Reino Unido
Johnson se niega a dimitir tras sufrir un duro varapalo en unas elecciones parciales
El presidente del Partido Conservador, Oliver Dowden, anuncia su salida tras los pésimos resultados: “Alguien tiene que asumir la responsabilidad”
Al Partido Conservador le costó más de una década ponerse de acuerdo y elegir como líder a una figura tan controvertida como Boris Johnson, una mezcla caótica entre político y “celebrity”. Pero las elecciones de 2019 le dieron la razón. La ambición rubia llevó a la formación a una mayoría absoluta no vista desde tiempos de Margaret Thatcher.
Los conservadores perforaron el Muro Rojo del norte de Inglaterra con la promesa de “ejecutar el Brexit”, un mensaje que caló en los votantes laboristas desilusionados. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se hicieron con el voto de esta zona industrial. Johnson fue aclamado como uno de los realineamientos más significativos en la política británica desde la revolución de libre mercado diseñada por la Dama de Hierro. Y, sin embargo, todo ha sido todo un pinchazo. Nada queda del aurea del que fuera “rockstar” de la causa euroescéptica.
Apenas dos años y medio después de su gran triunfo electoral, todas las señales apuntan ahora a la misma dirección: el tiempo de Johnson en Downing Street se acaba. El “premier” ha perdido la autoridad de sus filas, el apoyo de su propio Gabinete y la confianza del electorado.
La humillante derrota sufrida ayer en las importantes elecciones parciales celebradas en Inglaterra, donde no fue capaz de retener los escaños en dos distritos clave, plantea serias dudas sobre si el excéntrico político realmente aguantará como candidato conservador para las próximas generales previstas en 2024.
Feudo tradicional
Perder el escaño de Tiverton & Honiton, una circunscripción del sur de Inglaterra que los “tories” controlaban desde su creación en 1997, pone en evidencia que el primer ministro ya no cuenta con la confianza de los votantes azules tradicionales. Las elecciones en esta circunscripción mayoritariamente rural, con una población de gente mayor y con menos diversidad étnica que el promedio nacional se celebraban tras la dimisión de un diputado conservador por ver pornografía en su teléfono en pleno debate parlamentario. Los liberal demócratas se posicionaban como gran favoritos consiguiendo derrocar a una de las mayorías conservadoras más grandes del país en el mayor vuelco electoral en la historia británica.
Pierde los votos prestados del Muro Rojo
Por su parte, perder Wakefield, una antigua ciudad industrial localizada en el Muro Rojo del norte de Inglaterra, revela que el primer ministro tampoco goza ya del apoyo que los tradicionales votantes laboristas en esta zona le dieron en los comicios de 2019 con su promesa de ejecutar el Brexit. Los comicios se celebraban tras la dimisión de un conservador condenado a 18 meses por agresión sexual a un menor. Los laboristas conseguían recuperar un escaño que mantenía en su poder desde 1931, un soplo de aire fresco para el líder de la oposición, Keir Starmer, que pese a todos los escándalos del Ejecutivo no saca toda la ventaja que les gustaría a sus filas.
En definitiva, con Johnson a la cabeza ya no solo hay dudas sobre si el Partido Conservador podría conservar la mayoría absoluta, sino si tiene algún tipo de opción de mantenerse en el poder. La ambición rubia ha dejado de ser un “asset”. Y a los “tories” nunca les ha temblado el pulso a la hora de forzar la salida de un líder cuando las cosas se complican. Pasó con Theresa May y la propia Thatcher.
Tras la derrota, Oliver Dowden, presidente del Partido Conservador, presentó su dimisión alegando en una carta que estas elecciones habían sido “el último de una racha de muy malos resultados”, y agregando que “alguien debe asumir la responsabilidad”. Toda una indirecta a un primer ministro que está ahora contra las cuerdas.
Al aún inquilino de Downing Street, la humillación le pilló en Ruanda, en la cumbre de Commonwealth. Consciente de los malos pronósticos que daban los sondeos, ya había adelantado que “sería una locura” plantearse dimitir por unas elecciones parciales celebradas en medio de una legislatura. En circunstancias normales, podría entenderse porque este tipo de citas con las urnas suponen un voto castigo para el Gobierno de turno.
La factura del “Partygate”
Pero Johnson no vive circunstancias normales. El escándalo del “Partygate”, constantes volantazos en sus políticas y una inflación desbocada muestran desde hace tiempo una imagen de debilidad.
El “premier” recalcó ayer que tiene que “escuchar” el mensaje del electorado, aunque justifica que los resultados son un reflejo de “muchas cosas”, en particular del coste de vida. “Es absolutamente cierto que hemos tenido algunos resultados difíciles en las elecciones parciales. Han sido, creo, un reflejo de muchas cosas, pero tenemos que reconocer que los votantes están pasando por un momento difícil en este momento”, matizó. “Creo que, como Gobierno, tengo que escuchar lo que dice la gente, en particular las dificultades que enfrenta por el coste de la vida, que, creo, para la mayoría de la gente es el problema número uno”, subrayó.
En teoría, tras sobrevivir a principios de mes a la moción de confianza -donde el 41% de las filas votó en su contra- Johnson estaría ahora inmune a nuevos retos internos durante el plazo de un año. Pero los rebeldes no están dispuestos a dar tregua y están presionando para cambiar las reglas del partido para así poder plantear otro desafío a su liderazgo en el plazo de seis meses. Asimismo, también están barajando diferentes opciones como medida de presión, como una “huelga de votos” para paralizar la agenda legislativa del Gobierno si fuera necesario.
El que fuera líder del Partido Conservador, Michael Howard, fue una de las tantas voces que se sumó ayer a los que piden la dimisión del “premier”. “La formación, y más importante aún, el país, estarían mejor bajo un nuevo liderazgo. Los miembros del Gabinete deben considerar con mucho cuidado sus posiciones”, matizó.
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