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El gran amor sáfico de Ms. Patricia Highsmith

Un documental de Filmin revela hermosos aspectos íntimos de los diarios de la célebre escritora americana
Desde muy joven, Highsmith se sintió atraída por las mujeres y en la cinta dirigida por Todd Haynnes es Cate Blanchett la encargada de encarnar a uno de sus grandes amores
Desde muy joven, Highsmith se sintió atraída por las mujeres y en la cinta dirigida por Todd Haynnes es Cate Blanchett la encargada de encarnar a uno de sus grandes amoresLa RazónLa Razón
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Vendía muñecas en unos grandes almacenes del Nueva York durante la década de los cincuenta cuando la conoció. Su llamativo abrigo de piel y su gesto distraídamente dionisiaco de mujer hiriente irrumpieron triunfantes en el edificio una tarde concurrida de Navidad y la dejaron petrificada al otro lado de la mesa donde envolvía regalos. “La mujer parecía irradiar luz, me sentí extraña y mareada. Al borde del desmayo”. Esa misma noche, después del abrasador encontronazo, escribió la historia completa en un cuaderno. Qué placer comprobar que el lenguaje que usamos para interpelar al otro no se circunscribe de forma exclusiva al manejo de la palabra. Que también interviene una conjunción de elementos en ocasiones indescifrables como el gesto que repetimos cuando nos retiramos un mechón de pelo de la cara, un simple movimiento de manos, la intensidad con la que mordemos una fruta, la forma que tenemos de extender una sábana, la ligereza de la que nos servimos para sostener un cigarrillo o la precisión con la que apoyamos un par de guantes encima de la mesa. Somos insondables contenedores de información no pedida.
Igual que para saber si Modigliani había sido capaz de captar el alma del retratado en sus pinturas bastaba con fijarse en el color de los globos oculares del sujeto (si era completamente blanco, el artista de Livorno lo había conseguido), para conocer la forma que tenía de amar Patricia Highsmith bastaba con leer sus libros. Pero sobre todo sus diarios. “Aquí está mi diario, que contiene el cuerpo. El sentimiento más doloroso es la debilidad propia”, arranca la sacerdotisa literaria del misterio –reacia a que la catalogaran así puesto que ella simplemente contaba “historias que a veces contienen violencia o un asesinato”– en el primero de todos los que escribió a la largo de su vida y que en este caso sirve además para vertebrar el inicio del documental “Amando a Patricia Highsmith”, disponible en Filmin y confeccionado por la directora suiza Eva Vitija-Scheidegger.

Historias de película

Estudiosa aventajada de la culpa –más que de la criminalidad– y aficionada al desayuno con ginebra, a la célebre escritora, emponzoñada ideológicamente en su vejez por un racismo, un antisemitismo y una paradójica misoginia que llevaban el marchamo sureño de su Texas natal y de la influencia del metodismo presbiteriano de su abuela materna Willi Mae, se la percibe como una mujer independiente, solitaria y compleja que dotaba a sus novelas de un nivel descriptivo tan cinematográfico que la mayoría de ellas terminaron trasladándose a la gran pantalla.
"Solo cuento historias que, a veces, tienen violencia"Patricia Highsmith
Mecidos por la voz narrativa de Gwendoline Christie (la imponente y musculosa Brienne de Tarth en Juego de Tronos) y ese relato cadencioso y onírico de la intimidad que la escritora derramó en sus cuadernos, se intercalan testimonios de mujeres a las que amó, algunas con las que incluso convivió. También revelaciones de familiares acerca de la tensa y freudiana relación que mantenía con su madre, la cual no solo quiso abortarla con aguarrás sino que nunca supo aceptar el estilo de vida a sus ojos “masculinizado” y libertino de la novelista ni utilizar los códigos de afectividad habituales que se le presuponen a una progenitora para acercarse a ella, así como diálogos y escenas procedentes de las adaptaciones más conocidas.
“Extraños en un tren”, dirigida por Alfred Hitchcock en el 51 y esa confección perfecta de la realización de un crimen sin fisuras. O Wim Wenders y su propuesta en el 77 de “El amigo americano” (”Cada vez sé menos quién soy yo o quiénes son los demás”); la envidiable estetización italiana del asesino instruido, sensible y “wannabe” que lleva a cabo Matt Damon en la versión moderna que hace Anthony Minghella de “El talento de Mr. Ripley” (sin denostar, por supuesto, la misma versión anterior de René Clément con “A pleno sol” y la dolorosa belleza de un Alain Delon capaz de convertirte en estatua de sal a golpe de mirada) o secuencias infinitas, nostálgicas y poéticas como las de “Carol”, llevada al cine por Todd Haynnes y tal vez, una de las obras más importantes de la autora en términos de identificación personal.
A Highsmith siempre le gustaron las mujeres y por motivos contextuales represivos ajenos a su propia voluntad tuvo que vivir esa apetencia en la clandestinidad de los locales nocturnos del lumpen neoyorquino en los que tenías que identificarte con un nombre falso para poder acceder a su interior. O firmar un libro que hablase de una historia de amor homosexual con un pseudónimo, como ocurre en el caso de “Carol”, segunda novela que publica en 1953 con el título de “El precio de la sal” bajo el nombre de Claire Morgan, para que no te identificaran con las emociones o experiencias vividas por ninguna de las protagonistas. ¿En qué cabeza cabía además que una historia entre dos mujeres (obedeciendo una de ellas al patrón tradicional clásico de familia) podía acabar bien?
"No merece la pena hacer más esfuerzos por vivir sin ella, no puedo. Y, en mis 41 años, nunca he dicho ni escrito esto sobre nadie"Patricia Highsmith
La primera vez que se mudó de país por amor lo hizo para estar cerca de la mujer del abrigo de piel, al lado de esa aparición centelleante de los grandes almacenes idealizada y protegida tras el nombre de Caroline, casada y madre de dos hijos a quien da vida Cate Blanchett en la cinta de Haynnes y cuyo anonimato se preserva en el documental a través de un difuminado pretendido de su rostro. En el momento en el que la directora del documental descubre quién es, la mujer acababa de fallecer. “Te haré un collar de versos. Uno a uno, encadenados rápidamente. Un hilo de tiempo para para recordar aquellos días, para conservar esos días para siempre. París nos golpeó como un rayo y, encandiladas, nos acariciábamos entre las piedras de Notre Dame viendo con las puntas de los dedos”, escribe la americana después de pasar unos días de consuelo y calma en la capital francesa con su amante.
“Ya en casa, estoy totalmente loca por ella. Las cartas de C. son como si me estuviera haciendo el amor al escribirlas. Me embriagan y alteran y escribirle a ella también me causa ese efecto. No merece la pena hacer más esfuerzos por vivir sin ella, no puedo. Y, en mis 41 años, nunca he dicho ni escrito esto sobre nadie. Eso significa Inglaterra”, añade. Compró una casa de campo y se mudó a un pequeño pueblo inglés para estar cerca de ella. “Lo único que podía desear: tranquilidad, Caroline, gatos, el mar”. Su historia, intensa, real, inevitablemente imposible, pese a que en el libro y en la cinta tiene un final feliz, acabó mal, claro. La felicidad de sus últimos días prescindió de todos los elementos de la ecuación cotidiana excepto de los gatos. Concretamente de Charlotte, la gata junto a la que terminó su vida a los 74 años en ese búnker brutalista que se construyó a modo de casa en Suiza y en donde reforzó la idea de que tanto en la vida como en el amor, la imaginación funcionaba mucho mejor cuando no tenía que hablar con la gente.