberto Sori y Huber Matos no tardaron en desaparecer de las fotos. Este volumen nos abre los ojos a las maniobras a por qué los dictadores declaran una guerra, de qué hablan la mencionar una sociedad nueva, por qué invierten en obra pública, qué existe detrás de la nacionalización de las materias (sobre todo, su propia cuenta corriente), cómo manipulan la opinión pública y de qué manera coartan a sus detractores, incluso más allá de sus fronteras.
Pero el libro tiene el valor añadido de responder a una pregunta: «¿Por qué la mala conducta es casi siempre una buena política?». O lo que es igual: ¿Por qué los políticos no hacen siempre lo correcto?, cuestión que tantas veces gravita sobre el hombre común. «Las normas y leyes de un gobierno limitan lo que podemos hacer. Quienes ocupan el poder son distintos de los demás: pueden concebir normas en beneficio propio y hacer que les sea más fácil para conseguir lo que quieren. Entender lo que hace la gente y cómo lo consigue es de gran importancia para aclarar por qué quienes ocupan el poder hacen con frecuencia cosas malas. De hecho, la mala conducta es la mayoría de las veces buena política. Este axioma es válido ya se gobierne una población diminuta, un negocio familiar, una megacorporación o un imperio mundial». Los autores desenmascaran la política, no caen en romanticismos y afirman que «en lo que concierne a la política, no importan mucho la ideología, la nacionalidad y la cultura».
Y puntualizan: «Al tratar de política debemos acostumbrarnos a pensar y hablar de las acciones e intereses de dirigentes concretos con nombre y apellido, no de ideas confusas como el interés nacional, el bien común y el bienestar general (…). La política tiene que ver con individuos, cada uno de ellos motivado a hacer lo que es bueno para él, no lo que es bueno para los demás». Para Mesquita y Alastair Smith si asumimos estos principios «mejor entenderemos el gobierno, la empresa y todas las restantes formas de organización». Y refuerzan su argumentación con una frase clara, que no se pierde en subordinadas: «Una vez pensemos en qué es lo que ayuda a los dirigentes a llegar al poder y mantenerse en él, empezaremos también a ver cómo arreglar la política». El volumen es un baño de realidad, una auténtica de lección no apta para todos aquellos ingenuos que todavía creen en utopías o piensan que es posible alcanzar anhelados paraísos dorados.

Crítica de “Manual del dictador”: las claves de la democracia

★★★★★

Por Jorge Vilches
El libro de Smith y Bueno de Mesquita engancha. Es un buen ejemplo de lo que significa en estos tiempos el realismo político: pesimismo basado en el conocimiento y la experiencia y, por tanto, apegado a lo que es tangible y también lo que es posible. La idea es que la sociedad está dividida en tres: esenciales, influyentes e intercambiables. Los dos primeros, la oligarquía, someten a los intercambiables para satisfacer sus intereses. No ha habido revolución que no fuera la sustitución de una oligarquía por otra. El poder cae siempre en manos de unos pocos, un grupo pequeño que circula entre la economía y la política, y que vende un proyecto de sociedad que los intercambiables compran. Da igual que sea una república o una monarquía, un régimen comunista o uno de libre mercado, una dictadura o una democracia. Las élites, los esenciales y los influyentes, circulan, claro, como escribió Pareto, pero siempre hay un salto entre arriba y abajo. Este sistema de dominación se mantiene, dicen los autores, si el bienestar se expande; esto es, si la coalición de beneficiarios de la situación se amplía. A mayor bienestar, más estabilidad en el poder de los esenciales y los influyentes.
Esto se consigue con reformas políticas y económicas, que vienen a ser reparaciones de la vieja estructura con ánimo de que perdure. La coalición oligárquica debe asumir que es mejor encabezar la reforma que sufrir una revolución. Una coalición prudente trabaja también para las masas, los intercambiables. Si el bienestar se amplía no hay purgas en la coalición de poder porque hay mucho a repartir, y crea adictos al sistema. En cambio, la crisis económica conduce a las purgas y al canibalismo político. Ante esto, los autores de este volumen aconsejan a la coalición que haga creer a la gente que es partícipe de las decisiones políticas, que gobierna para ellos, y que mejore el Estado del bienestar. La venta de una utopía es útil en este sentido porque la búsqueda del mundo perfecto aleja del presente. La ampliación de la ciudadanía a los inmigrantes es práctico porque hay más gente para alimentar el sistema. Lampedusa estaría contento. Cambiar todo para que no cambie nada.

▲ Lo mejor

La capacidad para inferir elementos políticos de dictaduras en apariencia dispares

▼ Lo peor

la extensión en el relato de ciertos ejemplos que no aportan nada