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D. H. Lawrence, pionero del sexo literario

Como ejercicio involuntario de revisión de los clásicos, se publican dos obras; su primera novela y sus cuentos completos, de este apasionado autor inglés censurado y atacado por su tratamiento controvertido de asuntos como el adulterio y el sexo
University of Nottingham Manuscripts and Special CollectionsUniversity of Nottingham Manuscripts and Special Collections

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Empecemos en nuestros antípodas, con una autora natural de Nueva Zelanda, la más famosa de la historia de este país, Katherine Mansfield, de corta vida, cuya obra había encontró acomodo en el matrimonio formado por Virginia y Leonard Woolf, que le publicó en la editorial Hogarth Press su relato «Preludio» (1917). Asimismo, también disfrutó de la compañía y comprensión de su compañero, el crítico literario John M. Murry, que se ocupó de editar su «Diario», el cual ha dado pie a diferentes estudios literarios y biográficos, como el del reciente, de Pietro Citati, «La vida breve de Katharine Mansfield».
Esta biografía era la crónica del coraje de Mansfield ante las dificultades de la vida con una artritis galopante, de su romance con Murry desde 1912, de cómo las experiencias privadas se acabaron reflejando en sus relatos. Y es que, según el investigador italiano, «solamente D. H. Lawrence, cuando escribió «Mujeres enamoradas» y se inspiró en ella para el personaje de Gudrun, comprendió su parte de Medusa: su ira, sus tinieblas, su violencia». Esto viene a propósito de la pulsión agresiva de la autora, de un odio que se adueñaba de ella por completo. Eso dicen algunos testimonios, mientras que otros, como el de Bertrand Russell, destacaron la agudeza de la autora al tratarla en persona. Lawrence, en la citada novela, construyó un argumento en torno a dos relaciones sentimentales muy distintas con dos hombres por parte de sendas hermanas, la artista Gudrun y la maestra Ursula; esta lograba establecer una situación armónica con su pareja, mientras que la primera era todo un ejemplo de vínculo tormentoso y malsano.

El amor triunfante

De hecho, la novela podría tener una raíz autobiográfica, pues los Murry y el matrimonio Lawrence eran vecinos en Cornualles, lugar en el que por otro lado David Herbert Lawrence, entre 1916 y 1917, se dejó llevar por una intensa atracción hacia un granjero local (incluso la temática de la homosexualidad también se asomaba en la citada obra). Sería muy diferente la interpretación de Woolf ante el tema principal de «Preludio» –la vida de las mujeres y su papel dentro de la familia patriarcal– que la historia de alguien que parecía sugerir que la mujer ejercía una influencia negativa sobre el hombre, al que acababa minimizando y quitándole la libertad. No hay más que ver «El amante de Lady Chatterley» (1928), que para Woolf era un ataque frontal a la figura de la mujer al presentarla como meramente incestuosa, o «Hijos y amantes», donde los niños son poco menos que prisioneros de su madre.
Con tales elementos de perspectiva narrativa, social y humana, no cuesta entender cómo Mansfield y Lawrence acabaron viendo fracturada una amistad que había nacido en 1913 y que tuvo fases risueñas, hasta el punto de que ella dijo de él una vez: «Me parezco más a Lawrence que a nadie. De hecho, somos increíblemente parecidos». Más adelante, en 1922, Lawrence, junto a su esposa Frieda –la que era mujer de su profesor de francés–, partió de Sídney rumbo a Estados Unidos y, en la primera escala, Wellington, aprovechó para enviarle a la escritora una postal. Mansfield, a la que llevaba sin ver cuatro años, estaba en Italia, y cuando le hicieron llegar la tarjeta, le escribió a Murry informándole de que, «sin embargo», se había alegrado de recibirla, haciendo una referencia íntima que venía a recordar varios años compartidos, cuando Lawrence pretendió hacer una especie de comuna, una «hermandad de sangre», una suerte de «ménàge a quatre».
No obstante, todo se malogró por la costumbre de Lawrence de usar como modelos literarios a personas de su entorno, incluso a su mecenas, Lady Ottoline Morrell, que también se vio, con indignación, como personaje en «Mujeres enamoradas» y, claro está, Mansfield. De hecho, desde que la conoció ya la vio como un objeto literario potencial, basándose seguramente en ella, como indicó en el artículo del 2009 «Katherine Mansfield: D. H. Lawrence’s “Lost Girl”» Sandra Jobson Darroch, también para un cuento, una obra teatral y otra novela, «La mujer perdida». El objetivo de Lawrence en esta ocasión fue escribir, así lo expresó él mismo a finales de 1912, «una novela sobre el amor triunfante. Haré mi trabajo por las mujeres, mejor que el sufragio». Era el relato de Alvina Houghton, que, aburrida de la ciudad minera en la que vive, se enamora de un italiano que trabaja en un teatro, lo cual la lleva a ser vista como una «chica perdida» en pago por su búsqueda de independencia.

