Sabino Méndez

La vía estrecha

Es evidente que Garzón le ha hecho ya media campaña al PP. Sánchez tratará de sacar lo que pueda de la coyuntura adversa

Ya saben ustedes que, en este país, desde hace años nadie pierde nunca unas elecciones. En el resto de lugares del mundo civilizado, las elecciones se celebran y unos ganan y otros pierden. Pero aquí, desde tiempos inmemoriales, los candidatos que se presentan aparecen al día siguiente con el desconcertante mensaje de que resulta que todos han ganado de una manera u otra. No serán una excepción estas elecciones de Castilla y León, cuya campaña va a empezar ya. Sea cual sea el resultado y el recorte de votos más o menos importante que el PP le haga al PSOE, lo seguro es que al día siguiente ambos partidos leerán su resultado como una victoria. Estas lecturas guiadas se nos hacen a los españoles cada vez un poco más cuesta arriba.

Es evidente que Alberto Garzón le ha hecho ya media campaña al PP, pero queda todavía la otra media. Que te hagan un siete retórico en el traje de campaña (como el que le ha hecho Garzón a Sánchez poco antes de las elecciones) es como para desear íntimamente estrangular a tu propio ministro. Si se guiara por sus emociones, lo que le pediría el cuerpo a Sánchez es enviar a Garzón a hacer campaña ante los ganaderos castellanos, a ver cómo se las arreglaba. Pero es consciente de que esos asuntos sucios de fajador no son aptos para una mente tan pura como la del de Izquierda Unida.

Pedro Sánchez es un hombre capaz, sin inmutarse, de intentar convencer a la gente de que un asesino, mirado desde otra perspectiva, no deja de ser un suicida extrovertido. Por tanto, intentará sacar lo que pueda de la coyuntura adversa y, dada su posición actual, lo único que cabe preguntarse es si, para minimizar los daños, escogerá en esta campaña el sendero de la izquierda o el sendero del centro.

La pregunta tiene más recorrido de lo que parece, más que nada por la proyección que esa decisión pueda tener en el futuro próximo de la política nacional. La tentación de recurrir –cuando aparece algún tropezón en contra– al papel de justiciero de los pobres, de vengador social, es una conducta muy frecuente en el PSOE agudizada ahora por los compromisos del gobierno de coalición. Un viajecito a la Revolución con mayúsculas le recompone el ánimo a cualquiera y ahí tiene Pedro a Yolanda Díaz para ejemplificar esos menesteres.

Ahora bien, a medida que se acercan los tiempos de las generales va quedando claro que, después de los sustos de la pandemia, la gente quiere tranquilidad y por fin un poco de paz. Captar el voto prudente de centro será importante para Sánchez y si ha de hacerlo desde una posición más lejana, con falta de costumbre reciente, y comprometido por los estrambotes indiscriminados e imprevisibles de sus socios ahítos de nostalgia de barricada, la tarea resultará complicada hasta para un titán del camuflaje como él.

Hay que pensar que, por el camino, se va a encontrar innumerables piedras cotidianas, como la próxima entrevista del presidente Aragonés con el presidente aragonés, los ocasionales deslices de Garzón o las displicentes lecciones morales de Yolanda Díaz.

A Pedro Sánchez le pasa aquello que le confiaba el Doctor Johnson a su amigo James Boswell sobre un tercero: «Tiende a poner cosas muy corrientes con una vestimenta extraña hasta el punto de que él mismo las desconoce, por lo que piensa que nadie las reconocerá». Pero, obviamente, todos vemos con claridad los pasos que da; otra cosa es que no podamos hacer nada al respecto. La tentación de pensar que basta darle cuerda para que se ahorque él solo es muy fuerte, pero el PP haría bien en no confiarse y dar la partida por ganada en Castilla por mucho que pueda recortarle. En la ambigüedad de eterno campeón de vía estrecha del PSOE actual es donde reside su mayor peligro.