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¿Cómo fueron los territorios conquistados por nuestras abuelas?

La reivindicación de los derechos de la mujer ha transcurrido históricamente de manera favorable pese a que aún existan algunos por conquistar en determinadas partes del mundo
Carmen Sotillo, interpretada por Lola Herrera en "Cinco horas con Mario", encarnaba con dolor y belleza las dificultades y contradicciones de ser mujer en la década de los 60
Carmen Sotillo, interpretada por Lola Herrera en "Cinco horas con Mario", encarnaba con dolor y belleza las dificultades y contradicciones de ser mujer en la década de los 60Archivo
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Madrid Creada:

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La hermana de mi abuela, mi tía Josefina, se incorporó al mercado laboral cuando tenía apenas 17 años. La abulia estacional de los veranos en Mata Bejid, finca enclavada en las cumbres del Parque Natural de Sierra Mágina (Jaén) en donde la compañía de las dehesas de encinas y los bosques de olivos no eran estímulo suficiente para frenar el aburrimiento de la adolescencia, su corazón de mimbre generoso y su condición de soltera, la empujaban irrevocablemente a una entrega natural hacia los demás que pronto se tradujo en el desempeño de una labor de servicio en la casa del dueño, hijo de un renombrado torero de la época. Después, recomendada por su valía y una integridad genuinamente púdica, vendría un traslado que se prolongó más de cuarenta años al epicentro de la Barcelona cosmopolita, aperturista y mesocrática de la década de los cincuenta.
Trabajó como sirvienta encima del taller de Pertegaz para una conocida familia de la burguesía catalana durante más de la mitad de su vida y cuidó de las hijas de los demás en sustitución de las propias que nunca tuvo. Tal y como señala la Doctora en Historia Contemporánea, Mónica Borrell en su ensayo “La feminización del servicio doméstico en Barcelona”, mi tía encajaría dentro del perfil de mujer trabajadora de la posguerra, migrante de la zona rural a los grandes núcleos urbanos, en un tiempo en el que el servicio doméstico era un sector esencial junto con otros y lo que es más importante, femenino, en gran parte de las ciudades europeas.
En sintonía con otras urbes, en la Ciudad Condal el proceso de feminización del universo de las criadas estaba ya muy avanzado y estudios de la época señalan que las sirvientas solían ser chicas jóvenes y solteras que se trasladaban a la capital con la promesa o la idea de que podrían realizarse de manera autosuficiente como sujeto activo de una sociedad regida aún por una dictadura en donde la mujer no gozaba de autonomía ni para contratar ni para reclamar sus retribuciones, –¡eso eran cosas de hombres, maridos y padres!– y cuyos valores sociales y legales estaban adscritos a un código de moralidad que delimitaba estándares estrictos de conducta sexual para las mujeres y restringía sus oportunidades a la hora de realizar carreras profesionales.
Mis abuelas Pepa y Socorro mismamente, como tantas otras mujeres víctimas de la España franquista, pese a sacar buenas notas en la escuela, poseer una capacidad narrativa envidiable (Pepa relataba historias con una solvencia y una disposición cronológica dignas de la mejor Pardo Bazán), tener una curiosidad incesante por la complejidad del mundo (”Hay que ver el cabrón este de Idi Amin nena, las barbaridades que ha hecho”, solía pronunciar indignada Coco alardeando de una politología casera extraordinaria) y una cabeza ordenada y predispuesta a la adquisición de conocimiento, no pudieron estudiar. Tampoco podían divorciarse en el que caso de que hubiesen querido, abortar, en el supuesto de que las hubieran violado o sencillamente no estuviesen preparadas para convertirse en madres, ni viajar, tener propiedades o abrirse una cuenta bancaria sin el permiso de sus maridos. En el caso de Coco, haber conocido a mi abuelo en la localidad cordobesa de Posadas en edad casamentera y lanzarse con 26 años a una plena, satisfactoria pero restringida vida marital, acotó de manera significativa su desarrollo como mujer independiente.
Abrazo como referencia éstos puntos cardinales concretos que gravitaron en mi familia como ejemplo de una situación muy ilustrativa del rol de la mujer dentro de una sociedad que había padecido una guerra –y que seguía viendo la figura femenina como un objeto pasivo de control sobre el que verter sus particulares temores y sus descaradas fobias– pero si extendemos el anecdotario localista de la memoria personal a los gritos universales de todas esas mujeres que siglos atrás habían salido a la calle con banderolas sufragistas a luchar por un reconocimiento efectivo que garantizara, ya no solo su capacidad para votar y ser votadas, sino para desempeñar cargos públicos, abolir la discriminación e instaurar la igualdad como derecho humano fundamental reconocido, encontramos infinidad de nombres que resuenan.
