Jon Lee Anderson: “La cultura de la cancelación ha dado vida al discurso más reaccionario”
El periodista recopila sus crónicas en “He decidido declararme marxista”, un libro que recorre el mundo durante los últimos 44 años
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Habla un dulce y perfecto español de cambalache musical. A veces suena mexicano, otras ondea un compás colombiano y en alguna ocasión, las menos, suelta una expresión castiza. John Lee Anderson (California, 1957) es uno de los grandes periodistas de la historia por su presencia en todas las áreas de conflicto en las últimas cuatro décadas, tiempo durante el que ha elaborado crónicas donde miraba de frente a sátrapas, tiranos, narcos y al fantasma de la guerra. Con el provocador título de “He decidido declararme marxista” (Debate) publica un volumen donde recopila estas piezas, algunas de ellas, inéditas en castellano.
-¿Qué sintió al releerse?
-Es una buena pregunta. No lo hago a menudo, pero tenía que hacerlo para ayudar en el trabajo compartido con los editores y necesité de su óptica para ayudarme a seleccionar. Tuve que leerme con detenimiento y fue todo un proceso. Hay trabajos que son más favoritos que otros, pero bueno, cubren un abanico y fue un proceso interesante porque los editores entienden qué puede interesar a un público grande. Una de las conversaciones que llevó a cabo el libro era articularlo. Lo cronológico no parecía muy emocionante. Tuve que pensar quién era yo y cuáles eran mis narrativas propias. De eso trata el libro. De entender el origen de la violencia política de un lado y, de otro, el ejercicio del poder, que van ligados. Son dos rieles paralelos que te conducen a través de mi obra y es lo que ha caracterizado mi trabajo. Y tanto en los orígenes como en los últimos años hay algo de mi interés menos conocido con el mundo salvaje. Mis primeras andanzas fueron en la Amazonía. Y siempre quise ir a lo silvestre pero no siempre ha sido lo que he publicado.
-Ha hecho casi un autopsicoanálisis.
-(Risas) No voy tan lejos, no. Hay cosas que están marcadas por la inmadurez, o por la manera en que enmarcas la realidad. Son crónicas de cuando tenía 20 años. Y bueno, hay cosas hechas sin edición, sin tutelaje, para un periódico menor, y sin embargo es muy parecido a como pienso hoy en día. Mi forma de ver el mundo está ahí. Y luego hay una primera crónica en una revista que fue hace mucho, mucho tiempo, de Gaza. Y ahí estoy yo. Pero había pasos internos. En “Time” te reescribían tanto, te editaban tanto, te colocaban tanto desde su óptica que no me siento identificado con ese periodismo.
-Me consuela que a usted le hayan cambiado tanto el título y el contenido alguna vez. Me preguntaba qué le movía o motivaba para elegir un lugar.
-Mira, para no ir más allá, tras el 11S, yo no había hecho muchas cosas de guerra. Me tenían como latinólogo, por mi libro de Che Guevara, lo que había hecho de Cuba, de Pinochet y... estaba haciendo un perfil de Gabo cuando estalló la guerra en Kosovo. Había sido cronista de guerra durante 12 años, pero desconocido. Y los editores de “New Yorker” no me conocían como tal. Yo le dije que quería ir porque tenía interés vital en la violencia política y entendí que Kosovo era importante porque era la primera vez que intervenía en la Guerra del Golfo y quería ir porque iba a ser importante. Tenía un feeling con Afganistán, porque cuando salieron los soviéticos estaba allí y pensaba que podría ir. Y me dejaron ir. Y se inició la etapa de que John Lee era el tipo de la guerra y desde ahí n o me aparté hasta hace poco. A partir de ahí sentí que estábamos en una fase nueva en el mundo. Que EE UU iba a la guerra en Afganistán, luego Irak... y sentí que podía ofrecer algo como una voz hasta mediadora que interpretara la realidad de esas culturas y sociedades a los americanos que solo iban a verlo con ojos bélicos. Y lo sentí necesario ir. No había opción, tenía que estar allí. Y luego, como un instinto de autopreservación, me alejé, porque la guerra te hace oscura la cosa. Pero sin dejar de ir a ellos. Pasé un proceso que fue como instintivo, de 2005 al 2011, de balancear mis conexiones con las guerras desatadas. Cuba era fascinante, con quien llevo relación de vaivén. Y otras ciudades e historias que se me antojaban. En 2011 iba a volver a América Latina y quería contar muchas historias de allí, pero estalló la primavera árabe y terminé en Libia y el Medio Oriente. Siria y esa hecatombe... Y me salvó y me devolvió el pacto entre Raúl Castro y Barack Obama. Me tiré a eso, porque era mi forma de volver y era algo muy positivo como noticia. Para mí fue un momento feliz, porque se hacían las paces después de 60 años de hostilidad, que fue un periodo feliz, que, en lugar de estar en conflictos que jamás se resuelven, había un punto de luz. No duró mucho, pero por ahí va más o menos... siempre he tratado de hacer lo que me parece importante. A veces acepto orientación de los editores o sugerencia y obviamente necesito su respaldo. Pero ha sido una relación de compromiso, flexibilidad y de tolerancia de ellos en mi insistencia.
