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Góticos y siniestros: cómo el rock de los desviados conquistó el mundo

Un libro retrata el ascenso de una escena musical que, partiendo de los oscuros tiempos del «thatcherismo», creó una estética cuya influencia se extiende hasta hoy
Robert Smith of The Cure 1991 live
Robert Smith of The Cure 1991 liveDreamstime

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Desde los primeros balbuceos del rock, el diablo dicta los sonidos. No hay que olvidar que fue el mismo Belcebú el que cambió a Robert Johnson su alma por una habilidad sin igual para tocar la guitarra. Así que, aunque el rock haya cantado a Dios en muchas ocasiones, un linaje primigenio ha elegido siempre el lado oscuro, las tinieblas y el mal como la inspiración de sus canciones. Esta rama eclosionó en los años 80 del pasado siglo como una corriente musical surgida de la niebla de unos tiempos fríos y quebradizos como la escarcha y como el largo Invierno del Descontento thatcheriano, esa década ominosa de reconversión industrial y disciplina británica. La historia de este movimiento con ilustres representantes como Siouxsie And The Banshees, Joy Division, The Cure y Bauhaus, entre muchos otros, la cuenta Cathi Unsworth en «Temporada de brujas. El libro del rock gótico» (Contra).
El fenómeno del rock gótico, o siniestro, como se le conoce mejor en España, no tiene un único acto fundacional. Sin embargo, Unsworth elige uno de esos momentos históricos clave de la historia de la música: aquel concierto de los Sex Pistols en 1976 donde se han reunido dos de los miembros de lo que será Joy Division. Incluir a la banda de Ian Curtis en la categoría de rock siniestro es algo que ya generó discusiones en su momento, pero que para la autora tiene todo el sentido porque cumplen varios de los requisitos de esta generación. En una mano, el «hazlo tú mismo», la provocación y el vestuario radical del punk. En la otra, el amenazante Muro de Berlín y el nazismo con el que no pocas bandas de esta generación juegan para provocar (como hacían los Pistols con la monarquía británica) y, por supuesto, la realidad británica: huelgas masivas, recortes, ecos de educación victoriana y moral tradicional, racismo galopante, estreñimiento emocional y traumas infantiles que aparecen en muchas de las biografías de las bandas de esta generación. Unas bandas a las que, en ocasiones, se les reprocha la ausencia de compromiso político explícito, algo que tiene poco sentido, como sería ridículo exigírselo al gospel. Estamos ante la primera generación de la historia que baja los brazos, que decide alejarse, encerrarse en una habitación con las paredes pintadas de negro: conocían los problemas sociales en primera persona, pero renunciaban, en su mayoría, a enarbolar una pancarta o lanzar una diatriba en una entrevista.
La historia del movimiento que construye Unsworth es casi un volumen enciclopédico que se centra en la escena británica (con la excepción inevitable de los Cramps) y que da lugar a un universo entrelazado entre las bandas que admiran a Bowie y The Velvet Underground, pero también de MC5 y de Black Sabbath, tanto como el cine de terror de serie B, el ocultismo y el esoterismo. Pánico nuclear, totalitarismo, criaturas de la noche, alucinógenos, frenopáticos, asesinos en serie, androginia... elijan un par de elementos y tendrán un grupo de la larga lista liderada por Joy Division, Siouxie And The Banshees, The Cure, Magazine, Echo & The Bunnymen, Bauhaus, Sisters Of Mercy, Nick Cave... Voces cavernosas, bajos de ultratumba y guitarras atmósfericas hablaban de lo que estaba por venir, de un mundo de opresión y amenaza, de cómo las condiciones de vida en la ciudad, los planes de vivienda y el descalabro de la educación pública iban a convertir a los barrios en zonas de guerra. Esa era, por ejemplo, la gran metáfora de Joy Division, la que puede resumir su escasa e influyente obra. Hombres del norte con dificultades para comunicarse y con la costumbre de colarse en el cementerio de noche para inhalar disolvente. Ian Curtis, admirador de Bowie y de Jim Morrison, trató una vez de suicidarse y dejó una Biblia abierta por el Apocalipsis de San Juan. Si eso no es ser gótico, que lo diga Tim Burton. Curtis era, por cierto, el único votante de Thatcher en toda la escena del rock siniestro y también el que mejor plasmó el descontento y la amenaza difusa de los tiempos. Aunque los Joy Division podrían haberse defendido en una pelea de pub, Magazine, en cambio, eran abiertamente afeminados y un poco alienígenas. Sin embargo, su música era igualmente visionaria y literaria: Curtis se inspiró en «El corazón de las tinieblas» de Conrad y Devoto en «Apuntes del subsuelo» de Dostoievski. De idéntica manera, otros debutantes que se hacían llamar The Cure lograron su primer éxito, «Killing an Arab» a partir de la novela «El extranjero», de Albert Camus. Robert Smith, ese padrino de todos los desamparados, se deslumbró con las canciones de Jim Morrison y Nick Drake tuvo que conjugar su enfermiza introversión producto de la recia educación religiosa que recibió con el éxito masivo desde que en su primer disco apareciese «Boys Don’t Cry». Ese personaje es también uno de los moldes del siniestro de manual.
