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Rodrigo Cortés rescata un musical de amor en tiempos del nazismo

El director reivindica el poder transformador del teatro con “El amor en su lugar”, una historia orquestada por los actores de una compañía en el gueto de Varsovia
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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En ese comienzo completamente deleitable y pretendidamente dramatúrgico que Lubitsch nos regalaba con «Ser o no ser», un miembro de la compañía teatral que sustenta toda la trama llamado Bronski se pasea con grandilocuentes aspavientos hitlerianos por escaparates cuyos nombres terminan casi todos en «inski» y se encuentran ubicados en las intrincadas calles de la Varsovia de agosto de 1939, apenas un mes antes de que se produjese la ocupación nazi. Mientras, los ciudadanos polacos contemplan atónitos la escena de ese hombre con bigote que camina con los brazos en la espalda, extrañamente despreocupado por la reacción originada y quien, pese a su condición parcialmente vegetariana, estaba iniciando su demente tendencia a la ingesta de países enteros. Con toda la esperanza puesta en sus dotes interpretativas, el actor confía en que su imitación de Hitler sea lo suficientemente buena como para pasar por real y así ganarse el respeto del director de la compañía, hasta que una niña se acerca a su lado y, desmontando de golpe todas las piezas sobre las que había construido con esmero el esqueleto de su propia vanidad, le pide un autógrafo.
En la nueva película de Rodrigo Cortés no hay imitadores ramplones de Hitler, ni escaparates con terminaciones imposibles, ni enredos de espionaje internacional, ni tampoco la presencia del matrimonio artístico formado por Josef y Maria Tura (espléndidos Jack Benny y Carole Lombard), pero si algo subyace como elemento compartido entre «El amor en su lugar» y la obra del maestro alemán de origen judío es la reivindicación del espíritu primigenio del arte como herramienta lumínica en los momentos más oscuros y traumáticos de la Historia. Sin inflar en demasía, eso sí, la atribución exagerada e idílica de este poder sanador a la cultura. “Como creador pienso que más te vale no buscar ese poder o más te vale no creerte una especie de demiurgo con una misión que realizar. El arte tiene un poder sanador enorme por sí solo, porque es inevitable, porque es una forma de expresión humana. Y por eso la película trata de huir de todas las tentaciones sentimentales o moralizadoras porque creo que la creación se abre paso, como la vida en Jurasic Park y en una isla desierta habrá diez personas y una será muy importante porque te dirá cómo cultivar cosas y otra verá cómo guarecerse del frío y otro será gracioso y el gracioso será importantísimo en ese lugar y efectivamente tendrá una función, pero no hay que poetizarla. En este caso se narra la historia de un grupo de actores que va a hacer la función suceda lo que suceda, en cualquier circunstancia. ¿Eso es maravilloso? Sí. Y también terrible. Ellos hacen lo que sea por un aplauso”, aclara al respecto Cortés.
En esta ocasión, Cortés se inspira, tal y como él mismo señala a LA RAZÓN, en una obra del escritor David Safier: «Durante el proceso de investigación y documentación de una de sus novelas, Safier dio con el éxito inexplicable de una obra de teatro, ‘’Milosc Szuka Mieszkania’', representada en el Teatro Fémina, corazón del gueto de Varsovia durante la ocupación alemana, lo que abría un mundo sobre el que creemos saber mucho pero en realidad conocemos muy poco. Tendemos a pensar que el gueto era un campo de concentración y no: era una sociedad hacinada y muy compleja en la que los artistas trataban de seguir haciendo lo que hacían. Cuando recibí ese borrador, que tenía una vocación más juvenil, decidí ponerme a leer durante varios meses solo cosas escritas dentro del gueto entre el 1941 y 1945, porque de esa guerra se ha escrito mucho con el tiempo y narrativamente responde a una línea unívoca, pero las cosas no se viven de esa manera en directo», señala el director de «Buried».
Función lúdica