-Dice que se sentía como un mediador entre puntos de vista de Irak o de Afganistán. ¿La crónica periodística tiene ese poder?
-Ojalá. Pero sea o no así, así me sentí en la necesidad de hacerlo. No sé si es un instinto que va más allá del periodismo. Pero yo había estado en esos lugares y conozco a mi pueblo desde una doble perspectiva: como americano de origen pero también como forastero. Sé cómo los españoles miran a los estadounidenses y cómo lo hacen los argentinos o los mexicanos y los cubanos. Incluso cómo piensan los parisinos. Y sé lo que es válido y lo que no. Y los estereotipos que ellos asignan a los demás. Lo que sí sé de mi país es que mi país, debido a muchas cosas, es que los norteamericanos no miran dónde cae su sombra, ni miden su impacto en los demás pueblos y eso se expresa de diferente forma en muchos lugares. Es un país muy fuerte, ha sido muy rico y muy bélico, pero lo curioso es que los norteamericanos no se consideran un país guerrero. En Afganistán sentí, más que la necesidad de ser testigo de la historia, que yo podía explicar aspectos de su cultura y expresarlos. Porque los estadounidenses ya no miraban a personas sino a una masa hostil. Los habían cosificado, les asociaron un término despectivo o denigrante y les convirtieron en matables. Algunas de mis piezas en Afganistán buscaban contar una historia original y también una manera de explicar ese pueblo a los lectores de allá.
-Sé que el título es un autohomenaje, pero parece que el marxismo ha sido eliminado de la faz de la tierra como método de análisis o de interpretación de la realidad. ¿Qué piensa?
-Sí. Esto fue una declaración de treceañero, que buscaba un encauce, una etiqueta para mi lectura de la historia, sobre quién había dado pecho en la lucha antifascista con la que yo me identificaba. Y los marxistas merecían mi respeto por ello, pero bueno, uno va viendo que hay sectarismo y fanatismo en todos los credos políticos y no me inclinaba por ninguno. Yo soy antifascista y reconozco virtudes del marxismo como teoría, pero en su aplicación, como, lamentablemente en la aplicación de todas las ideologías, han fracasado en gran medida. Y por eso ahora es una etiqueta desgastada. Lo que pasa es que estamos en un mundo en el que vuelve a haber enormes oligarcas, plutócratas, monopolios, injusticias... el sindicalismo está muerto y no hay defensa de los obreros. Se utiliza la mano de obra indocumentada. Y está la ultraderecha en auge y la liberalidad en su conjunto está endeble.
-¿Está en riesgo el sistema democrático?
-Lo hemos maltratado, pero es el que permite la tolerancia, la democracia. Siempre en un marco de convivencia. Pero ante la irrupción en escena de déspotas, de autoritarios, estamos en peligro de perder todo ese espacio que a duras penas hemos logrado construir. Ahora parece que hasta en EE UU está en riesgo de perderse. Quizá ese titular provocador sirve de piedra de toque para conversar sobre todo eso. Pero si se pregunta qué grupo marxista ha dejado un ejemplo loable o dónde ha creado prosperidad y ganas de emularlo... muy pocos lo han hecho. Solo diría que la Cuba de Fidel en todo caso, exitoso entre comillas. Pero ya nadie va a Cuba a crear el hombre nuevo, ni a Venezuela, ni a Bolivia ni a Nicaragua. En 2006 hubo un momento de revolución 2.0 con Lula, Mujica... que este señor sí que es marxista sin proclamarlo y es una persona más buenos que he conocido. Le volví a ver hace un mes. Fui a verlo un día y me hizo sentir feliz, porque es un hombre que se va. Tiene cáncer... y ya que hablamos del tema, en el mejor de los casos he conocido a una gente marxista que sea de las mejores personas que he conocido en la vida. Gente consagrada a sus ideales, más sacrificados, honestos y menos violentos. Y humanistas. Pero hablamos de individuos y si lo pienso es un puñado. No ha funcionado como sistema político impuesto. Quizá lo más cercano han sido algunos curas y mojas que he conocido.
