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Pacifismo cuqui: ¿por qué la progresía no quiere armar a Ucrania?

¿Qué motivos esconden detrás estos políticos de Podemos que no se oponen a Putin y abogan por la caída de Kiev?
DREAMSTIMELa Razón

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Que es esta una guerra cruel y despiadada, nadie lo duda. Tampoco que a todos nos une el desprecio por la violencia, como nos une la defensa de los Derechos Humanos o de nuestras libertades, o un mínimo consenso en cuanto a lo que es correcto e incorrecto, lo aceptable y deseable. Es lógico y es sabido. Preferimos, así en general y a bulto, la paz a la guerra, el amor al odio, el bien al mal y el jamón ibérico al brócoli hervido. Pero una vez llegado al punto en que ya ha estallado un conflicto desigual, cuando la invasión de Rusia a Ucrania es un hecho y ante una ofensiva armada en la que no es de ningún modo aceptable equiparar a agresor y agredido, en un caso así, digo, las consignas empecinadamente pacifistas rozan la ingenuidad infantil cuando no, directamente, el cinismo. Si, además, esas manifestaciones proceden de cargos públicos e implican acciones como posicionarse en contra de facilitar armas para que el más débil, el oprimido, pueda al menos defenderse con dignidad, descartada casi la eficacia, se trata ya de una irresponsabilidad y de un manifiesto desprecio hacia valores irrenunciables como la solidaridad, la conmiseración o el auxilio debido.
Pero en esas estamos. En el marco de una sociedad exacerbadamente emocional y rabiosamente adanista y tuitiva, radicalmente polarizado y crispado el debate público, algunos, los de siempre, siguen evitando hacer un análisis riguroso y ponderado de la realidad y continúan agarrados a la política de los gestos, a la consigna coreable y el reproche moral. A la estrategia del encasillamiento en bandos y etiquetas. Aunque eso implique, ahora mismo, defender el hecho de desamparar al necesitado.

