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La "Universidad paralela" de Valladolid: barbudos, Ducados sin filtro y canciones

Todo empezó con una reunión ilegal el 16 de enero de 1975. Había ido a dicha asamblea la cantautora Elisa Serna, que cantó sobre el remplazo de lo viejo por lo nuevo... y se lio parda
La "Universidad paralela" de Valladolid: barbudos, Ducados sin filtro y canciones
Concentración de estudiantes de Medicina de Valladolid en el Patio del Palacio de Santa CruzEfe
Jorge Vilches

Madrid Creada:

Última actualización:

Los huevos empezaron a caer a su alrededor. Podía oírse cómo rompían el denso aire de la Facultad de Medicina de Valladolid antes de alcanzar su objetivo. Era un silbido que terminaba en un «crack» pringoso. Los primeros proyectiles impactaron en la pared y en el suelo. Los siguientes, bien dirigidos por los francotiradores, hicieron blanco en la espalda y el pecho del rector de la Universidad. El huevazo de gracia lo recibió en su despejada frente. En ese momento salieron los furtivos, que se habían ocultado en la capilla. Eran alumnos de Medicina conocidos por su militancia en organizaciones de izquierdas. Aguantaron la risa y gritaron: «¡Dimisión! ¡Dimisión!». Salieron corriendo como si saltaran el Muro de Berlín. Era el 29 de enero de 1975. Pronto aparecieron algunos profesores para auxiliar al rector José Ramón del Sol. «¡Esto es intolerable!», exclamó un docente sacando un pañuelo. «Se veía venir, porque la gallina que cacarea, o pone huevo o algo ventea», dijo un ayudante de Filología. «Algo hay que hacer», apuntó otro con las manos en los bolsillos. «Sí, porque la gallina que no pone huevos, al puchero», señaló el filólogo. «Es más –indicó un cuarto–, gallo que no canta, algo tiene en la garganta». «¡Cállense, gallinas! –interrumpió el rector recomponiendo la figura–. Cerraré esta Universidad. Llamaré al ministro y al mismísimo Franco si hace falta». «Cierto –se arriesgó el de Filología–, porque vieja gallina hace un caldo cosa fina». 

Grises, caballos y lecheras

Martínez Esteruelas oyó el teléfono de su despacho. Seguro que era otra protesta. No había más que conflictos en todas las universidades de España con sus asambleas, sus manifiestos y peticiones. Y luego el Ministerio de la Gobernación llenándolo todo de grises, caballos y lecheras. Lo cierto es que acertaron sus padres cuando de nombre de pila le pusieron «Cruz». Descolgó. Era el rector de Valladolid ya limpio de polvo y huevo. Relató lo sucedido. Todo empezó con una reunión ilegal de universitarios el 16 de enero de 1975. Había ido a dicha asamblea una cantautora, Elisa Serna, amiga de Paco Ibáñez e integrante del colectivo Canción del Pueblo. Interpretó «Este tiempo ha de acabar», que hablaba del reemplazo de lo viejo por lo nuevo, y se lio parda. Intervino la policía y empezaron los golpes y las carreras. Para rematar, cuatro días después el Tribunal de Orden Público juzgó a siete estudiantes de la Universidad de Valladolid por asociación ilícita y propaganda ilegal. En venganza, contó el rector Del Sol al ministro, le atacaron con huevos. «No te preocupes –expresó Martínez Esteruelas–, paso la circunstancia al Consejo de Ministros y lo arreglamos».
El 8 de febrero de 1975 se publicó un decreto para el cierre de cuatro facultades vallisoletanas: las de Ciencias, Filosofía, Medicina y Derecho. Con la clausura pagaron justos por pecadores. El asunto es que el Gobierno pensó que la mayoría silenciosa que protestaba porque los antifranquistas no les dejaban dar clases y les tenían como rehenes de su política pondría en su sitio a esa minoría. El efecto fue inverso porque el ambiente estaba caldeado. Los trabajadores de la vallisoletana FASA-Renault se habían puesto en huelga porque les quitaron el descanso para el bocadillo, y ahora tocaba el conflicto universitario. Los padres, los comerciantes y los vecinos en general no querían tener a 8.000 jóvenes con las manos cruzadas en las calles. Las matrículas universitarias costaban una pasta, y esas familias de clase media que enviaban a sus hijos a labrarse un porvenir se cabrearon. Las quejas llegaron al alcalde, Julio Hernández Díez, que era del Movimiento y solía decir con su humor incomprensible que «el Movimiento se demuestra andando». Por eso fue en tren a Madrid a rogar al ministro Martínez Esteruelas.
Mientras, en Valladolid, los estudiantes temían lo peor: un suspenso general y luego exámenes de recuperación. Así montaron la «Universidad paralela», donde recibían docencia de profesores barbudos muy enrollados y con jerséis de lana gruesa que picaban mucho. No les importaba, porque en esas aulas improvisadas se trataban de tú, fumaban Ducados sin filtro y ,a veces, cantaban «A galopar (hasta enterrarlos en el mar)», de Paco Ibáñez mientras abrían las tarteras a ver qué les había preparado mamá para almorzar.
Transcurrieron tres meses y el ministro de Educación comprobó que su estrategia de «divide y vencerás» funcionaba peor que un paraguas de ganchillo. Era mayo, y Arias quería dar la imagen de demócrata orgánico porque estaba a punto de visitar España el presidente norteamericano Gerald Ford. «Cruz, abre la Universidad», dijo el desastre sin paliativos, y la Universidad de Valladolid se abrió. Eso sí, había que dar un escarmiento. Ese verano habría clases condensadas, que ya tuvieron muchas vacaciones. Y en septiembre, exámenes. La noticia cayó mal entre los estudiantes. Alguno dijo: «Tiene huevos la cosa», pero ya era tarde.