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Rebelión contra los absurdos del Covid

A estas alturas de la pandemia muchos tenemos claro que todos, científicos y políticos incluidos, saben muy poco de ella
Hannah McKayAP

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Finalizaba una de mis anteriores columnas con las palabras “es hora de que todos volvamos a aplicar el sentido común y nos rebelemos contra los absurdos”. Vamos con varios ejemplos que exigen actuaciones. A estas alturas de la pandemia muchos tenemos claro que todos, científicos y políticos incluidos, saben muy poco de ella. Las mismas declaraciones del presidente de la Organización Mundial de la Salud son lamentables a veces. Nadamos en un río revuelto con muchos pescadores ganando. Entre otros las compañías farmacéuticas. Me he puesto las tres dosis Pfeiffer. No soy negacionista. Sin embargo, creo que tanta insistencia en la necesidad de una tercera dosis, y ahora ya de una cuarta, junto con las difusiones confusas de noticias sobre que el virus y sus variantes unas veces carecen de la peligrosidad anterior y otras veces resulta que, no sólo contagian sino que llevan a la UCI a enfermos con las tres dosis, vienen a confundir y crear la duda al personal.
¿Vamos a tener que vacunarnos cada cuatro meses? ¿No piensan ustedes que muchos padres van a dudar antes de vacunar a sus niños entre tanta desinformación? Se requiere informar y educar con solvencia de una vez por todas por las autoridades, así como que tomen medidas claras para evitar hechos como los que siguen. En cada comunidad autónoma y, es más, en cada institución dentro de una misma, se reglamenta de diferente modo. En el Teatro Real de Madrid abiertos los guardarropas y los ambigús, no así en el de la Zarzuela o el Auditorio Nacional. Los espectadores acuden con mochilas y abrigos que han de dejar sobre sus rodillas o delante de sus butacas.
¿Qué pasaría ante un eventual desalojo? ¿Qué sucederá el día, como ha sucedido ya en San Sebastián, que diluvie? El público con abrigos y paraguas empapados sobre sus piernas, agua en las barrigas y mascarillas en la cara, riesgo de catarros o algo peor. Lo mismo sucede en el Palau de les Arts. Allí el lío es aún mayor. Como la legislación no permite la exigencia del pasaporte Covid para entrar y sí lo exige para la restauración, resulta que tienen que pedirlo en las mesas portátiles del ambigú, en espacios no preparados para ello. Un caos. ¿Puede contagiar o no la ropa? ¡Dígase y actúese en consecuencia!
¿Qué pasa con los programas de mano? En unos sitios se reparten como antes y en formatos similares, mientras en otros hay, con suerte, un QR. A río revuelto ganancia de pescadores. Una forma de ahorrar los costes de la redacción de las notas y el papel. También de su preparación. Lo mismo cabe apuntar de los menús de los restaurantes. ¿Contagia o no el papel? ¡Dígase y actúese en consecuencia! Unos de los sitios más propicios para los contagios son los aseos de los sitios públicos (teatros, auditorios, restaurantes, trenes, aviones, etc), por tener habitualmente muy poca ventilación y tocarse muchas cosas. ¿En cuántos de ellos han visto geles alcohólicos dentro o a su entrada? porque jabón sin algo con que secarse no es solución.
Y, hablando de la restauración. Se restringen aforos, se exigen mascarillas e incluso pasaportes Covid. Pues tengan curiosidad, háganse los despistados y entren en las cocinas. Verán que, en la mayoría de los casos, el personal está trabajando sin mascarillas y entiendo lo difícil que es usarlas allí, pero…. Podría seguir con otros muchos ejemplos de nuestro día a día, pero termino con una observación, que es una carga de profundidad para las farmacéuticas y los gobiernos. ¡Basta ya de pagar por dosis, cámbiense los contratos y páguese por grados de inmunidad efectivamente logrados! Señores del Gobierno, ¡dejen de huir de sus responsabilidades ante el Covid, apliquen el sentido común -un sentido que se les está olvidando- y legislen para la situación que vivimos!

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