¿Cómo puede la Unión Europea superar su grave crisis existencial?
Sami Naïr publica un ensayo crítico con la UE y buena parte de sus decisiones, y aboga por relanzar su proyecto ante el desafío que suponen Putin y EE UU


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a Unión Europea ya no es lo que era. Desde su fundación en 1945 con el propósito de que diversos Estados-nación solucionasen sus problemas y evitaran, sobre todo, futuras guerras fratricidas entre ellos, muchas cosas han cambiado. Ahora, ante la incertidumbre de lo que puede ocurrir en Oriente Medio, en el Este de Europa o en África, y ante la potencia de países como EE UU y China, se encuentra en una situación compleja muy lejos de aquellos principios rectores sobre los que fue fundada. Hoy en día, más que un proyecto común, la Unión Europea parece haberse convertido en un mero poder tecnocrático que, entre otras cosas, se dedica a expandir las privatizaciones de sus empresas públicas. Sin la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.
Eso es, al menos, lo que plantea Sami Naïr en «Europa encadenada», un agudo ensayo en el que el autor, nacido en Tremecén, Argelia, en 1946, catedrático en Ciencias Políticas y director del Centro Mediterráneo Andalusí de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, analiza la situación presente de la Unión tomando como referencia el espíritu que la impulsó, lo cual implica, sobre todo y según afirma Naïr, tener en cuenta que los ciudadanos, más que consumidores, son un factor determinante: actores sociales que no sólo pueden sino que además deben incidir en un porvenir que les asegure, en conjunto, un bienestar económico y social. Para Naïr, que creció en la ciudad francesa de Belfort, el punto de quiebra de este cambio en la Unión se dio cuando los socialistas franceses, bajo los mandatos de François Mitterrand entre 1981 y 1995, abrieron las puertas a una vía neoliberal junto con los conservadores europeos. Así, el objetivo inicial, señala Naïr, «fue atrapado por una estrategia económica» basada, esencialmente, en la competencia «libre y no falseada», excluyendo toda dimensión de políticas públicas comunes. El socialismo galo y la socialdemocracia alemana han desempeñado, en esa metamorfosis, un papel de primer orden. Pero no se trata, advierte Naïr, de una conspiración ni de una simple traición por parte de la izquierda europea, sino de otra cosa. «Esta orientación conservadora-socialdemócrata –escribe– es el fruto de la creencia en una nueva ideología que llamaría paneuropeísta, que se arraiga en los valores democráticos de los Tratados fundacionales de la Unión Europea, y que legitima la institucionalización del neoliberalismo económico como una tercera vía entre la derecha y la izquierda». Pero esa mirada fuertemente crítica y claramente analítica que se plasma a lo largo del libro no es, sin embargo, una expresión de rechazo a Europa como proyecto ni un diagnóstico pesimista.
Contra el antieuropeísmo
Así, la posición de Naïr, en ese sentido, es más bien esperanzadora. «No albergo el euroescepticismo, que, como todo escepticismo, en filosofía no es más que una forma de duda erigida en teoría; tampoco creo en el antieuropeísmo nacionalista, que es un callejón sin salida y sólo puede conducir a la impotencia histórica», aclara. El camino, en cualquier caso, para salir de esta «Europa sin cabeza, fruto, en realidad, de su condición de ser crisol y vector de la globalización neoliberal», es otro. La Unión, más allá de haber conseguido notables logros como la moneda única, la creación de un gran mercado y la libre circulación de los ciudadanos, no ha logrado frenar, según Naïr, «las desigualdades entre naciones dentro de un mercado único, la desindustrialización o la aniquilación de los servicios públicos nacionales» que provocan, en esta Europa encadenada, un profundo malestar, con el consecuente auge del escepticismo antieuropeo.
¿Dónde encontrar, en todo caso, una nueva inspiración, un renacimiento, un alegato que sustente la voz comprometida e irrevocable de una Europa democrática, solidaria y social?, se pregunta Naïr. Y añade: «Sin unión política y económica, las fortalezas de la civilización europea serán aplastadas por las garras de las grandes potencias del siglo XXI (...) porque no hay otra alternativa frente al retorno de los nacionalismos fanáticos que, a lo largo del siglo XX, llevaron a Europa al suicidio». Encontrar una solución, en todo caso, sigue siendo algo posible. Sólo se trata de salir de una estrategia económica basada en la competencia libre y apoyarse en otra que tenga en cuenta políticas públicas comunes, que se sostenga en el proyecto de un conjunto europeo unido pese a todas sus carencias y contradicciones. Eso, al fin y al cabo, «es lo mejor que han inventado las naciones de Europa en su secular historia», afirma Naïr.Así, sostien e el autor, pueden iniciarse políticas públicas mutualizadas entre Estados para salir de este atolladero y dar a Europa el lugar que se merece dentro del panorama mundial: un espacio que le permita competir con los grandes bloques (es decir, Estados Unidos y China), liderar políticas de cambio climático, tener una mayor participación en África, en Oriente Medio y el Mediterráneo, y afianzar, en lo posible, sus vínculos con Ucrania.
Únicamente así, retomando el espíritu fundador, la Unión Europea podrá afianzarse como una unión verdadera asentada en pilares como la soberanía, la política y, sobre todo, la participación ciudadana. «La Unión Europea sólo tiene una función histórica, que es la de servir a los pueblos europeos y mejorar su condición social y política. Sin una identidad política común, Europa seguirá siendo lo que es hoy: una maquinaria que apenas disimula las duras, y a menudo implacables, relaciones de poder y de dominación entre las naciones que la constituyen, pero también su debilidad de conjunto frente al mundo exterior».
Confederal o federal
Paralizada en su crecimiento político, todo parece indicar que la Unión Europea tendrá grandes dificultades para salir de esta situación, concluye Naïr, si no se enfrenta a la crisis existencial que la embarga y si no evita afrontar, cara a cara, el problema de su conformación como una Europa política, ya sea confederal o federal, donde los Estados-nación, en lugar de ser los garantes y detentar el monopolio de la resolución de los conflictos de intereses entre los diversos estratos y clases sociales, esto es, la esencia misma de una democracia liberal pluralista, sean «vectores directos o indirectos de la dominación de dos instancias supranacionales: la Comisión Europea y el Banco Central europeo».
Estas instituciones, pese a que ejercen sus funciones al servicio de un «interés general europeo», ese interés general y europeo nunca, dice Naïr, se ha definido con rigor. A menudo, incluso, se ha visto condicionado y orientado por los intereses de «las fuerzas económicas transnacionales que reinan en el sistema global europeo». Naïr, en conclusión, en este ensayo agudo y comprometido, apuesta por eso que llama «eurorrealismo», un concepto que refleja mejor su convicción de que la razón política práctica es más útil para la historia que todas las ilusiones enfáticas y utópicas. Y que sólo eso hará posible que la Unión Europea avance hacia adelante sin perder de vista el espíritu que la fundó.