Netflix
“Stranger Things”, como volver al primer amor
Netflix estrena este viernes la última temporada de uno de sus buques insignia, a razón de 30 millones de dólares por episodio y con todos los protagonistas de “Stranger Things” de regreso
Cuenta la leyenda, a veces historiográfica y a veces pura superchería, que se presentó sin avisar, se plantó frente a su amada cuando estaba ensayando su obra de teatro y soltó iracundo: «¿Desde qué lejanas estrellas hemos venido hasta encontrarnos aquí?». Nietzsche, que era eso a lo que la Generación Z llama con desprecio «un intenso», y que algo sabía de crear monstruos, quisiera o no, bien nos sirve aquí para hablar de esas pasiones, a veces pueriles y siempre desatadas del primer amor. Esa visceralidad, sin lugar para la duda, es la sensación que se desprende del visionado de la cuarta y última temporada de «Stranger Things», que Netflix comienza a estrenar este mismo viernes. Y escribimos comienza, porque los nueve capítulos se dividirán en siete y luego en dos, de más de dos horas de duración cada uno, para ver la luz en el gigante plataformero a partir del 1 de julio.
Lo platónico del asunto bien se podría explicar en cifras, con un presupuesto cercano a los 270 millones de dólares para que Robert Englund —el icónico Freddy Krueger— se vuelva a llevar bien con el látex, también para que los efectos especiales se alejen del digital y nos recuerden al mejor Tom Savini, y también, por supuesto, para que el grupo de chavales que nos devolvió a los tiempos de la Amblin y de mirar las carátulas de los VHS como quien da con arte contemporáneo regresen en su totalidad y más talluditos. Han pasado casi tres años desde la última vez que visitamos Hawkins, ese pueblo alejado de la mano de Dios pero bien cerca de las zarpas de Stephen King en el que todo (siempre que tenga consecuencias terribles para nuestros seis fantásticos) es posible, y Once, Mike, Dustin, Will, Lucas y Max comienzan a elegir sus propias aventuras. El argumento, de hecho, nos lleva al mismo punto en el que dejamos las cosas en el último verano pre-pandémico: Once, Will, su madre y su hermano se han marchado del pueblo, el resto de los chicos comienza el instituto y del Sheriff Jim Hopper no sabemos nada.
A partir de ahí, y con una dedicación espectacular en cada minuto de metraje, la serie creada por los hermanos Duffer destierra la nostalgia que nos hizo fijarnos en ella al otro lado de la pista de baile, hace años, e intenta reivindicar su propia mitología, esa que se escribe en gofres y se pinta en recorridos vertiginosos de bicicleta. No todo es ajeno al contexto, y ahí está el «Satanic Panic» que marcó el final de los ochenta en Estados Unidos como telón de fondo, excusa sectaria, y algún que otro temazo de Kate Bush, por ejemplo, pero todo se vuelve a sentir fresco. Otra vez, lo de quererse por primera vez. La escalada de tensión, que tiene su epítome en el sexto de los episodios, redondo, es tal que ni siquiera la megalómana duración de los mismos (ninguno baja de los ochenta minutos) es capaz de aplacar el ansia por acontecimientos.
En lugar de abrazar la despedida carnavalesca, esa que pedía más, «Stranger Things» trasciende su condición adolescente y aporta, en efecto, más, pero también mucho mejor. Esa sensación que parecía olvidada del todo en Netflix, más cerca de la churrería que del restaurante de reserva, vuelve con más fuerza que nunca, quizá para despedirse del todo, con la empresa de Reed Hastings a punto de reorganizar por completo su modelo de negocio, introducir anuncios y, quién sabe, lanzarse de una vez por todas a las emisiones deportivas o de «realities» en directo.
La mejora respecto a las últimas tandas de episodios, y a la desidia con la que a veces la propia plataforma trata sus productos, pasa incluso por el cuidado en aspectos tan olvidados en el «streaming» como el sonido, que aquí se vuelve clave episodio a episodio y que, gracias al trabajo de Michael P. Clark («The Walking Dead») en las mezclas inspira verdadero terror una vez le ponemos rostro al enemigo final del juego.
Escribió también Nietzsche ya más adulto —bien vale la serie el tazón de tocino con kilómetros por hora—, que la sensación del primer amor es, en realidad, «la del conocimiento y el deseo de la posesión». Es decir, lo de querer hacer nuestro aquello que nos atrae. Por eso, es normal que nos vuelva a asaltar la duda una vez más: ¿Es «Stranger Things» un refrito o es genuina su identidad como tratado sobre el encajar, en un mundo, en un grupo de amigos, en un humor propio? Los Duffer, imaginamos también preocupados por hacer que su criatura abandone del todo Del Revés, responden esta vez citando de manera legítima todos sus referentes: no hay sitio para la ceja arqueada, solo para un montón de notas al pie de página explícitas que vuelven la experiencia, si cabe, todavía más disfrutable. La única duda, al final del endiablado recorrido, es cómo nos vamos a recuperar, cómo vamos a enamorarnos de nuevo.
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