Sin embargo, quizá la presencia más alienígena y rompedora y el segundo molde gótico por antonomasia (ambos se unirían en 1983) fue el de Siouxsie Sioux, una niña que fingía su propio suicidio y que tenía una relación disfuncional con sus padres –cuando conoció la muerte de su padre, a los 14 años, simplemente si rió– antes de convertirse en algo así como la reina Maléfica del rock. ¿Sus letras? Se inspiraban en «los confines del anómalo comportamiento humano». Las noticias de los tabloides sobre personas que conducían su coche con un cuerpo descuartizado en el maletero, por ejemplo. Su disco de debut, «The Scream», solo incluía una versión: el «Helter Skelter» de los Beatles que inspiró a Charles Manson a inducir a la matanza de Sharon Tate.
[[H2:Un «ladrillo»]]
Killing Joke incorporaban el ramalazo heavy de Black Sabbath y de Led Zeppelin (padrinos del rock ocultista) y dibujaban en el escenario un heptagrama. Para Jaz Coleman «Londres era un enclave mágico donde cualquier diestro psiconauta podía elevarse más allá de los barrios marginales con la dosis adecuada de conocimiento oculto y sustancias psicoactivas», como describe Unsworth. En su música, además, se añadía el componente racial, puesto que Coleman era indiodescendiente y sabía bien lo que era recibir palizas a diario en el colegio, por parte de profesores y alumnado. Su música era una venganza directa contra los abusones. Bauhaus, que en su formación primigenia tenían al que después será genio del cómic Alan Moore, publicaron otro de los himnos oficiosos del movimiento, «Bela Lugosi’s Dead». A pesar del éxito de muchas de estas bandas, la crítica tradicional, salvo los más entusiastas seguidores, les vilipendió. Titulares sobre Bauhaus como «Gothik as a brick» (una manera sutil de llamarles leños) o cuando el «Melody Maker» escribió del debut de The Cure: «¡Esto es horrible! Ni siquiera triunfaría entre los convictos de una cárcel». También dijeron de The Cure que habían hecho «el equivalente a un disco de Enid Blyton empaquetado como si fuera Angela Carter». Tanto sus detractores como Margarte Thatcher quedaron en el olvido, pero la música de esta generación siguió conmoviendo e inspirando durante muchos años.
Como dice Ana Curra en el prólogo del libro, «la música gótica va de la mano del misterio y del crimen». Y la autora del volumen, Cathi Unsworth, no olvida hacer un inventario de los crímenes del Descuartizador de Yorkshire o del Asesino del Barril de Ácido, que actuaba en Crawley, la ciudad de Robert Smith, como influencias directas de esta escena musical. Al final de cada capítulo que trata sobre un grupo de bandas, Unsworth les asigna un padrino y una madrina góticos, personajes cuyo espíritu influye a esos grupos y que van de Aleister Crowley a Lee Hazelwood y de Julie Driscol a la hermosa Nico. Y es que, en este prolijo libro, la autora teje una narración que integra hechos sociales relevantes, locos de atar, geopolítica internacional y cultura popular.