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Rosa Belmonte y Emilia Landaluce: prohibido tomarse el humor en vano

Las periodistas y amigas escriben a cuatro manos una novela plagada de vivencias de la infancia y la madurez basadas en hechos «irreales»

Rosa Belmonte (izda.) posa junto a su compañera, amiga y confidente Emilia Lanzaluce
Rosa Belmonte (izda.) posa junto a su compañera, amiga y confidente Emilia LanzaluceFoto cedidaFoto cedida

Si conoces a Rosa Belmonte, este libro no te defraudará. Si conoces a Emilia Landaluce, no te sentirás estafado. Estas páginas son, a un tiempo, tan políticamente correctas como incorrectas con sus inflexiones, deflexiones y veladas reflexiones «tipo pilsen», refrescantes, con notas insolentes y aroma a lúpulo. Para mí, que desayuno con las perlas de En diagonal de una y fui subordinada laboral de la segunda, solo puedo celebrar la llegada de esta bendita locura literaria que oxigena el panorama editorial y consigue encontrar una voz y un espacio personalísimo a medio camino entre lo atrabiliario, lo diletante, lo tierno... y lo genial. Cada sátira «belmonluceniana» se empeña corrosivamente en hablar de todo y de casi nada como verdaderas herederas de El capote gogoliano.

Destila este libro unas gotas de esencia umbraliana con licor de Mendoza, salpimentado con salsa de Arniches

Tras un desprestigio secular hacia los libros que pivotan en torno al humor, estas dos «caballeras» españolas hacen oídos sordos practicando una suerte de literatura «atea» que provoca la doble contabilidad de atraer al lector pero no entusiasmar a ciertos críticos para quienes predomina la literatura penitencial. Se tratan temas como la televisión, la infancia, los internados de monjas, los perros, los viajes o la comida. También la «no maternidad voluntaria», sin olvidar situaciones surrealistas, estupideces variadas y situaciones «linamorguistas» de manual. Las más de las veces, lo de ambas es perpetrar friquismo neourrural, y hasta afterkitsch, para desembocar en una melé de géneros que, al menos quien esto escribe, se siente incapaz de etiquetar.

Caos vital aparente

Destila este libro unas gotas de esencia umbraliana con licor de Mendoza, salpimentado con salsa de Arniches y aderezado con las finas hierbas kennedytooleanas. ¿Cómo se llama al que parodia al parodiador?: ¿Iconoclasta, desacralizador, heterodoxo? En conclusión: un libro con el que uno desearía arroparse y quedarse a vivir dentro. Con una madre «guay», separada, que reparte donuts y otra que si no te gusta Venecia es capaz de tirarte al canal. La narrativa de ambas es la unión de palabras y situaciones que uno nunca supo que pudieran juntarse: voces jergales y estructuras gramaticales impensables unidas a otras de fuerte reverberación académica. Muy apegada a la cita y al dato constante, la dama Belmonte, y un río visceral que no cesa, la señora Landaluce. Ambas tienen una agudeza verbal personalísima, sugerente, que logra hacer cantar al idioma. Sus personajes, ellas mismas, abominan del diálogo interno y están diseñadas para caernos bien y dar muestras de lucidez en medio de su aparente caos vital. Sólo si vemos la paja en su ojo, alcanzamos a ver la viga en el propio porque sus padres literarios, quienes las parieron así de gamberras e iconoclastas, tenían la intención de hacernos pasar un buen rato...

Dos escribientes que narran con las tripas para que su verbo vaya directamente a la arteria, sin anestesia

Hermana, a ambas, la cualidad de ser «TIPS» –tipas sobradamente preparadas–, lectoras omnívoras con criterio, que como han hecho los deberes literarios no necesitan hacerse las cultas, porque lo son. No precisan citar permanentemente a Wittgensteinporque no se toman en serio y son curiosas de lo fronterizo –que ahora no es otra cosa que lo íntimo–, sin ninguna gana de convertirse en cartujas dolientes de la palabra. Para intentar describir su literatura sería menester manejar las metáforas y los símiles insólitos que utilizan para sus recuerdos y dar esos giros delirantes que tan generosamente pueblan cada línea.

Aunque... seguro que cuando lean esto solo pensarán que es demasiada tralla argumental para definir algo que se les ha caído de los bolsillos como a los verdaderos cómicos los chistes o a los filósofos las máximas sapienciales; que simplemente pretendía hacer una sucesión «de cosillas» alejadas de la impostura y de la literatura con mayúsculas de la que muchos se pelean por ser depositarios. Una isla flotante, digo yo, en el panorama literario que en ningún momento aspira a ser bienpensante (¡a Dios gracias!).

No persiguen historias que contar porque viven en el mundo. Ni capillitas literarias, ni conventículos. Son «busqueras» (como le habría gustado definirse a Cervantes, que era hombre de patear calle). Por eso no encontraremos en su libro: ni territorios comanches, ni guerras civiles, ni conspiraciones medievales. Literatura de entretenimiento, pura y dura, que busca nuevas geografías para ser narrada al más puro estilo desvergonzado pero con voluntad de prosa. Dos escribientes que narran con las tripas para que su verbo vaya directamente a la arteria, sin anestesia, que escapan de la realidad a fuerza de contarla y se sirven de piruetas gramaticales en busca de lo universal que hay en lo particular.

Esa es su prosa de combate, con tramas de estructura compleja pero bien disimuladas para ahorrar al lector su desciframiento, basada en un irrefrenable gusto por la pasión habladora de los buenos cuentistas. Huxley decía que la inteligencia es fría y se aferra a algo, mientras que la imaginación es generosa. Me gustaría pensar que la vida es una novela «belmonluceniana» que secuestra al lector con el noble arte del entretenimiento y donde queda prohibido tomarse el humor en vano.