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«Operación Castigo», la heroica historia del Escuadrón X y sus bombas contra Hitler

El corresponsal de guerra Max Hastings desvela los detalles de la misión que ayudó a decantar la región del Ruhr en favor de los aliados
La Razón

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Hace dos años se publicaba el impresionante trabajo de un corresponsal de guerra que abordaba los treinta años que duró el conflicto entre Estados Unidos y Vietnam; este se prolongó durante treinta años y había estallado para impedir la reunificación de Vietnam bajo un gobierno comunista. Lo firmaba el historiador Max Hastings, que conseguía, en efecto, con «La guerra de Vietnam. Una tragedia épica, 1945-1975» (Crítica), un logro tan impresionante que puede considerarse, dentro de la inabarcable bibliografía existente, el mejor publicado hasta la fecha.
Nacido en Londres en 1945, periodista de Prensa y en la BBC con experiencias en más de sesenta países, Hastings ha publicado una veintena de obras que rondan las ochocientas páginas cada una: por ejemplo, en «La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas, 1939-1945» contó la historia de los servicios secretos, las operaciones especiales y las guerrillas; en «Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945», recogía testimonios de los supervivientes; «Armagedón. La derrota de Alemania 1944-1945», narraba la última gran campaña de la Segunda Guerra Mundial: la batalla por la conquista de Alemania; en «1914. El año de la catástrofe», retrató una Europa que creyó iniciar «la guerra para acabar con todas las guerras»; y «La guerra de Churchill. La historia ignorada de la Segunda Guerra Mundial» abordó la trayectoria del líder de contienda más grande de Gran Bretaña hasta 1940.
Ahora, este incansable investigador regresa una vez más, desde el punto de vista histórico, al suelo mismo de su país para contar una epopeya militar que ha pasado a formar parte de la leyenda nacional (y nacionalista) británica. El resultado es el portentoso libro «Operación Castigo. Objetivo: las presas del Rhur, 1943» (traducción de Gonzalo García), que tal vez es el que tiene más dimensión personal de su extraordinaria andadura, pues en él reconoce al principio: «Este libro representa un viaje emocional desde mi propia infancia: desde el día en que, en el internado, me emocioné por vez primera con la forma en que Richard Todd interpretaba el papel de Gibson a los veinticuatro años, cuando encabezó, en aquella fatídica noche de mayo, el Escuadrón 617», se puede leer.
El autor se está refiriendo a cómo, en marzo de 1943, se formó el Escuadrón X, de forma altamente secreta, para la misión de romper las represas del Ruhr, el río de Alemania que discurre por el oeste del país, por el Estado de Renania del Norte-Westfalia, y que es un afluente del Rin. El objetivo era inundar las tierras de cultivo y paralizar la industria en el valle. Hastings analiza aquella operación adoptando varios enfoques: desde lo puramente militar hasta las vidas desgraciadas de tantos seres humanos: unos 1.400 civiles murieron en las inundaciones que arrasaron el valle, más de la mitad de ellos prisioneras francesas o trabajadoras forzadas rusas y polacas.
Fiel a su método de trabajo, siempre buscando fuentes de primera mano, Hastings se entrevistó con algunos de sus protagonistas y, gracias a ello, consigue reflejar de manera fidedigna la ofensiva de bombarderos en plena Segunda Guerra Mundial y la actuación de los jóvenes aviadores, entre ellos, los considerados héroes del Escuadrón 617. Y es que llevaron a cabo una proeza aquellos «130 aviadores británicos, canadienses y australianos (más un estadounidense y dos neozelandeses)» que eran realmente apenas unos adolescentes, a lo sumo universitarios. Conscientes de que tenían muchos números para morir, «alzaron el vuelo con sus grandes y torpes bombarderos desde la tranquilidad de una tarde de verano, en mitad de los campos del condado de Lincolnshire, apenas cuatro décadas después de que los hermanos Wright empezaran a elevar aparatos más pesados que el aire».
Soldados adolescentes
El historiador cuenta el modo en que durante dos horas y media volaron hacia Alemania, a baja altura, y atacaron las presas de Hitler a una velocidad fija de 355 kilómetros por hora, «a tan poca distancia de los embalses que no habría cabido ni un campo de críquet, lanzando unas armas revolucionarias, de cuatro toneladas y media, creadas por la brillantez y persistencia de Barnes Wallis, un ingeniero en buena medida autodidacta». El cerebro de ello fue, ciertamente, Barnes Wallis, «que ingresó en el panteón histórico británico de la Segunda Guerra Mundial por detrás de Winston Churchill, pero en paralelo a Alan Turing, descifrador de Ultra, y los héroes que combatieron en el conflicto». Un soldado ya legendario que luchó contra la burocracia militar para lograr elevar su voz y hacer realidad su invento: una «bomba rebotadora».
De esta manera, tras obtener la aprobación del mando, a finales de la primavera de 1942, Wallis informó a los ministerios de Producción Aérea y al del Aire «de que se consideraba capacitado para resolver un problema crucial: un bombardero que se desplaza a gran velocidad, ¿cómo podría hacer impactar su carga explosiva contra un blanco protegido por redes antitorpedos?». La clave era rebotar la bomba sobre el agua, como así se había deducido tras hacer unas pruebas con canicas. Toda un arma revolucionaria, y de hecho la Royal Navy se mostró entusiasmada al suponer que la Aviación Naval podría sacarle un enorme partido. Algo necesario, porque el prestigio militar de Gran Bretaña estaba de capa caída: «No se había borrado el recuerdo de las numerosas derrotas vividas entre 1940 y 1942 en Europa, el norte de África y el Extremo Oriente. Muchos estadounidenses contemplaban al aliado anglosajón con desdén, cuando no puro desprecio», señala Hastings.
Un arma sin precedentes
Así las cosas, se decidió que uno de los puntos débiles que se debían atacar eran las presas alemanas al ser blancos industriales de primer nivel, en especial, la del Möhne, de ahí que los expertos dedicaran muchas horas a contemplar fotografías y analizar informes técnicos sobre el grosor de los muros, la topografía de los alrededores y las defensas. Incluso los aviadores alemanes también tenían en mente hacer lo propio contra sus enemigos, pero acabaron renunciando a ello, ya que las presas eran excesivamente grandes para las armas disponibles en aquel momento. En definitiva, durante el tercer año de guerra, los jefes del Aire y los ingenieros lanzaron la operación cuyo nombre en clave sería «Castigo». El desafío era de órdago, pues implicaba transformar un objeto metálico en una bomba que rebotara hasta el muro de la presa del Möhne y la vecina de Alemania.
No había precedentes de tal cosa, naturalmente. «Estáis aquí para hacer un trabajo especial. Estáis aquí como escuadrón de élite, para hacer una incursión contra Alemania que, según me dicen, dará unos frutos asombrosos. Algunos dicen que podría incluso acortar la duración de la guerra», les dijo Guy Gibson, el líder del Escuadrón, a sus aviadores. Y al final se completó la misión con éxito, derruyendo la presa, con un exultante Wallis. No en vano, relata con energía Hastings: «Los logros del Escuadrón 617 contra las dos presas que destruyeron representaron un prodigio de historia, pericia, atrevimiento –y suerte– que ningún comandante responsable podía exigir que repitiera a ninguna otra fuerza similar». Guy Gibson anotó en su cuaderno de bitácora que el ataque dirigido contra las presas del Möhne y del Eder habían sido un éxito, todo lo cual le llevó a él y a su compañero a disfrutar de un lugar privilegiado en los libros de Historia para siempre.