Boris Johnson
Todos los frentes abiertos para una ambición rubia en declive
El escándalo del “Partygate”, la huelga ferroviaria, la inflación, el precio de la energía, pero, sobre todo, la pérdida de atractivo electoral minan el liderazgo del primer ministro británico Boris Johnson
Una de las grandes razones por la que Boris Johnson sigue aún en el poder es porque no existe un claro reemplazo dentro de sus propias filas para convertirse en el próximo líder. Pero el primer ministro tiene tantos frentes abiertos que resulta cada vez más complicado garantizar su permanencia en Downing Street.
Por mucho que se empeñe en enterrarlo, el escándalo del “Partygate” aún no está superado. Nada más lejos de la realidad. Tras la multa recibida por parte de Scotland Yard y la publicación de la investigación interna de la alta funcionaria de Sue Gray con detalles de los eventos que hacen realmente complicado justificar que se trataban de “reuniones de trabajo”, el aún líder tory debe enfrentarse ahora a una investigación parlamentaria por desacato. Si se determina que mintió a la Cámara de los Comunes cuando dijo en repetidas ocasiones que no se violaron las normas, en última instancia se podría forzar su dimisión.
Aunque la caída de la ambición rubia va más allá de las fiestas celebradas en pleno confinamiento. Las elecciones parciales celebradas este jueves en Inglaterra -cuyos resultados se conocieron ayer- tuvieron lugar en medio de la mayor huelga ferroviaria desde 1989 que ha paralizado completamente al país. Más de 40.000 trabajadores han secundado la llamada de los sindicatos para reclamar mejoras salariales en medio de una inflación que ha llegado ya al 9,1 %, -su nivel más alto en 40 años- y, según las estimaciones del Banco de Inglaterra, podría alcanzar el 11%.
Los trabajadores de tierra de British Airways en el aeropuerto londinense de Heathrow también se unen a los paros entre finales de julio y agosto. Y no se descarta que otros sectores sigan el ejemplo, como el profesorado, lo que recuerda al “invierno del descontento” de finales de la década de los 70 que acabó forzando la caída del laborista James Callaghan.
Y el problema ya no es solo la inflación, es la falta de estrategia de Downing Street para dirigir a un país. En su momento, su facilidad para adaptar su discurso según convenga le permitió aglutinar a distintos sectores del partido a su favor y también a un electorado de lo más dispar. Ahora en cambio, los volantazos se percibe como un signo de debilidad.
Para el núcleo duro de la derecha ha dejado además de representar los valores la formación. El endeudamiento para las ya debilitadas arcas públicas y la subida de impuestos tiene más firma laborista que conservadora. De ahí que, para recuperar la confianza de los “brexiteers”, tenga ahora que radicalizar aún más su postura migratoria con una nueva y polémica normativa para mandar a los solicitantes de asilo que han llegado por rutas ilegales a Ruanda.
El plan ha sido bloqueado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aunque el Gobierno no tira la toalla y ha presentado un proyecto de ley que permitirá a los jueces del Reino Unido no implementar algunas decisiones y jurisprudencia del Tribunal de Estrasburgo.
Por último, está también el enfrentamiento que mantiene con la UE tras presentar un proyecto de ley que amenaza con cambiar de manera unilateral partes claves del acuerdo del Brexit lo que, en última instancia, podría acabar generando una guerra comercial con el bloque. Hasta ahora, el premier ha ido parando uno a uno los penalties. Pero al menor error, podría estar fuera.
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