Un rebelde frente a la sociedad

En cierta forma, Lawrence se especializó en captar a la mujer rebelde, que rompía su círculo social o familiar opresivo y vivía situaciones no convencionales o vituperables para la sociedad. A causa de tal cosa, a veces se tuvo que enfrentar a la sociedad; es bien conocido que «El amante de Lady Chatterley» –escrita en Italia, donde vivió a partir de 1926– fue censurada y retirada del mercado en el periodo de entreguerras. Pionera en la descripción de escenas sexuales, esta novela trataba de las relaciones sexuales entre una mujer y el guardabosques de su esposo, miembro de la nobleza, y tendría en 1932 una versión expurgada. Lawrence había muerto de tuberculosis ados años atrás, en un sanatorio de Vence, en la Provenza francesa.
Dejaba así esa historia famosa, y una primera novela que algunos críticos consideran lo mejor de su producción narrativa, «El pavo real blanco» (traducción de Patricia Scott), que acaba de publicar Adriana Hidalgo y que apareció en 1911 gracias a la ayuda de su amigo Ford Madox Ford. En ella, vemos a matrimonios enfrentados y dañados por restricciones sociales, o asuntos como el impacto de la industrialización. «Todo lo que soy ahora, todo, hasta donde sé, está ahí», escribió Lawrence en 1908 mientras trabajaba en el manuscrito, que el que ya se asomaban los que serían sus temas principales, en especial, en torno al modo en que la gente puede entablar relaciones fuera de los restrictivos condicionamientos sociales. Junto con esta novedad, también tenemos una gran iniciativa que estará compuesta de dos tomos, el primero de los cuales ya está al alcance: «Cuentos completos 1907-1913» (traducción de Amelia Pérez de Villar), y que publica Páginas de Espuma.
La traductora titula el prólogo «El hijo del minero» haciéndose eco del hecho de que Lawrence nació en 1885 en Eastwood (Nottinghamshire), como cuarto hijo en una familia minera. Más tarde, el autor obtendría el título de maestro por la escuela universitaria de Nottingham y el suelo que conoció de niño acabaría en obras como «Hijos y amantes» (1913), en gran parte autobiográfica, en que precisamente aborda la vida en un pueblo minero. En estos cuentos completos, encontramos algunos de sus mejores de juventud, como «Una media blanca», «Un amante moderno» o «El aroma de los crisantemos», y a un autor que estaba preparando la publicación del libro de relatos «El oficial prusiano». Nos devuelve a un autor que ha pasado a la historia de la literatura «como autor erótico, si no pornográfico, decididamente obsceno, de los que hay que leer a escondidas, aunque actualmente ya no lo veamos ni lo leamos así», apunta Pérez de Villar. «Desde el primer momento cubrió su obra un halo de sospecha que le convirtió en proscrito en vida y en emblema una vez muerto», añade.
Ahora, será el lector quien pueda calibrar hasta dónde llegó Lawrence al presentar «amores imposibles, matrimonios infelices, seres sobre los que se ejerce un poder». En todo caso, estamos ante un escritor que «contribuyó sin duda a la revolución sexual, aunque al leerlo ahora nos parezca ingenuo», al ser uno de los primeros en presentar escenas de sexo, «y en ese sentido puede decirse que su obra no ha envejecido bien, pero ¿quién quiere leer a un clásico como si fuera de hoy?».

Mirada cinematográfica de Lady Chatterley

La primera versión de «Lady Chatterley’s Lover» (en español: «El amante de Lady Chatterley») fue en 1981, una producción inglesa, de tinte erótico, dirigida por Just Jaeckin, con Sylvia Kristel en el papel principal. Contaba cómo Lady Chatterley está casada con un hombre que, después de un accidente, queda inmovilizado de la cintura para abajo. Alentada por su marido encuentra en Oliver, un hombre rudo que trabaja en su mansión, el consuelo a sus deseos. En 2007, bajo la dirección de Pascale Ferran, aparecía una cinta francesa que ganó el Premio César a la Mejor Película; estuvo protagonizada por Jean Louis Coullo’ch y Marina Hands, y además ganó en aquel año más Premios César: mejor actriz, fotografía, diseño de vestuario y guion adaptado. Finalmente, vio la luz, en 2015, un trabajo de la BBC, escrito y dirigido por Jed Mercurio. La historia comienza en 1913, cuando la joven Constance Reid se enamora y se casa con el apuesto aristócrata Sir Clifford Chatterley, un rico propietario de una mina, luego de conocerlo durante un baile. La pareja vive feliz durante un corto tiempo hasta que Clifford es llamado a la Primera Guerra Mundial, en donde sufre una lesión y regresa confinado a una silla e impotente.