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Maigret gana peso gracias a Depardieu

El actor encarna de forma extraordinaria al mítico comisario nacido de la imaginación literaria de Georges Simenon en esta nueva adaptación de Patrice Leconte
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En las novelas de Georges Simenon, regidas por la superstición, el misterio y el detalle de una narración muy descriptiva de intrigas que aparentemente no entrañan excesiva complejidad, se habla del comisario de la policía judicial francesa Jules Maigret como “una vaca gorda” que rebosa compasión y empatía por las víctimas de los casos que le toca resolver, fumador de pipa compulsivo y atento observador de las costumbres que hilvanan y limitan una vida. Nada que ver, según el director Patrice Leconte, con “esos detectives que pretenden ser inteligentes como Sherlock Holmes o Hércules Poirot. Él no habla mucho, mira, deja que algo llegue sin pretender nunca provocar las cosas”.
Teniendo en cuenta la fecundidad del escritor belga y por consecuencia la de este entrañable personaje literario que solo entre la década de los sesenta y los setenta llegó a protagonizar más de 70 de sus novelas y 28 relatos cortos (sin contar con las más de setenta veces en las que fue llevado a la gran pantalla tan solo en Francia por actores como Jean Gavin o Gino Cervi), la propuesta de llevar a cabo una adaptación cinematográfica podría haberse llegado a platear como un reto, excepto para alguien como Leconte.

El talento por encima del error

“Éramos muy conscientes cuando decidimos adaptar esta novela de que no éramos los primeros. Pero nuestra ambición, más allá de la admiración que sentimos hacia Simenon, era proponer nuestro particular Maigret. Por eso insistí en que la película se titulara sólo con su nombre. Si hubiéramos optado al final por “Maigret y la joven muerta”, el título original de la novela, habría sonado a serie de televisión, a nueva aventura”, explica el cineasta sentado en un confortable sillón blanco de una de las estancias del Instituto Francés al tiempo que recoloca su camisa de lino sobre el nombre de su nueva película.
Su pasión, afirma, adquirió un cariz renovado gracias a su profesor de filosofía: “Cuando era adolescente, leí mis primeros Maigret porque mi abuela materna lo adoraba. Cuando venía a cuidarnos a casa, como nuestros padres se iban de viaje, los traía y me los leía todos, me encantaba. Pero sí es cierto que pensaba que era un poco…literatura fácil. Sin embargo, en el último año de instituto, el profesor de filosofía nos dijo que pasaríamos el curso estudiando a Kant, Descartes… lo típico, pero que el mayor filósofo que existía para él era George de Simenon y a partir de ese día empecé a leerlo de otra manera, cambió mi concepto de literatura fácil. Digamos que este profesor me autorizó de alguna forma para que yo pudiera amar a Simenon. Escribe de una forma muy visual, con trampas, no es tan fácil de adaptar, pero los ambientes, los personajes, la luces, se indican con mucha precisión, con mucha imaginación. De modo que adaptar algo de Simenon es más complicado de lo que parece, pero te lleva a algo: algo que no es intelectual, que es, antes que nada, humano. Y esto me encanta”.
Esta suerte de adaptación renovada de la figura del mítico investigador, envuelta en una cadencia amable de thriller policiaco sin grandes sobresaltos o vertiginosas persecuciones, encuentra su desencadenante narrativo en la aparición del cuerpo acuchillado de una joven de belleza etérea ataviada con un elegante vestido de noche en mitad de una plaza del París de los cincuenta. “París ha cambiado tanto que ya no se puede rodar una película ambientada en los cincuenta. Algunas calles escasas que se ven en la película se hacen en Montmartre, porque hay dos calles en esa zona muy bien conservadas, pero ya no puedes rodar pelis de época libremente allí. Aunque pongas un montón de coches de época en la calle. No vale, no es lo mismo”, reconoce resignado.
En el transcurso de las indagaciones que consigan descubrir al autor del crimen, el camino de Maigret se cruza con el de Betty, una joven delincuente con un parecido sorprendente con la víctima con la que desarrolla una relación que oscila entre la protección paternal y una ambigua y discreta atracción soterrada por la diferencia de edad y la nada propicia situación que ambos encaran. Quien se adueña ahora de la pipa, el sombrero y el perfil del comisario haciendo uso de un talento que muchos creían caducado, es ni más ni menos que el controvertido Gérard Depardieu, quien, tras finalizar el rodaje, le puso la mano en el hombro a Leconte y le espetó vulnerable: “¿No me dejarás caer verdad?”.
Ambos nunca habían coincidido, pero especialmente el director indica que tenía muchas ganas hacerlo: “Si te decides a hacer un Maigret, hay que saber muy bien con qué actor quieres hacerlo. Conocía todo lo que se cuenta de él, sobre su comportamiento en los rodajes... Pero no entré en esas cosas porque al hacerlo, hubiera privilegiado esos datos por encima de su talento y no me parecía justo. Solo pensaba en una cosa: “trabajo con un actor que tiene un talento inmenso”. En el rodaje fue admirable: estaba tan concentrado, tan feliz por hacer la película, es de esos actores que lo ven todo, que observa mucho igual que Maigret. Para que te hagas una idea, yo soy el que hago los encuadres en las películas y filmar a este hombre me ha aportado emociones que no podía ni imaginar. Es caótico, complicado, todo lo que tú quieras, pero antes de cualquier cosa, es un ser humano extraordinario”, afirma evidenciando que no hay caída posible mientras trabajen juntos.