El realizador subraya asimismo que «había una enorme confusión: unos consideraban que Czerniaków, presidente del consejo judío, era un gran hombre, otros que era un traidor, y otros, que un hombre débil. Las palizas de la policía judía estaban a la orden del día, la gente desconfiaba mucho de aquellos que se suponía eran los suyos pero que accedían allí por enchufe y se entregaban a determinadas crueldadesSentí que necesitaba conocer muy bien este entorno para abordar las sucesivas reescrituras y cuando me puse a escribir las siguientes versiones, digamos que del mismo modo, en el caso de Muriel cuando le encendía las velitas a Hitchcock, yo se las encendía a Billy Wilder y sentía que las cosas debían transitar por un terreno entre fatalista, divertido, cínico, lúdico y lúcido y sin embargo con ese romanticismo del que se habla tan poco y que adornaba siempre la obra de Wilder, que era un enorme pesimista que renegaba siempre de la humanidad pero que confiaba en el amor».
Acostumbrado a trabajar en un porcentaje mayoritario de sus películas con un elenco internacional de actores (Ryan Reynolds, Sigourney Weaver, Robert De Niro, Cillian Murphy o Uma Thurman destacan entre ellos), en esta ocasión, el método no ha cambiado. Vemos así, entre la coralidad expansiva de este grupo de actores y actrices que sonríen estoicamente encima del escenario y dan todo lo que su pasión por las tablas les permite mientras rezan silenciosamente entre bastidores para que nadie muera ese día, a intérpretes de todas las nacionalidades. “Verás acabo de participar en el regreso en el regreso de “Historias para no dormir” y una de las razones por las que lo hice fue porque tenía muchas ganas de rodar en castellano. Amo la lengua, la mía por encima de las demás porque es la que mejor conozco y eso además me permitía en este caso trabajar con grandes actores como Eduard Fernández, Natali Poza y Raúl Arévalo, algo que solamente era posible con gente de su talla para poder llegar a zonas hondas, aunque sea a través de un vehículo como el divertimento. Así que la razón por la que esta película se ha rodado en inglés es por su vocación internacional inevitable, cosa que además hace muy complicado el casting, porque los actores ya no solo tienen que ser grandísimos actores como son, sino que además tienen que cantar maravillosamente bien y bailar. Abrimos a toda Europa el casting, se centralizó en Londres pero hay ingleses, irlandeses, suecos, españoles, daneses, italianos…”, comenta.
Mediante la transición acompasada de números musicales y sensibles actuaciones para las que «no se ha usado playback, todos los actores cantan en directo. Todo el sonido que oyes se corresponde con sus voces en el registro directo, es decir, que, si se repetía la toma ochenta veces, cantaban ochenta veces», la historia de esta compañía de teatro que en mitad del infierno del nazismo entendió que su función lúdica como intérpretes estaba por encima de su necesidad de supervivencia, moldea la base de una historia de amor entre dos de sus actores capaz de resistir al hambre y a la muerte.
Al preguntarle al director por la posibilidad de que surja este tipo de amor desinteresado en una actualidad atropellada por la caducidad y la sustitución instantánea de los cuerpos y las emociones, Cortés muestra su lado más romántico: «Creo que este es el único real. Hay un amor romántico, otro apasionado, explosiones de mecha corta, pero el amor es inevitablemente un camino de renuncia y de sacrificio, porque pone por delante al otro, así que es por definición desinteresado. Y si algo se ve en la película es precisamente eso, y sin juzgar nunca a nadie. Hay un dilema que se plantea varias veces: ¿qué es más importante, amar o ser amado? Especialmente relevante en un contexto en el que la gente quiere vivir media hora más. Pero amar es poner al otro por delante, así que si le preguntas a alguien ¿qué estás dispuesto a hacer por amor? En realidad, estás preguntando: ¿A qué estás dispuesto a renunciar?».

Historias truncadas en el gueto de Varsovia

El devastador contexto histórico en el que se desarrolla la cinta de Cortés invita irremediablemente al recuerdo de una de esas imágenes para el recuerdo grabadas en el imaginario colectivo en donde un niño judío alza las manos en señal de rendición durante el levantamiento del Gueto de Varsovia en mayo de 1943, recreado por Polanski en “El pianista”. Infinidad de vidas truncadas componen el caleidoscopio memorístico del horror nazi y es por ello que resulta especialmente conmovedor el siguiente dato: Arropada por una de esas liturgias que solo pueden ocurren encima de un escenario o a través de una pantalla grande, tras el estreno de la cinta en el Festival de Sevilla, los allí presentes, imitando la reacción de los espectadores polacos del gueto aplaudieron taconeando con sus zapatos en el suelo, sin sacar si quiera las manos de los bolsillos de sus abrigos.