-Sin embargo, parece que, con la caída de este aparato teórico, la izquierda ha entrado en una crisis de planteamientos.
-Sí, así es. Y ha sido un error. No digo que no hay puntos de reivindicación social que no valiera la pena hacer, pero la forma de proceder ha sido contraproducente desde el punto de vista pragmático y político. No ha sido oportuno políticamente. Lo han hecho de forma muy dogmática en algunos casos y la cultura de la cancelación ha sido una cosa lamentable. Porque ha creado mucha reacción y ha dado vida de nuevo a una política más reaccionaria, de ultraderecha. Y no había cómo pararlo. Estados Unidos presenciamos algo que no había sucedido desde los años 50, que era la quema de libros o su censura en lugares como Texas. Ya no se puede leer a esto porque hablan de sexo o lo que sea. Pero la izquierda hace lo mismo: Mark Twain ya no es adecuado porque utiliza la “n word” (la palabra negro o nigger). Ya no se puede. ¿A dónde vamos? Piras de libros por ambos lados. Ha sido muy lamentable y creo que las redes sociales ha sido un factor instigador en todo esto. Es como si llegásemos a la polarización muy rápidamente. Al extremo sin discusión previa. Y eso tiene que ver con la instantaneidad de la forma en que nos comunicamos hoy en día. Y estos aparatos lanzan nuestra voz a un millón de personas sin pensar en las consecuencias y en algunos casos para sentirse narcisísticamente agraciados por hacerlo. Sentir una satisfacción por figurar. Y eso ha puesto al mundo en pie de guerra aunque sea virtual. Eso tiene sus efectos en la fisiología política.
-Lo que inevitablemente nos lleva a Trump.
-Sí, viene de esto. Era muy interesante presenciar la resaca después de los resultados y cómo la gente de izquierda y los liberales se sacaban la mugre o se autoflagelaban. Se señalaban unos a otros también. Fue muy contundente y hasta el día después la gente no veía. Es como si hubiera varias capas de velo que había que retirar. Hoy ya se habla de que la cultura de la cancelación o la ideología de género se habla de forma que no se atrevía antes. Quizá sea el paso previo a una política más sana de afrontar las cosas. Lo que siempre he sentido en los últimos 20 años. Xenofobia, inmigración, islamofobia... eso hay una falta por parte de los líderes democráticos de articular los problemas delicados que tenemos que incluyen la “migración incómoda”. Hay que aceptar que si hay inmigración, por más que uno tenga empatía y quiera que todo el mundo lo sea, hay una realidad que tiene que ver con que decir que uno está incómodo con la inmigración no te convierte en un xenófobo o un racista. No dejar que la gente se exprese en este sentido hace que sean más xenófobos. Y eso es algo que le echo la culpa a los líderes liberales que han querido estar bien con dios y el diablo o que han cuidado mucho su fachada política o su bancada más progresista. Y eso les ha costado el poder y ha cultivado o nutrido el campo para la ultraderecha. Y por eso estamos en el terreno que estamos. Por eso triunfa Viktor Orban, porque habla a calzón quitado y también lo hace Trump y toda esa gente que se sentía así, cancelado por pensar cosas y se aferran a él porque se sienten liberados. Pero se liberan lamentablemente para expresar lo peores tipos de sentimientos. No hemos tenido líderes capaces. Yo soy crítico con Tony Blair por dejar un silencio en esa sociedad sobre el error que fue la invasión de Irak. Boris Johnson, que es inteligente pero frívolo, tiene el deber histórico de resolver el cagazón que armó con Brexit, y no lo ha hecho. Pero si preguntas a cualquier inglés inteligente y sensible, capaz, ya sea de derechas o de izquierdas, qué piensa del Brexit, y te dirá que fue un desastre. Pero durante varios años ningún político lo manifiesta en público. Menciono estos casos porque esta articulación de políticos sobre problemas importantes no lo estamos viendo. Esperaba que Kamala Harris tuviera esa posibilidad. Quizá sea Ocasio Cortez, que viene de la cultura de la cancelación pero parece que se está madurando.