Ejercicio de inconsciencia

Asistimos boquiabiertos a comparecencias y manifestaciones de Pisarellos, Monteros e Iglesias que, ante un escenario como este, no tienen más ocurrencia que defender, por ejemplo, que son los movimientos feministas y ecologistas los que pararán esta guerra. Como Santa Bárbara traerá la lluvia. Que aquí las que sufren son las mujeres, pese a que sean los hombres en su mayoría los que van al frente y solo ellas y los niños los que son acogidos como refugiados, o que es una inconsciencia y un heroicismo inaceptable que la población civil se rebele frente a la agresión del invasor. Se suceden los despropósitos ante nuestra atónita mirada y los hay ya que por quien sufren es por las mascotas o por los daños ambientales. Mientras mueren los civiles a decenas y la ofensiva persiste, mientras se suceden los bombardeos y ataques sobre la ciudad.
Tuiteaba Isa Serra, exdiputada y exportavoz de Unidas Podemos, «no hay camino para la paz, la paz es el camino». A uno le daría la risa si no fuese tan espeluznante que lo haga en estos momentos alguien con proyección pública y aspirante a cargo en cuanto los antecedentes se lo permitan. A dos ocurrencias nos sitúa de un «¿te imaginas que hay una guerra y no va nadie?» en organismos oficiales. La cursilería se ha hecho fuerte. ¿A qué responde esta actitud, este posicionamiento, ante una situación como esta? ¿Es superficialidad, es ignorancia, es estupidez? ¿Desinterés, desprecio? ¿Es moralmente aceptable en este momento un pacifismo incomprensiblemente radical en cuyo nombre se multiplicarían las bajas o se exigiría la rendición de un pueblo soberano para evitarlas?
El escritor Antonio Pérez Henares, autor de, entre otros, los libros «Cabeza de Vaca» o «Tiempo de Hormigas», obra esta última en la que aborda sin ambages la actual «dictadura cursi» que sufrimos, señala el origen de estas actitudes adanistas y preocupantemente idealistas. «Vivimos desde hace ya demasiado tiempo bajo una especie de mandamientos teocráticos de obligado cumplimiento», explica, «que son terribles porque atentan directamente contra nuestra libertad, afectan a toda nuestra vida cotidiana, pero nos son presentados, como en toda dictadura, como, no ya lo bueno, sino lo único bueno. Pretender que solo ciertos comportamientos son los correctos, los únicos sensibles, es ya colocarnos ante una dictadura. Es un neototalitarismo progre y un dogmatismo acrítico».
De ahí que las declaraciones de Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales, rechazando el envío de armas a Ucrania bajo el argumento de «la elección no es entre enviar o no armas, es entre negociación y diplomacia o un conflicto mundial», o las de Pablo Echenique, portavoz de Unidas Podemos en el Congreso de los diputados, manifestando que ese envío de armas es un error y que la única vía es «la del diálogo y la pacifista», sean para él «una infamia». «Es una aberración», declara, «se dedican a juzgar y censurar a la humanidad, como si fueran ellos el único espíritu puro, los únicos que han entendido de qué va la vida, cuando se trata en realidad de una efebocracia viejuna e inútil, incapaz, digna de todo desprecio porque no tienen ni idea de nada, son unos desilustrados. Son aprendices de dictadores».
Y sus argumentos endebles. Precisamente reflexionaba sobre esta cuestión el profesor de Filosofía de la Universidad de California, Saba Bazargan-Forward, en un interesantísimo artículo aparecido recientemente en la publicación Dailynous. ¿Es la rendición, en este momento, la solución pacifista? ¿Debería Ucrania hacerlo, puesto que tiene la guerra perdida, por ese desequilibro de fuerzas evidente? Si prolongar la resistencia es alargar un derramamiento de sangre y un sufrimiento que estaría éticamente injustificado, por ineficaz e innecesario… ¿Está este justificado? ¿Es aceptable? Al autor no se lo parece. Argumenta tres motivos para defender su postura de defensa de la resistencia: El propósito moralmente importante de esta, que disuadiría, independientemente del resultado, a las fuerzas rusas de agredir a otros países. El apoyo civil generalizado a la acción defensiva de las fuerzas armadas ucranianas, e incluso la participación civil, aún cuando ello implica que no se pueda garantizar la protección de sus ciudadanos. Y, por último, el respeto por sí mismo del pueblo ucraniano, entendido este como un sentido del propio valor como nación y de convicción de su concepción del bien. Así, no sería la opción pacifista la más pacifista de ellas.

Intereses de Rusia

Jahel Queralt, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Pompeu Fabra y editora junto a Íñigo González del imprescindible «Razones Públicas» (Ed. Ariel) añade: «Se discute sobre las razones que nos llevan a respaldar al ejército de Ucrania basadas en el derecho de Ucrania como estado soberano de resistir la invasión rusa, a defenderse y a acercarse a Europa y la OTAN. Pero hay otro punto, que nos exige examinar cuáles han sido las relaciones en el pasado entre Rusia y la OTAN y si ese acercamiento pone en peligro los intereses de Rusia. Si, por decirlo de alguna manera, que tenga en su digamos patio trasero una zona, un país de la OTAN y militarizado. Se ha discutido sobre el paralelismo entre lo que está pasando y la crisis de los misiles en Cuba. Y yo no ahondará en ese tipo de justificación porque creo que genera esa disputa sobre si Rusia tiene un interés legítimo en que Ucrania permanezca fuera de la OTAN. Es cuestión compleja».
«Pero hay otro punto de vista», continúa Queralt «que es muy interesante y puede fundar nuestros deberes hacia los ciudadanos de Ucrania. Nuestros deberes, no solo de acogerles como refugiados, sino de ayuda en su resistencia. Y es preguntarnos de qué modo los países ricos han contribuido a que Rusia hoy tenga la fuerza que tiene en términos económicos. Rusia es un país que, sin ser rico, tiene un ejército de país rico. Y parte de ese ejército se ha formado y financiado con el dinero que Rusia ha ganado de la venta de gas y recursos naturales a los países ricos. Luego está la cuestión de los paraísos fiscales y cómo se ha permitido que los oligarcas rusos amasen fortuna en esos paraísos, facilitando la financiación de esta guerra».