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“El hombre del norte”: Hamlet vikingo, Hamlet místico

Tras “La bruja” y “El faro”, el director Robert Eggers retoma en “The Northman”, su primera película de estudio, el cuento nórdico que dio origen a la obra de Shakespeare
Aidan MonaghanAP
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Nunca lo ha escondido, y en cada rincón de sus escenarios, en cada detalle de su deslumbrante imaginación, el director Robert Eggers (EE.UU., 1983) deja entrever que su carrera comenzó como encargado del diseño de producción de más de una decena de cortometrajes. Así nos metió el demonio por los carismáticos ojos de Anya Taylor-Joy en «La bruja» (2015), su ópera prima y una película cocinada a fuego lento, en la que el ambiente lúgubre parecía ir tomando poco a poco el cuerpo del filme, como si la posesión, en verdad, estuviera en el propio celuloide. Hace tres años, y de la mano de unos Willem Dafoe y Robert Pattinson en estado de gracia, «El faro» le consagró como director de nicho, padre, quizá, de ese «terror elevado» del que es punta de lanza para muchos junto a Ari Aster («Hereditary»).
Cuando se preparaba para abandonar el húmedo islote en el que sus marineros de película acababan de perder la cabeza, Eggers recibió la llamada del imponente Alexander Skarsgård («Tarzán»): «Quiero hacer una fantasía vikinga y quiero que la dirijas tú», cuenta a LA RAZÓN que le dijo el actor de origen sueco. En ese «quiero», uno de los varios hijos intérpretes de Bill Skarsgård, incluía también a los mismos productores que habían dado vida a la «Midsommar» de Aster y a Universal, dispuesta a invertir la cifra mágica de los 100 millones de dólares en el filme.
Valkirias y ángeles
«Mi idea para el tono de la película era dar a entender que el mundo real y el mundo mitológico son, en realidad, el mismo. Como si Odín, y los no muertos fueran tan reales como tú, como yo, los árboles o los pajaritos», explica el director. Y sigue: «Y todo eso partió del proceso de documentación. Me di cuenta de que mucha de la historia vikinga, o lo que al menos damos por válido, suele ser parte de interpretaciones. Muy sopesadas y estudiadas, pero suposiciones al fin y al cabo. El ejemplo más claro son las valkirias, que igual que los ángeles de la cultura cristiana, han adquirido formas y estructuras distintas según la época y la interpretación de su tiempo. Eso era una mina», añade eligiendo sus palabras. Así, y con un monto que al final ha llegado hasta los 134 millones de dólares según filtran medios estadounidenses, Eggers firma y estrena esta semana «El hombre del norte», su primera película de estudio y una lectura brutal, sádica y endiabladamente tosca del cuento vikingo que dio origen al “Hamlet” de Shakespeare siglos después.
«Sé que has venido a mi casa en busca de una crítica, de un comentario algo más negativo, pero solo puedo alabarte», explica Eggers que alcanzó a decir el mexicano Alfonso Cuarón, buen amigo suyo y su analista más feroz en el caso de «La bruja», al ver el último corte del filme. El polémico poder de ese corte, una especie de Santo Grial de los autores a la hora de lidiar con los grandes estudios para poder contar las historias a su manera, confiesa el realizador que no fue nunca un problema en esta ocasión: «Lo más jodido ha sido la post-producción. Sabía que no tendría el corte final en mis manos, por la cantidad de dinero que hay en la película. El estudio seguía presionándome, en cada reunión, para hacer la versión más entretenida de la historia... que es exactamente lo que les había prometido. Pero, pese a todo, la que se va a ver es la película que yo quería hacer. Es el corte del director. Incluso aunque, para llegar a ese punto, haya peleado tanto con el estudio», responde sincero por videoconferencia, antes de matizar: «Me gusta rodar todo con una sola cámara. Sí, puede ser complicado sobre todo cuando hay tanta acción como en esta película, pero ello es realmente el resultado de mi autoría. Es difícil hacer otro corte de mi película, otra versión, porque realmente solo hemos filmado lo que yo he querido y de la manera en la que yo he querido hacerlo».
Compromiso autoral
En la tesis del macho místico que es, en verdad, «El hombre del norte» de Eggers, hay hueco para que el director se vuelva estrictamente contextual: a los ecos de videojuegos claves en la cultura popular como «Skyrim» o «Elder Ring» (notable, la cabalgata de la valkiria al más puro estilo Hidetaka Miyazaki), cabe sumar la inequívoca materialización de las masculinidades de rechazo, como esos hombres «Sigma», que circulan por Internet a medio camino entre la broma y la filosofía célibe (y barata) de vida. Eggers toma la referencia de «Hamlet», la desposee de todo rastro shakesperiano e invita al espectador a sumergirse en una especie de sueño lisérgico en el que cualquier ojo ávido de referencias visuales puede encontrar la batalla de Mustafar en el Episodio III de «Star Wars», trazas de «El Rey León» y hasta algún que otro membrete homoerótico.
«Creo que hay una percepción, ciertamente errónea por culpa de alguna entrevista pasada, en la que se da a entender que soy un director al que le gusta la violencia. Y no es así, me gusta lo humano y, dentro de lo humano, cabe la violencia. Si te soy sincero, el único compromiso creativo al que llegué antes de firmar para hacer la película fue no mostrar ningún pene en pantalla. De hecho, quería mostrarlos en la pelea final, naturalizarlos, pero creo que hubiera sido un elemento más de distracción que de apoyo dramático. ¿Pero en el asalto al campamento que vemos al final del prólogo de la película? ¿Con un montón de vikingos salvajes, berserkers, asaltango a la población? Creo que habría sido un gran detalle. O uno algo más pequeño», bromea Eggers con un gesto.
Más allá de los miembros, las tripas y el sexo, que aquí es menos explícito de lo que pedía quizá la brutalidad del resto del filme, «El hombre del norte» es una epopeya capitular; primero con Ethan Hawke como rey traicionado, luego con Skarsgård como hombre iracundo y vengativo y, más tarde y de manera más agradecida, con una Anya-Taylor Joy que se vuelve a postular al honor de ser la actriz del momento. Por allí también se pasan una genial Nicole Kidman, pese a lo extraño de su acento nórdico en la versión original, Willem Dafoe como bufón drogodependiente y hasta la cantante Björk, que protagoniza uno de los momentos más hermosos de la película gracias a la cuidada fotografía de Jarin Blaschke.
«Siempre que la gente habla de mi cine se refiere a la atmósfera, y eso me enorgullece, porque en realidad son muchos pequeños detalles que acaban dando forma al todo. Si enseñas que un chamán lleva uñas de madera, no cuentas una historia, pero ese tipo de detalles son los que van dando entidad a la puesta en escena. Quería que el espectador fuera de la mano del protagonista en ‘’El hombre del norte’' y que, si acaso, la construcción del mundo místico fuera secundaria. No hay una sola toma en la que me recree en lo bien que nos ha quedado una cabaña, o lo feroces que parecen esos perros», se abre el director sobre la experiencia, ahora sí bien traída expresión, que es su extensa película. ¿Y qué hay del rigor histórico en esos detalles? «Me gusta citar a Arthur Miller, quien siempre explicaba que los juicios a las brujas, más allá de lo misógino, se podían entender sabiendo que la gente creía de verdad en la existencia de las mismas, con escobas y pócimas. Si crees firmemente que algo existe, y actúas en consecuencia, lo estás creando, lo estás haciendo existir, por contradictorio que pueda sonar», se despide Eggers, genio y figura, sobándose los anillos.