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¿Pero de verdad existieron alguna vez las groupies?

Entre Sinatra y la «beatlemanía»: estas mujeres no solo se acostaban con los músicos, sino que fueron un fenómeno más experto en música, si cabe, que la propia crítica
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Ah, las groupies. Criaturas míticas del rock de las que hablaba todo el mundo, pero cuya existencia era tan difícil de comprobar como la del centauro o el unicornio en la Antigüedad grecolatina. En teoría, eran amazonas desinhibidas que se pirraban por tener encuentros carnales con los músicos, un significado mítico a medio camino entre la musa, la hurí, la ninfa y la coleccionista de autógrafos. ¿Qué hay de cierto en ello? Bueno, más de lo que parece y mucho menos de lo que la lírica de la epopeya rock pudiera sugerir. El fenómeno corre paralelo al cambio de paradigmas sexuales que se da en el siglo XX. Cuando las escolares de los años 50 empiezan a gritar al ver a Frank Sinatra, se sientan las bases de lo que serían las posteriores groupies, pero sus fundamentos ya venían de lejos. Por lo menos, de medio siglo antes.
A principios del XX, Freud normalizó una serie de conductas emotivas que hasta la fecha estaban proscritas de ser manifestadas en público. Tras la Segunda Guerra Mundial, ese camino de sinceridad se cruza con la prosperidad económica de los adolescentes y aparecen los primeros fenómenos de fans grupales que van a chillar y testimoniar las emociones de sus hormonas en los conciertos. El primer icono de esos clubs de fans será Sinatra. Lo persiguen para adorarlo las llamadas «bobby soxers», chiquillas que todavía vestían los calcetines infantiles (de ahí su nombre) en lugar de las medias de nylon que serían muy populares entre las féminas adultas de la época.
Pero como la popularidad del rock’n’roll nace enseguida por esos días (en 1953, concretamente), todo ese mercado de filias adolescentes se traslada de una manera natural a los artistas de la nueva música respondona. Son artistas que además tienen una edad más cercana a la de sus propios seguidores. La universalidad de ese tipo de movimientos grupales juveniles alcanza su momento más mundial con la «beatlemanía». El sesgo de género se ve muy claro en las películas de la época: existían fans masculinos, pero eran pocos y se expresaban de diferente manera. La posesión del desmadre emocional la asumían sin complejo ellas, gustando de acciones llamativas que a veces se convertían incluso en problemas de orden público. ¿Cómo se pasa de las fans aguerridas a las groupies? Pues con la llegada de la contracultura, que agrega unas dosis importantes de filosofía y desafío de costumbres a esa pócima.
Cantos de sirenas
La idea de emancipación, de dirigir la propia sexualidad y de amor libre intersecciona con todo ese movimiento fan y el seguimiento de las bandas se convierte en algo ya de mucho más contenido, sobre todo en el caso de las bandas hippies más ideologizadas. La groupie de finales de los 60 es una mujer que no quiere solo acostarse con el músico, sino compartir su vida libre y utópica y su mundo de creatividad (empoderarse, le llaman ahora). En muchos casos saben más de la banda que los propios críticos, conocen bien la música del grupo y sus objetivos artísticos. Que existieron es indubitable porque hasta la «Rolling Stone» les dedicó un especial de su reportero Baron Wolman el 15 de febrero de 1969 (un año de un guarismo adecuadísimo para el tema).
Wolman las fotografió abundantemente. Justo a tiempo, porque en 1973 toda la espontaneidad de esas conductas ya se había vulgarizado (convirtiéndose en algo cercano a la prostitución encubierta), como se comprueba en el libro «Viajando con los Rolling Stones», de Robert Greenfield, o con el caso de las strippers que Queen alquilaron para la presentación de su disco «Jazz» en 1977. Pero, aunque su reinado fue breve y se deshizo pronto en lamentables epígonos, sería injusto pensar en las groupies como simples busconas. Mujeres como Cherry Vanilla o Genya Ravan grabaron luego discos jugando con la leyenda (no se sabe si cierta) de haber sido groupies. En el caso de Ravan, incluso discos notables. Unieron así sus nombres a Miss Sandra, Anna, las GTO y otras. Por tanto, la isla de las sirenas realmente existió. Otra cosa es que sus cantos fueran o no armoniosos.