Grecia coge el toro por los cuernos
Papaioannou y Papadopoulos cuelgan el cartel de «no hay billetes» en el fin de semana más esperado del Festival de Otoño, en el que también aparecerán los Castellucci, Liddell, Messiez, La Calòrica...
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Hablar de la visita a Madrid de Papaioannou y Papadopoulos es algo así como meterse en un trabalenguas griego. Para los que somos duros con los idiomas, los nombres de uno y otro son el «tanto monta, monta tanto» de Isabel y Fernando por mucho que por el Pireo estos apellidos se parezcan lo mismo que un huevo a una castaña, o, aquí, un «López» a un «Martínez». El que no titubea, el que los dice del tirón, es Alberto Conejero, director del Festival de Otoño y responsable de que los Teatros del Canal vivan esta fiesta helena.
Pero pongámonos en situación: Dimitris Papaioannou es el mayor, es el maestro. Una eminencia europea encima de los escenarios, y él fue el que guio los primeros pasos de Christos Papadopoulos. Aunque de eso ya hace tiempo. Han pasado los suficientes años como para que «jristos» (para que se familiaricen con la pronunciación) vuele solo, y muy alto. Con apenas cuatro títulos en su haber, el discípulo ya ha dado forma a su propio lenguaje: montajes minimalistas en los que el movimiento busca (y consigue) la hipnosis. Eso sí, en el trasfondo de sus piezas, ambos tienen la más pura tradición griega: la mitología. «Es un área de inspiración, aunque no siempre esté presente en mi trabajo», asegura Papadopoulos.
Por su parte, Papaioannou pone al toro (arquetipo de la cultura mediterránea), al Minotauro, en el centro absoluto de «Transverse Orientation» (viernes, sábado y domingo en la Sala Roja del Canal): «Este animal me sugiere energía, masculinidad y fertilidad», explica de una «bestia a la que dedico una canción de amor» y que está presente en multitud de mitos, como el del romance entre Pasífae y el Toro de Creta que da como fruto al Minotauro. Ser que deberá morir a manos de Teseo para que surja la democracia. Ese juego de acabar con el presente para evolucionar es el que propone Papaioannou en su función, aunque desde el «respeto», dice: «No tengo la intención de matar al padre. Yo admiro a los grandes maestros y no pretendo su demolición. Solo intento entrar en la construcción de una nueva era sin la necesidad de acabar con todo lo anterior, aunque seguro que habrá gente que diga que he matado a Vivaldi», ríe.
El «maestro» se declara «más amante del arte que artista» y explica que en este trabajo solo ha «dejado fluir las imágenes» a partir de ese toro que se le cruzó casi como una aparición divina al principio del viaje. «Tenía ganas de llevar a escena una marioneta animada por varias personas y, entonces, surgió la idea del toro, que sobrevivió a todo el proceso». Así, el tema principal de «Transverse Orientation» «no existe», puntualiza su autor. «Surfeamos muchas cuestiones». Construye y deconstruye «una vez tras otra» mientras pisa por el terreno de la «sucesión entre viejos y jóvenes, la feminidad dentro del mundo masculino o las idas y venidas de las civilizaciones».
El título del montaje hace referencia a la trayectoria que siguen algunos insectos impulsados por un mecanismo interno que, a su vez, se desbarata cuando cae sobre ellos una luz artificial a la que se ven atraídos irremisiblemente girando en círculos. Este desvío de trayectoria lo aplica el griego a la humanidad, que ha venido girando en círculos atraída por la idea de la divinidad en los sucesivos cambios de civilización. Todo ello mezclando el teatro y la danza al ritmo que marca Vivaldi, uno de esos «grandes maestros» a los que el director de escena tiene bien presente.
La otra visita helena es la de un hombre que todavía era un chaval cuando empezó a colaborar con Papaioannou, allá por los Juegos Olímpicos de Atenas (2004). Después, bailarían juntos en «Nowhere» e «Inside», y, ahora, es su alumno aventajado: «¡Es al que llamo cuando estoy en un problema!», asegura Papadopoulos. «Siempre que puedo ayudarle lo hago», responde el mentor, que aprovecha para destacar que el joven ha encontrado «su propia voz».
Este «Larsen C», que presenta en la Verde del Canal (sábado y domingo), tiene ese toque sobrio de sus anteriores piezas («Elvedon», «ION» y «OPUS»). Siete intérpretes y un escenario vacío. Papadopoulos, comenta, no mira al futuro, solo al presente: «Estamos constantemente esperando el día siguiente y me gustaría centrarme en el hoy. Hay que luchar por un presente mejor y no por un futuro prometedor». Afirma quien tiene muy claro por dónde ir. Se ha dado cuenta de que «debemos defender nuestros derechos. Necesitamos buscar una forma de vida diferente a la que soñamos... tal vez más simple, más amable y menos ambiciosa. Hay que reevaluar nuestro camino porque el que hemos elegido es un callejón sin salida».
«Larsen C» toma su nombre de un «iceberg» e, igual que en «Elvedon» se sentía el vaivén de «Las olas» (un proyecto inspirado por el libro de Woolf), aquí es el hielo el que le marca el compás: «Es una forma concreta de agua, aunque, al mismo tiempo, sigue transformándose, evolucionando y ajustándose a las condiciones del entorno. Existe este movimiento constante e imperceptible que realmente no podemos ver sino sentir». La naturaleza, junto a la mitología, como elemento fundamental del teatro físico de Papadopoulos. «Mi mayor referencia es la forma en que se mueven los animales, un arroyo, el hielo, el viento, los pájaros...».
- Dónde: Teatros del Canal. Madrid. Cuándo: 26, 27 y 28 de noviembre. Cuánto: entradas agotadas.