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Venecia se ha salvado; Troya, Alejandría, Pompeya y Palmira, no

La ciudad del Véneto logra salir de la Lista Negra de la Unesco tras pohibir que los cruceros atraquen en sus aguas. Un paso importante que puede salvar los canales de pasar a la Historia como otros grandes núcleos que parecían invencibles y que, sin embargo, desaparecieron
ANDREA MEROLAEFE
La Razón

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Los hosteleros de la zona, seguro que todavía maldicen la prohibición de atracar cruceros en aguas de Venecia: menos gente, menos dinero. Sin embargo, la Historia agradecerá la decisión al buen hombre de Dario Franceschini, ministro de Cultura italiano y pieza importante a la hora de mover ficha en el asunto. Así lo reconoce la Unesco, que acaba de retirar de su Lista de patrimonio en riesgo a la monumental urbe del Véneto.
“Gracias a la decisión del Gobierno acerca del bloqueo de grandes naves, se ha alcanzado este primer e importante resultado”, celebraba el ministro después de que el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, convocado en la ciudad china de Fuzhou, fallase sobre la situación de la ciudad de los canales y de su laguna, Patrimonio de la Humanidad desde 1987 y amenazada en el pasado por el paso de grandes barcos.
Pese a las nuevas limitaciones, Franceschini aseguró que “la atención mundial sobre Venecia seguirá siendo alta” y será “deber de todos trabajar” por su protección. Un nuevo panorama que se abre y que pasará por encontrar soluciones basadas en el desarrollo sostenible para esta delicada ciudad “en la que la cultura y la industria creativa están llamadas a desempeñar un rol protagonista”.
Aun así, tampoco se puede cantar victoria muy alto porque es la Pachamama la que manda y la que, según las previsiones, elevará el nivel del mar en los próximos años como consecuencia del cambio climático, haciendo desaparecer buena parte de las costas que hoy conocemos y, con ello, cambiando por completo el mapamundi que cuelga en las paredes de las aulas de los colegios. A poco que suban los océanos unos centímetros, la costa podría retroceder kilómetros. Para empezar, todos esos lugares que en su día creyeron haber ganado la batalla a Poseidón, dios de los mares, deben andarse con mucho ojo porque la reconquista no está muy lejos. Venecia, entre ellas.
Si bien los cruceros sí son controlables, al agua difícilmente se le ponen puertas. Así que, de momento, los venecianos tendrán que abrazar, con más o menos gusto, el decreto aprobado por el Gobierno italiano el pasado 13 de julio por el cual desde el 1 de agosto se prohibirá el paso de barcos de grandes dimensiones frente a la ciudad de Venecia con el objetivo de proteger la urbe. En concreto, el canal que pasa por delante de la Plaza de San Marcos y el de la Giudecca, por donde antes navegaban estas embarcaciones, quedará declarado “monumento nacional” por una norma que prohíbe la navegación por esa zona de barcos de más de 25.000 toneladas brutas, superiores a los 180 metros de eslora, más de 35 metros de altura y que produzcan más de un 0,1 % de azufre en sus emisiones.
Un paso más para la conservación de un emblema que no quieren que pase a los libros de Historia como esas otras grandes polis de las que ahora solo se pueden tocar sus ruinas o ver en recreaciones peliculeras. Troya, por ejemplo: en torno a sus míticas murallas, asediadas por el contingente de los griegos aliados, se desarrolló la épica homérica. Encarnada en el cine por Brad Pitt, habitó entre la leyenda y en el germen de la literatura desde que se perdiera su pista en la antigüedad. Alejandro Magno rindió tributo a sus héroes en las ruinas de la ciudadela, pero luego cayó en el olvido, quedando como emplazamiento perenne de la geografía mítica y literaria homérica, base de la tradición literaria clásica.
Pompeya fue otra gran ciudad perdida, aunque, en esta ocasión, poco se pudo hacer contra el Vesubio la noche del 24 de agosto del 79. Debajo de la lava ya solidificada se ha rascado durante años, y se continúa haciendo, para rescatar el pasado y convertir el lugar en poco menos que un parque temático del mundo romano. Ahora, es como si se hubiera sacado la luz un retazo de la antigua Roma y de su vibrante vida provincial guardado en laboratorio: Pompeya era una tesela más en el enorme mosaico de municipios y colonias que configuraron el paisaje de un imperio eminentemente urbano, como fue el romano de la edad del temprano Principado.
Pese al sobrenombre de “la ciudad que hizo sombra a la imponente Roma”, Cartago también se escurrió entre los dedos de la Historia. La consecuencia de esa oposición fue la venganza: fue borrada de la faz de la tierra después de la Tercera Guerra Púnica, que culminó el legendario enfrentamiento entre las dos grandes potencias del Mediterráneo antiguo. Su destino era ser olvidada. Cartago debía ser destruida si Roma quería prosperar en el panorama político del Mediterráneo occidental. Y así ocurrió. La vieja ciudad que fundaron los comerciantes fenicios procedentes de Tiro a finales del siglo IX a.C. como un gran emporio que fuera base de su poderío por todo el Mediterráneo occidental pasó a mejor vida.
No puede faltar una referencia a Palmira, joya grecorromana del desierto sirio tristemente conquistada por el Estado islámico durante la Guerra de Siria, pero, mucho tiempo antes, surgida de las arenas del desierto. Fue objeto de ensoñaciones orientales desde su redescubrimiento en el siglo XVIII merced a la figura de la reina Zenobia, mujer poderosa que desafió a Roma y declaró la independencia de un efímero imperio.
Y, como cierre de la lista de urbes desaparecidas o destruidas, otra mítica: Alejandría, el faro cultural del mundo antiguo. En el año 331 a.C. Alejandro III de Macedonia estableció una ciudad en el delta del Nilo. Cuando el monarca macedonio llegó a tierras egipcias como un libertador frente al dominio persa, se hizo nombrar faraón y visitó el famoso oráculo de Zeus Amón en Siwa, pretendiendo casi ser descendiente de aquel dios, hizo una parada estratégica en un lugar emblemático del delta del Nilo, situado entre el mar y el lago Mareotis y enclavado de forma magnífica entre dos puertos. Allí, según contó Plutarco en la «Vida», Alejandro decidió fundar una de sus muchas Alejandrías, aunque, esta Alejandría tendría ecos infinitos durante el paso de los años y de los siglos.