Emilia Pardo Bazán fue precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismo
Emilia Pardo Bazán fue precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismoArchivo
Nombres como los de Emily Davison, maestra de escuela cuya relevancia como activista británica ha logrado trascender por la aparatosa y trágica muerte que le sobrevino después de ser arrollada por el caballo de Jorge V cuando, según dice una de las múltiples teorías al respecto, estaba tratando de poner un cartel en la frente del equino y en cuya lápida se puede leer: «Hechos, no palabras», destacado lema de la Unión Social y Política de las Mujeres; Clara Campoamor, segunda mujer en incorporarse al Colegio de Abogados de Madrid, elegida diputada en las elecciones del 31 por el Partido Radical Republicano y una de las principales impulsoras del sufragismo en España muy implicada en la elaboración de la Ley de Divorcio y defensora además del abolicionismo en la prostitución como una forma de garantizar la igualdad entre hombres y mujeres; Anna Maria Mozzoni, figura esencial para entender la lucha feminista en Italia, solicitante del sufragio universal y defensora de que las mujeres necesitaban trabajar fuera del hogar para que pudieran desarrollar un carácter alejado del “monarcato patriarcale” (es decir, de la familia patriarcal) o Matilde Hidalgo, activista ecuatoriana remarcable por convertirse la primera mujer en Latinoamérica en votar en una elección nacional y en la primera ecuatoriana en doctorarse en medicina.
Como todo proceso de cambio, la conquista de los derechos de la mujer se presenta a lo largo de la Historia como algo progresivo, en constante evolución y perpetuo desarrollo y, actualmente, en algunos lugares del globo, sigue formando parte del terreno de lo deseable, sin que esto sea capaz de traducirse en acciones políticas concretas o forme parte de la interacción más cotidiana. Según datos de un informe elaborado por Amnistía Internacional, “las mujeres siempre han estado en la vanguardia de la batalla por los derechos humanos”. “En India y Sudáfrica, miles de mujeres tomaron las calles en 2018 para protestar contra la violencia sexual endémica. En Arabia Saudí e Irán las activistas corrieron el riesgo de ser detenidas por oponerse a la prohibición de conducir automóviles y al uso obligatorio del hiyab. En Argentina, Irlanda y Polonia, un gran número de mujeres se manifestó para exigir el fin de las leyes opresivas sobre el aborto. En EE.UU, Europa y partes de Asia, millones de ellas se unieron a la segunda marcha #YoTambién encabezada por mujeres para exigir el fin de la misoginia y los abusos. En el nordeste de Nigeria, miles de mujeres desplazadas se movilizaron reclamando justicia por los abusos que han sufrido a manos de los combatientes de Boko Haram y de las fuerzas de seguridad nigerianas”, declaró Kumi Naidoo, secretario general de la organización, durante la presentación del mismo.
En España, cabe destacar que la evolución en el terreno de la conquista de derechos tras la recuperación de la democracia, fue especialmente significativa. Uno de los datos que sirven para referenciar la citada realidad es la presencia de mujeres en el mercado laboral. A finales de la década de 1970 el 22 por ciento de las mujeres españolas adultas -todavía algo menos que en Italia e Irlanda- habían entrado en el mercado laboral. En 1984, esta cifra había aumentado al 33 por ciento, un nivel no muy diferente al de Italia o los Países Bajos. Sin embargo, las mujeres aún representaban menos de un tercio de la fuerza laboral total, y en algunos sectores importantes, como la banca, la cifra se aproximaba a la décima parte. En el compendio de estudios elaborados por Eric Solsten y Sandra W. Meditz publicados por la División de Investigación Federal de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, se muestra cómo un sondeo de opinión de 1977 reveló que al preguntar si el lugar de una mujer estaba en el hogar, solo el 22 por ciento de los jóvenes en España estaba de acuerdo, en comparación con el 26 por ciento en Gran Bretaña, el 30 por ciento en Italia y el 37 por ciento en Francia.
Un fotograma de "Solas"
Un fotograma de "Solas"Imdb
Tal y como señalaban en el estudio “la principal barrera para las mujeres para acceder a un puesto de trabajo no era la opinión pública, sino factores tales como una alta tasa de desempleo y la falta de empleos a tiempo parcial”. En educación por ejemplo, las mujeres alcanzaron rápidamente la paridad con los hombres, al menos estadísticamente, convirtiéndose la década de los ochenta en un periodo de equidad en términos de matriculaciones universitarias (el 46 por ciento era femenina, el trigésimo primer porcentaje en el mundo) y absolutamente comparable a la mayoría de los demás países europeos.
Ocurre además, que el análisis cronológico de la conquista de derechos no valdría mucho sin una mirada retrospectiva y parece razonable concluir que vivimos mejor que nuestras abuelas en términos de derechos. Hoy podemos afortunadamente separarnos, prescindir de la dependencia económica de un hombre, abortar, estudiar cualquier carrera, acceder a puestos laborales de responsabilidad, ocupar cargos públicos, decidir con libertad sobre la relación que establecemos con nuestro cuerpo y con nuestra vida sexual, gritar sin que nos lapiden, elegir quiénes somos, construir quiénes queremos ser, pero esto no ocurre así en todos los puntos del mapa y en este instante, hay una mujer a la que le están mutilando los genitales en alguna región occidental de África o está siendo marginada y condenada al ostracismo en cualquier rincón de la India por tener la regla porque es impura, porque está sucia, porque está enferma. De modo que, como decía Gloria Fuertes, patrona de los amores prohibidos, “no perdamos el tiempo, trabajemos, que al corazón le llega poca sangre” y nosotras tenemos aún demasiada por bombear.