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El campo de concentración de Jadraque: frío, conservas y prisioneros de guerra

Testimonios de prisioneros y multitud de archivos avalan su existencia en esta localidad
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La Razón

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Pocos elementos tan tristemente representativos de la era contemporánea como los campos de concentración. Desde hace más de dos décadas, los arqueólogos se han unido a los historiadores para estudiarlos en profundidad y no de manera metafórica. Lo hacen mediante excavaciones, prospecciones y estudios geofísicos. Se han explorado así campos nazis como Mauthausen y Dachau, en Alemania, y campos comunistas en Rumanía, por ejemplo, Galesu y Poarta Alba. La arqueología permite descubrir muchas cosas sobre la organización de estos espacios y sobre la vida (y la muerte) de los prisioneros. También en España, donde se han desarrollado intervenciones en los campos franquistas de Camposancos, Albatera y Castuera.
El pasado mes de abril el equipo que dirigimos –centrado en la investigación de la Guerra Civil–, formado por investigadores y profesionales de la arqueología, la historia y la antropología acometió la tarea de añadir un nombre más a la lista de campos estudiados con metodología arqueológica. En este caso se trataba de un nombre caído en el olvido: Casa del Guarda, en Jadraque, Guadalajara. Sobre este campo existen carencias, pero en ningún caso un vacío documental. Antes y durante la excavación hemos reunido numerosas referencias directas sobre el sitio. Disponemos de bibliografía previa que lo menciona, como los trabajos de Javier Rodrigo o Carlos Hernández de Miguel; testimonios orales explícitos como el de Santos Andrés Andrés, o el de M.M.P., vecina casi centenaria de la zona norte de Guadalajara, que recuerda aún de primera mano el campo; y declaraciones incluso de uno de los prisioneros que lo ocuparon, Eugenio Hernández, que recogió sus memorias en una libreta. Pero lo más irrebatible es la propia documentación oficial del ejército de Franco que habla sin ambages del campo de concentración como tal.

Durmiendo al raso

En el Archivo General Militar de Ávila se custodian decenas de documentos que lo mencionan, repartidos en un mínimo de ocho carpetas que hemos podido consultar. Con esa documentación se puede reconstruir su historia: fue construido por presos republicanos procedentes del frente norte desde julio de 1938 y reocupado tras el desplome del Ejército Popular en marzo de 1939. Disponemos de cifras concretas de sus dos fases de uso: inicialmente albergó a los 305 hombres de la 1ª compañía del 76ª batallón de trabajadores prisioneros, encuadrada en la 73ª División del ejército franquista.
Tras haber alojado a un máximo de dos compañías de prisioneros, llegó el aluvión del final de la guerra: el 3 de abril un estadillo del Cuerpo de Ejército de Urgel menciona que Casa del Guarda albergaba 4.338 presos republicanos (principalmente de las brigadas mixtas 50 y 90 de la 12ª División), a los que habría que sumar los trabajadores presentes previamente. El estudio arqueológico aporta más datos. Gracias a la prospección sabemos que existieron 29 barracones destinados a prisioneros, con una superficie media de unos 22 metros cuadrados. Es imposible que 5.000 personas ocupasen ese espacio tan exiguo. La mayoría dormirían al raso en las dos semanas de ocupación masiva del sitio, probablemente en las explanadas al norte y al sur del campo, quizá con algunos barracones destinados a acoger a oficiales y comisarios, donde estarían mejor vigilados. La palabra «barracón» puede resultar engañosa. Realmente se trataba de zanjones semiexcavados en el suelo, con una cubierta sostenida por piquetas y alambre de espino, cuyos restos han aparecido sobre el suelo de las estructuras.
Los materiales recuperados (cerca de 1.200 piezas) nos hablan de que los prisioneros fueron alimentados fundamentalmente con rancho frío: comida en conserva procedente de las capturas del ejército franquista. Sardinas, atún y leche condensada son las tipologías más habituales. Algunos de los objetos aportan una sorprendente actualidad, como el frasco de medicamento de la madrileña Farmacia del Globo, que aún funciona; o la púa de bandurria, con una tipología que no ha cambiado en ocho décadas. A través de los objetos de los presos podemos saber que solo horas antes de su cautiverio formaban parte de un ejército regular, nada menos que del emblemático IV Cuerpo de Ejército del teniente coronel Cipriano Mera.
Hemos hallado varios botones del uniforme reglamentario de 1926, así como una chapa de identificación gubernamental. Y, junto a la materialidad de los prisioneros, la de los guardias. La más evidente, la munición de máuser en el talud de los barracones. Pero quizá los objetos más elocuentes sean las latas convertidas en tazas, que nos hablan tanto de la penuria que sufrieron los presos (como en otros campos, no dispondrían ni de escudillas ni de tazas para el rancho) como de su inventiva para adaptarse a la situación. Excavamos Casa del Guarda con el convencimiento de que la arqueología puede ayudarnos a conocer más sobre el pasado, incluso el pasado más reciente. Pero también con el convencimiento de que es necesario conocer toda nuestra historia. También la que preferiríamos que no hubiera sucedido.